Lires, 14/05/2009

Al norte de Finisterre cruzo un promontorio vestido con la fragancia de las retamas en flor mientras la lluvia, no mucha, completa un paisaje coherente con la región: niebla, chirimiri y, en esta ocasión, un frío desacostumbrado para la época. Abandono un ancho camino para alcanzar una vereda que hace su recorrido junto a un mar grisáceo que rompe con una ladera de aulagas, helechos y grandes manchas de margaritas.

Mi ilusión hoy: caminar a su vera bajo la lluvia, sentir la caricia de estos parajes solitarios. Luego el camino se perderá y me empaparé hasta la cintura abriéndome paso entre las aulagas; pero no importa, sólo una pequeña molestia.

A la tarde la lluvia no desiste y el suelo está esponjoso de agua todo a mi alrededor, así que decido hacer noche en una vieja escuela abanadonada. Recuerdos de maestro cuando ejerci en una escuela de Asturias; allí el edificio era similar; cuando llegamos, antes de ejercer de maestro tuve que hacerlo de fontanero, pintor, albañil, pocero y electricista. La escuela se caía, pero la gente del concejo tenía otras cosas más importantes que hacer que arreglar la escuela. Los niños hacia sus necesidades tras la fachada norte del edificio. Aprendí muchos oficios entonces, sí; benditos años de aprendizaje.



En la escuela que me sirve de vivac hoy entra el viento como Perico por su casa; la lluvia racheada llega hasta mi saco de dormir. No importa, si se moja ya se secará. Intento leer algunos versos de Francisco Brines pero me caigo de sueño. Hoy no dormí mucho más de tres horas.

Cuando me decido a levantarme, son más de las diez de la mañana; he hecho una cura de sueño de más de catorce horas y el cuerpo me ha quedado como nuevo, y ello con la ayuda de doña Pereza y la disculpa del mal tiempo que hicieron que que me sintiera confortablemente disculpado por tanta vagancia dentro de mi saco de dormir.

Este año voy a ir más despacio; me lo prometí, a ver si aprendo a caminar como Dios manda, tranquilo y según me lo pida el ánimo, que me dé tiempo a saturarme con lo que tengo a mi alrededor, un viaje a ninguna parte en especial que sea todo él puro presente.


Una hora después ya oigo el mar; elemental, tempestuoso y solitario como otras veces; hoy esta orlado por el graznido de las gaviotas y el ulular del viento. Deje el camino y me fui por la arena de la playa a espantar gaviotas y a fotografiar las olas. Los únicos habitantes de la playa se apelotonaban en bandadas como bañistas en Torremolinos en plena temporada.

Como todos los caminos llevan a Roma, en algún lugar donde el bosque de eucalipto deja suspendida su fragancia en el aire, me tropiezo con el conocido mojón de la concha, una de las variantes del Camino de Santiago que se llega hasta Muxia, en el norte. Decido continuarle.

1 comentario:

Marga Fuentes dijo...

¡Qué fotos! ¡Qué lugares!
Una belleza ver tanto verde.
Que sigas el camino disfrutando.
Un beso,