Bejís, 09/08/10





Llueve, el recogimiento que impone la lluvia es un buen motivo para que sea bienvenida. La pista rodea unos farallones, esas paredes en las que mis viejos hábitos no dejan de reparar buscando siempre una ruta de ascensión, un extraplomo notable, un diedro que surca en diagonal la roca. Llueve. ¿Qué es un vagabundo? Me parece injusto ese tic peyorativo con que usamos la palabra. Vagar, vagar por el mundo. No pensando en ir a la China ni a ninguna parte en especial. No era Marco Polo un vagabundo. Vagabundos acaso son los santones del Nepal, los sadús con los que uno tropieza en la India, que van de acá para allá envueltos en el halo de cierta santidad. ¿Profesión?: vagabundo. Me pregunto por qué hay tan pocos vagabundos en el mundo; en realidad me parece una forma de vivir sumamente atrayente. Sucede que está tan normalizadas las maneras de vivir, el entorno nos absorbe con tanta fuerza, que es difícil “ver” objetivamente una realidad diferente a aquella en la que vivimos, aunque, por supuesto, haya notables ejemplos de gente que hace otras cosas, que inventa otros modos de gastar la vida. Dormir aquí o allí, vagar, beber cuando tienes sed, sacar del entorno natural nuestro sustento espiritual; necesariamente rebajar ostensiblemente nuestras necesidades. En el túnel de Retiro que une el metro con el parque, me sorprendió algunas veces encontrar a una señora gruesa de unos cincuenta años, sentada sobre unos cartones que debían de constituir su cama y su hogar, leyendo algún grueso volumen; la última vez que la vi conseguí saber qué leía, se trataba de Ana Karenina. ¿Qué siénte el vagabundo?, ¿cómo ve a los otros, a los transeúntes de la ciudad, a la gente de los pueblos que atraviesa?
Yo me siento algunas mañanas un vagabundo; hoy, por ejemplo, como si anduviera sin patria y sin destino, poniéndote a secar cuando te mojas, bañándote cuando el sudor te deja pegajoso, hablando de lo humano y lo divino con el hombre que uno lleva dentro, buscando la sombra en las horas de calor, echándote a dormir con lo puesto cuando el cansancio o la noche se echan encima.


Una buena profesión si, además, puedes disponer de música, libros, un cuaderno para escribir... jeje... y una tarjeta bancaria con fondos, sobretodo, para que cuando el hambre apriete... o te canses de vagabundear... poder marcharte a casa a poner un paréntesis en tu vagabundeo. En serio, a veces trato de ponerme en lugar de mi hijo Mario, que anda probando a vivir con apenas recursos allá en los montes de La Cabrera, y me da por pensar que no son muchos los años que vivimos y que es una lástima que nos pasemos tanto tantísimo tiempo haciendo el bobo en trabajos inútiles, haciendo el bobo gastando tanto trabajo, tanta energía para adquirir bienes de consumo que acaso no disponiendo de ellos, nos darían la oportunidad de una vida mucho más personal, más nuestra; la única vida que tenemos y que se nos va poco a poco, gota a gota, sin habernos enterado demasiado de que hemos vivido. Lampedusa en El Gatopardo, decía algo parecido, un hombre de setenta y tantos años que lamenta haber vivido sólo apenas tres o cuatro en toda su vida.


Esta mañana no estaba mi ánimo para las palabras, al menos para las palabras en prosa, así que mientras las nubes se iban disolviendo, me puse a escuchar a Bach; nada más adecuado para la circunstancias; el monte chorreaba agua; la vegetación empapaba mi ropa. Ese dios ególatra que inventaron los popes de la religión de nuestras latitudes no se merecía una música como ésta, y sin embargo cuánto habríamos perdido si ese invento no hubiera funcionado, pese a los torquemadas, a los delirios de grandeza, a esa estúpida manía de querer hacerse valedores de la única verdad. El Kirie era como una aparición en el paisaje de los barrancos; el camino discurría por el fondo de una rambla donde de vez en cuando aparecía alguna poza de aguas transparentes, atravesaba abruptas laderas, se ensanchaba, se entretenía calmosamente en continuas revueltas, mientras los coros de la Misa en re llenaban de una fuerza abumadora la mañana, la soledad, el lejano rumor del agua.
En Bejís, previendo que no tuviera cobertura para el módem, me fui directamente al ayuntamiento. Tenía ganas de quitarme de encima los cuatro post de días atrasados. El encargado de Internet Rural no está, la biblioteca está cerrada; oigo al fondo una voz de mujer, que resulta ser la alcaldesa, que me ofrece su ordenador para mi trabajo. Muy amable, gracias. Me pongo a ello, pero al poco rato descubro que el chisme aquel no tiene ranura para la tarjeta SD; desisto; me voy al bar de enfrente y pruebo el módem; albricias, funciona, lento, pero funciona; las tierras por donde paso son un completo abandono, muy raramente tengo cobertura siquiera para llamar a casa por teléfono.
En el restaurante, una camarera de espléndidas y sugerentes tetas me augura que se prepara lluvia. Qué le vamos a hacer, le digo mientras mi vista desciende levemente hacia el vallecillo de sus senos. Mientras abandono el pueblo caen algunas gotas, pero sólo se trata de una nube caprichosa... de momento.









1 comentario:

Noches de luna dijo...

Preciosas fotos.

Mario anda con otro invento: no gastar nada hasta que se ponga al día con el alquiler de las tierras. Resultado: intento de conseguir carne y huevos a cambio de alguna ayuda a las gentes del pueblo, a la vez el objetivo de integrarse más con la gente mayor; menos dinero para tabaco y proyecto de viaje con su caballo para septiembre. Está feliz con su vida de pocas necesidades.

Yo tampoco tengo demasiadas, llevo toda la tarde escuchando a Britten; vagabundeo en El Chorrillo, esta semana ni aparezco por Madrid.

¿Comiste bien o te armaste un lío al pedir el menú ante las hermosas tetas de la camarera?

Un beso