Fuente del collado Caroch, 02/08/10





Hoy se me puso tozudo el cuerpo nada más levantarme. Nada, que no quería ir hacia adelante, que lo tenía que empujar. Caminaba tambaleante como un zombi, y no sabía muy bien por qué, acaso por falta de sueño, era lo más probable. Intenté contentarlo después de arrastrarlo durante más de dos horas y lo tumbé junto a la pista mientras las luces del amanecer se iban abriendo paso por el este entre una maraña de nubes que ocultaban el horizonte; en el frente se erguía, a veces envuelto en una bufanda de niebla, otras descubriendo su ancha cumbre, la cima del Caroch. Esta mañana era aquello del resistir, le alimenté con dos buenos puñados de frutos secos variados, algunos dulces, un culito de agua, pero no había nada que hacer, no era día de suerte, lo que él pedía era tumbarse y no levantarse hasta la tarde. Quizás tuviera razón, al fin y al cabo todo el mundo tiene su día, y hoy le había tocado a él. Así las cosas, cuando a las once de la mañana llegué al collado Caroch, con una hermosa fuente de agua fría cantando bajo los pinos, le dejé hacer, lo que fue prepararse una cómoda almohada, extender el aislante, tumbarse y echarse por encima el mosquitero. Ah, el placer de dormir allá cuando todo el cuerpo por entero nos lo está pidiendo, dormir sin moscas, dormir arrullado por el sonido el caño de la fuente, dormir con un pelín de fresco que me obligó a ponerme la camisa, en fin, dormir sin prisas, sin metas, sin tener a nadie que te espera, dormir panza arriba y oír a las moscas sobrevolar sobre tu cabeza sin que te molesten, dormir porque descubres que tu cuerpo tiene razón, que le falta sueño y que hay que hacerle caso. Estoy solo en medio del monte y son las once de la mañana y quiero dormir y duermo, y tengo todo el agua que quiero, y comida de sobra para resistir el asedio del hambre lo que haga falta. Ah, el placer de dormir. Hoy no hay anécdotas de caminante, ni gente con la que cruzarse, todo mi cuerpo es necesidad de sueño. Cosa de los biorritmos personales.



Me desperté a las cinco de la tarde, seis horas de sueño, ahí es na. Cierto que con los años me he hecho un poco dormilón y tengo que tener a raya al cuerpo para levantarle cuando a mí me dé la gana, al alba casi siempre, pero no está de más darle el gusto de tanto en tanto. La sombra es agradable, he comido con abundancia, un poco más de lo que me pedían las ganas por la cosa de luego las cuestas se dejen subir con cierta gracia, la fuente canta a mi lado y la curva del camino que sube hacia la sierra, con su casita a la derecha, su pilón de aguas verdes, es graciosa e invitadora; ya se sabe que la armonía de las curvas es con frecuencia un elemento de recreo para el espíritu, mucho más que las rectas y los angulos trazados a escuadra. Las curvas, cuando reptan ondulantes por las pendientes, por las laderas de los cerros, ese movimiento ondulatorio de las culebras cruzando los caminos, son frecuentemente un elemento estético que merece contemplar; curvas de primavera cuando los chupamieles, las amapolas cubren por completo los taludes junto a la cuneta, vistiendo de fiesta la gracia de sus ondulaciones; curvas de verano, adustas, brillantes como una daga bajo el sol del mediodía; curvas de otoño barridas por el oro de las monedas que bajan de los árboles revoloteando y extendiendo sobre la tierra su manto de ocres, la mostaza de las ramas, el amarillo intenso de las hojas de los álamos blancos. Curvas, vamos, las siempre y tan estimadas de unas caderas allá donde la formidable redondez de un trasero se hace poesía en su largo ascenso hacia los hombros, hacia los senos; allá donde el final del brazo se alza delicadamente para describir el maravilloso movimiento que requiere la brusca ascensión del cuello.


Y me temo que tengo que dejarme de fantasear no vaya a ser que tanta alusión me obligue a hacer una larga parada técnica para atender a otra de las llamadas de mi cuerpo, que aunque relajado y satisfecho de su sueño, bien le puede dar ahora mismo por alguna otra petición en una hora en que corresponde de nuevo echarse al monte a seguir dándole a las piernas. Ni sombra de fuentes en mis mapas hasta el quilómetro cuarenta; y eso sí que no es moco de pavo, por mucho que me vaya a encontrar con multitud de curvas que alegren mi camino y me hagan trasladar sus hondulaciones a un imaginario y siempre presente canon.


Grillos amigos, estrellas amigas, sombras amigas de los arboles como fantasmas de la noche a mi alrededor, brisa amiga, silencio amigo, todos compañía amiga para mi cansancio, para mi reposo, para mi contemplación cuando echada la noche descargo mi impedimenta y me tumbo y miro el cielo y antes de comer algo y preparar mi vivac os dedico unos minutos de contemplación, un hola, qué tal, ¿todo bien? Todo bien, el planeta sigue su ritmo; hace un rato vistió de fuego el horizonte, acicaló de negro humo contra el fuego unos pinos que caían sobre la pista, se fue adormeciendo sobre las lomas que cierran el valle, dejando en las hondonadas, en las lomas la brasa apagada de un día más. Mis pies están doloridos, con ampollas, cansados, pero ahora, descalzo, sin más camino por delante por unas horas, mi cuerpo se relaja, agradece esta tibia brisa que pasa liviana por encima de mi vivac.







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