Sestear al sol


Jaca, 11/04/11

El pueblo de Arrés, situado alto en la ladera de una montaña, es un lugar ideal para salir de mañana muy temprano; camino sin prisas y abrigado con toda la ropa que tengo, dispuesto a disfrutar de cada detalle de esa noche que empieza a disolverse allá sobre las altas cumbres del Piarineo. El ritual de las primeras horas de mi caminar se repite, y más deliciosamente esta mañana por ese panorama que tengo en frente mientras mi camino baja suavemente hacia las riberas del río Aragón. Un tiempo que tengo que aprovechar como se aprovecha un bocado especialmente sabroso; la hora del misterio, del silencio, de mi propio silencio interior mientras me dejo impregnar por todo lo que me rodea. No será por mucho tiempo, una hora a lo sumo; después, cuando el día se imponga del todo, quedará la prosa de la mañana, un camino ancho en exceso, interminablemente recto. En alguna ocasión la irrupción del río a su lado, muy poco. Y más adelante la monotonía del asfalto, aunque en ocasiones el sendero se aleje brevemente de él. A la hora de la comida estoy en Jaca.
El vino, mi sed y un porroncillo de licor, favor de la casa, han logrado dejarme un poco achispado mientras intento ordenar mis apuntes de estos últimos días con el fin de subirlos a mi blog. Agradable sensación para después de una larga andada desde Arrés, monótona en extremo, de triste recuerdo por los guardeses que velaron por mi descanso en la pasada noche.
Sestear al sol en un parque público, con el aliciente de las montañas nevadas del Pirineo bajo el ala del gorro, tiene hoy el gustillo de los momentos que merece la pena recordar. Ni siquiera me molesto a esperar salir de la ciudad, me tumbo en el primer parque que pillo, un espacio recoleto y soleado donde el viento mueve suavemente las hojas de un castaño de indias, un abeto, algunos abedules. Bajo las ramas la nieve, las montañas de Somport, Peña Telera, lugares tan vinculados a mis recuerdos, a andanzas tan lejanas. Y cerrar los ojos y quedar en manos de los gorgoritos de los pájaros, el lejano ruido del tráfico.
Me despierta un individuo con ganas de charla y de venderme algo que, vista mi actitud, ni siquiera intenta, unas lágrimas talladas en la madera de un árbol que guardaba las ruinas de una antigua ermita. Se camina bien en esta última parte de la tarde; sol de invierno y un camino que se mantiene a cierta distancia de la carretera. Mi dudas se han resuelto, primero aquella de caminar hacia Montserrat por el Camino Catalán, y después, algo más ambicioso, a lo que al final no me decidí. Hace tiempo que persigo un fantasmagórico GR-1 cuyo diseño original empieza en Finisterre y termina en Ampurias, siempre corriendo más al norte del Camino de Santiago, y que parece interesante sobre todo porque una parte considerable discurre por la Cordillera Cantábrica y todo el Pre-Pirineo. Parece que sólo la parte de Cataluña está señalizada. Tengo los tracks de tramos sueltos y uno de ellos partía de Jaca hacia el noreste invitándome a tomar la ruta pirenaica, pero lo sopesé y no me decidí. Quizás sirva la idea para un proyecto próximo, cuando no me vea apegado ya a la necesidad de escribir y hacer fotos por el camino, algo que sopeso continuamente, quitarme de encima esta necesidad, que además de liberarme de llevar un par de kilos, puede llevarme a un caminar totalmente contemplativo desprovisto de cualquier objetivo adicional que no sea el camino, la reflexión o la lectura. Esto de escribir, aunque es un buenísimo incentivo, a veces se convierte en una atadura, especialmente cuando las cosas no salen así, ligeritas y espontáneas. Me da, además, horror repetirme, y las impresiones del camino, como las de la vida, no dejan de ser en sí una cadena de reiteraciones que requieren una mente más lúcida que la mía para poder mantener la frescura de los motivos y la diversificación de los puntos de vista a través del tiempo y las circunstancias.
Así que, abandonada la posibilidad del GR-1, sólo me quedaba girar al norte y subir la senda del valle de Canfranc que lleva al puerto de Somport. Me he hecho muy perezoso en esta ocasión para lo que concierne a prever la cena. De manera que cuando el crepúsculo se me va echando encima es cuando recuerdo que no llevo cena; pese a que he pasado frente a un par de restaurantes, no me decidí a comprar nada; no tenía ganas de parar; ya veré, me dije, más adelante. Y más adelante no hay nada. Me lo confirman dos pastores con los que me encuentro en el camino. Se me haría de noche si quiero llegar a Villanúa. Tampoco una cena merece tanto como para que tenga que perderme un apacible atardecer sobre un prado, por encima del cual las montañas nevadas constituyen un agradable espectáculo para el final del día.





No hay comentarios: