Adiós a la Isla Bonita

Barranco del Agua, 11/06/11

El camino concluyó apenas sin darme cuenta. Después de Puntallana el paisaje se humanizó, se pobló de casas, de pequeños huertos, de acomodados chalets que poco a poco fueron adquiriendo mayor densidad según me aproximaba a Santa Cruz de la Palma. También la carretera se hizo más ruidosa y al camino no le cupo otra idea que ir cerca de ella. Atrás quedaba el silencio de los barrancos y sus profundidades abismales, su silencio, sus pájaros, ahora era como una creciente manifestación de que la civilización estaba cada vez más cerca. En la práctica podía dar por teminado mi recorrido por La Palma, aunque todavía me demorase uno o dos días por llegar a Santa Cruz, donde, a pesar de haber reservado ya una habitación en un hotel, mi ánimo se hacía reticente en llegar. El salvaje que llevo dentro rehuía formalmente su entrada en la civilización. 

 


Desde aquí digo adiós a esta preciosa joya que es la isla de La Palma. Ha sido un maravilloso e inesperado encuentro. La belleza de sus barrancos va a dejar en mí un muy grato recuerdo. Creo que seguiré poco a poco con otras islas situadas en el entorno de la Península. Me hace ilusión crear un libro cuyo diseño ya me baila en la cabeza. Todas estas notas que voy dejando en este blog terminarán teniendo su acogida allí. Ahora, a mitad de tarde, ya veo desde aquí, medio oculta por una de las paredes del barranco, una de esas islas que me están esperando, la isla de La Gomera, sus bosques de laurisilva, sus barrancos... también ella tiene fama de ser una isla bonita.


Islas. Enclaves en medio del mar, que con sus montañas, sus barrancos, sus bosques, evocan las cimas y valles del Continente, pero que a su vez recogen el encanto del mar, el brillo deslumbrante de la música del mar sobre los acantilados, la caricia del agua sobre sus ensenadas y calas. Las islas constituyen una síntesis de lo que ama el caminante.






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