La ruta de los volcanes


Cráter de Hoyo Negro-El Pilar, 04/06/11

Había empezado a clarear y dudaba entre dormir todavía un poco o levantarme, cuando sentí el repiqueteo de la lluvia sobre la tienda. Me puse en movimiento inmediatamente. Fuera persistía la niebla de la noche anterior. El bosque se quemó años atrás, pero no fue una muerte definitiva, los brotes de hojas salen de los troncos, de las ramas con enormes ganas de vivir. Resulta chocante este verde brillante, casi amarillento, que sale de los troncos calcinados. El suelo volcánico lo cubre un delgado tapiz de hojas color café con leche claro. La ladera que subo constituye el espinazo de una sierra que atraviesa toda la isla y cuya parte más prominente constituye la delimitación de la Caldera de Taburiente. 

 

Según se va ganando altura van apareciendo pequeñas agrupaciones de flores amarillas que ponen en el cuadro de la mañana un delicado tono de frescura. Más arriba aún inundarán el sotobosque con una mancha de color, las laderas se convierten entonces, barridas por la niebla, en un hermoso cuadro impresionista. El tabaco oscuro de la lava, el siena de la ceniza, los bloques, como pequeños asteroides delimitando el camino, y más allá el manto de las flores sobre el que se yerguen los oscuros restos resucitados de los pinos.

Mientras tanto, cuando el camino va dejando atrás pequeñas agrupaciones de pinos enanos de brillantes hojas amarillas, cuando la niebla va quedando atrás recogida en los valles, el sendero se alza de repente sobre un pináculo de oscura lava y, sobre el mar de nubes que cubre el mar, despunta al este la inmensa mole del Teide, lejana y luminosa envuelta en la gasa azul del cielo. El camino transcurre ahora por la cresta sominal y deja a la izquierda las enormes fauces de un cráter cuyo fondo no se ve, acaso el cráter del Hoyo Negro, no estoy seguro.



El protagonista de mi novela, Honda, abandonó la India y tras una corta estancia de Bangkog, vuela a Japón. Sin embargo allá se lleva, parece que de por vida, la profunda impresión de su visita así como un buen puñado de interrogantes que intentará resolver en capítulos posteriores, aplicándose al estudio del budismo y del hinduismo. El argumento de fondo de la cuatrilogía es la persecución de las sucesivas reencarnaciones de Kiyoaki, un antiguo amigo de los años de universidad. Su segunda encarnación, Isao, es aquel personaje que moría frente al sol naciente haciéndose el harakiri, el mismo sol que viera Honda surgir de la selva reflejado en las aguas del Ganges; ahí había quedado mi lectura al final de la caminata por Ibiza. Isao ardía en deseo de restaurar la pureza del antiguo imperio japonés y para ello era imperativo hacer desaparecer la corrupción del país, razón por la cual decide asesinar al principal y cínico representante de las finanzas de su patria. Su ideal de un imperio puro le lleva pues a su propia muerte a través de la muerte del financiero, que es para él la representación más ominosa de la corrupción y de la depravación de aquel tiempo.



Mi propósito de adaptar mi paso a la intemporalidad, a un objetivo que sólo esté mediatizado por la necesidad de conseguir agua, da resultados esta mañana. Las horas pasan apenas sin darme cuenta rodeado de una paisaje hermoso y adusto, aupado sobre la tierra y el mar más arriba de las nubes. De todo el espacio circundante sólo las mas altas montañas sobresalen sobre la blancura de las nubes. Cuando el sendero comienza a bajar, volviendo otra vez al bosque del que salió, busco una sombra y me propongo dar un alivio a mis piernas. El altímetro marca mil seiscientos metros sobre el nivel del mar. Hace fresco a la sombra, así que cuando he terminado de comer preparo mi siesta frente al mar de nubes: me abrigo, saco el mosquitero y adopto la posición de meditación más adecuada para el momento: las manos en los bolsillo, las piernas estiradas, el mosquitero interfiriéndose entre las moscas y mi rostro. Durante dos horas me transformo en un muerto viviente, llevo el descanso a mis cuerpo cansado.


Paso el final de la tarde en los alrededores del refugio de El Pilar escribiendo y dando cuenta de mi cena. Para usar el refugio tengo que ir a pedir permiso a no sé donde a muchos kilómetros de aquí, para acampar parece que también. Pero en fin el encargado se vuelve tolerante y me señala el sitio de acampada. Allí los servicios están cerrados con llave, quizás para usarlos tenga que ir también a Santa Cruz de la Palma a por la llave. Cosas chereberes que pasan. El mundo tiende a estar excesivamente organizado, cada cosa en su sitio y siguiendo un orden. Yo no he nacido para tanta organización, pero entiendo que un refugio es un refugio, vamos, para refugiarse de la noche, de una tormenta que viene de imprevisto, de la lluvia, pero para eso tendría que... etc. Es que si no la gente se lo carga, viene con el botellón y... también es cierto. De todos modos nada de quejarse, esta isla es el primer lugar que visito en mucho tiempo en donde los caminos no sólo están perfectamente señalizados sino que además se ven cuidadísimos. Algo muy diferente de lo que sucede en Madrid, que de tan ocupados como están en otras cosas, ni siquiera saben que existen caminos en la comunidad, y menos caminos que deberían estar cuidados y señalizados, que no sólo de consumir gasolina vive el hombre; se ve que el equipo de la Esperancita no tiene suficientes luces para captar estas sutilezas que ponen en comunicación al ciudadano con las montañas y sus bosques. Buenas noches.
















1 comentario:

la granota dijo...

Preciosas fotos. Las flores se llaman corazoncillos, a mi también me gustan mucho.