Un poco de teologia frente al Midi D'Ossau




Ibón de Anayet, 18 de julio (de nefasta memoria) 


     Me proponía hablar algo sobre la existencia de Dios al hilo de la lectura de Javier Sádaba, pero al buscar la fecha para colocarla en la cabecera me sorprendió lo significativo de la misma. Me pregunto si el que  unos meapilas como eran tantos de los representantes de aquel criminal alzamiento contra los que eran los legítimos representantes del país en aquellos momentos, decidieran con el pleno apoyo de la Iglesia comenzar una guerra que se llevó a medio millón de españoles a la tumba y que trajo el horror y la miseria a toda la nación, tiene que ver acaso con la más miserable de las interpretaciones de la existencia de Dios. Es una extraña pregunta que me surge repantingado junto al ibón de Anayet con la mole del Midi d'Ossau sobresaliendo imponente al otro lado del lago. Me explico. Sí aquella farabunda de criminales hubieran practicado una religión basada en la justicia y en el respeto del hombre, en vez de servirse de ese melifluo dios, que no sólo avalaba sus actos criminales, sino que servía de tapadera a todos aquellos actos espurios que trataban de hacerse con el poder político y económico, la guerra no habría tenido lugar. La historia de la devastación que han producido tanto los hijos de Mahoma como los de Cristo, así como la confabulación de estos últimos siempre con el dinero y el poder, debería servir de sobreaviso para indicar el cariz, el perfil de ese Dios que ellos adoran. Si ese por sus actos los conocerás es cierto y ellos son el reflejo de ese Dios que predican, ¿qué mierda de Dios es ese que permite las miserias que se hacen en su nombre? 

     Podía haber subido por este valle pero quería llegar precisamente aquí para contemplar esta montaña en las tranquilas aguas del lago. Es una montaña emblemática, quizás la más bella del Pirineo. Hoy la cubre una pequeña masa de nubes. El Midi aparece como un dios presidiendo esta parte del mundo.



      Uno, aunque le guste escribir es bastante ignorante y no debería meterse en camisa de once varas, pero esta mañana según iba leyendo el libro de Javier Sádaba pensaba que al mismo tiempo que existe la historia de cómo se fueron fraguando las ideas religiosas en el hombre a lo largo de los tiempos, se da también el hecho relevante y poco tenido en cuenta de cómo en un mismo hombre la idea de la existencia de Dios o su no existencia va manifestándose y variando según ha sido su experiencia, dependiendo de sus lecturas, de sus viajes, de las personas con las que ha tropezado. Y esto, precisamente por tratarse de  de un asunto individual uno debería poder hablar de ello  aunque no sea doctor en teología. Más, me parece un tema interesante precisamente por ello. No sé si somos, como aprendimos en el instituto, una tabula rasa sobre la que unos y otros van escribiendo, amén de nosotros mismos, pero lo que desde luego es obvio es que las personas engendramos creencias en función del lugar de nacimiento, el entorno social en que crecemos, etc. Yo pasé ocho años de mi infancia en un colegio de los salesianos y, en concordancia mis creencias religiosas giraron durante aquellos años en torno a lo que allí se decía y practicaba; así fui entonces niño de comunión diaria al que se le saltaban las lágrimas en arrobada devoción cuando me hincaba de rodillas ante una imagen de escayola de la Virgen María Auxiliadora. También quise ser cura en aquella época; hasta ahí llegaba la tremenda presión que los curas ejercían con las todavía blandísimas mentes infantiles.

     ¿Creía en Dios entonces? Claro que creía, ¿cómo no iba a creer sometido a aquélla presión? Creía con una fuerza desmesurada, hasta las lágrimas, hasta grabar con una cuchilla de afeitar en mi cuerpo el nombre de María Inmaculada. Después naturalmente me fui haciendo mayor y pasé muchos años quitándome de encima la herencia recibida. Leía mucho, también de cuestiones religiosas. Los interrogantes se acumulaban por docenas en mi cabeza. Me debatí durante años entre el destierro de la idea de Dios y su negación; pero mis lecturas crecían de continuo y ello era un buen bastión contra la herencia recibida. Seguía yendo a misa y comulgando, pero aquello era ya un pez moribundo fuera del agua. Creo que el desenlace definitivo, después de incorporar a mis lecturas a Darwin, Bakunin y a Nietszche se produjo precisamente en mis tempranos años de hacer montaña. Seguía apreciando el trabajo de las comunidades cristianas de base de entonces, e incluso participe en ellas durante un largo periodo, pero el desenlace estaba hecho. Admiraba a la gente como Helder Cámara y Ernesto Cardenal, a todos aquellos que militaban en el movimiento de teología por la liberación, pero mi concepto de la realidad estaba ya en otro lugar. Sí, Dios no existía. Fue un gran descubrimiento, descubrimiento, tras un largo trabajo de perseguir la verdad con tesón, visceral que se me fue imponiendo con los años con la fuerza que se impone un conocimiento evidente. No sólo eso, sino que mi ateísmo se hizo combativo, crítico especialmente con una Iglesia que nunca quiso saber de los pobre y que se aplicaba con fervor a pasar la mano por el hombro a los poderosos de este mundo. 

     Los años hacen que las ideas y creencias se vayan asentando dentro de uno con el sosiego que da sentirse uno más entre todos los otros seres que pueblan el planeta. Queda lejos la arrogancia de sentirse seres especiales destinados a vivir eternamente felices entre angelitos, santos padres de la Iglesia y aquellos otros elegidos de Dios. No sólo eso, también uno siente cada vez más firmemente que en realidad la práctica de muchas creencias religiosas lo que indica es un alto grado de infantilismo, algo que en una sociedad más avanzada será inconcebible, infantilismo que curiosamente se da más abundantemente en sociedades tan presuntamente avanzadas como la estadounidense en donde, cita Sádaba, un sesenta por ciento de la población todavía piensa que existen los ángeles, sí, esos seres alados que vuelan invisibles a nuestro alrededor velando por nuestra alma. 


     Estaba esperando a que despejara en el Midi para fotografiarlo, pero nada, se puso a llover y tuve que levantar el campamento. En el descenso hacia Formigal los riachuelos, hinchados como nunca, se hacen difíciles de atravesar. Mientras como en el restaurante hablo de mi proyecto con otro comensal y vuelve a saltar el problema que me preocupa estos días: la nieve en los altos collados que comunican Respumoso con Bachimaña. Me aconseja que llame por teléfono al refugio. Lo hago de inmediato y las noticias no son buenas, no es prudente cruzar hacia Bachimaña si no llevo crampones, tampoco debería poder cruzar hacia el refugio Vallon y Gaube, demasiada nieve por encima de los dos mil trescientos metros. Así que tras darle vueltas al mapa de aquí para allá me resigno, la culpa la tienen mis crampones que se quedaron en casa. Buscaré esta tarde otra alternativa.



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