Bunkers al rayar el alba




Valencia, 11 de octubre 

Los bunkers de hormigón, viejos como momias, agazapados entre la maleza aparecen en la mañana del Mediterráneo como fantasmas que asustan la seguridad del presente. 
Por mis auriculares oigo un poema de Benedetti que habla de Allende y Chile, que es como hablar de la barbarie soterrada a la vera de cualquier camino, pero dispuesta a resucitar a la primera de cambio. Lo testifican esos bunkers que dejo atrás, restos de una guerra fratricida e infame, las alimañas están siempre con la garras preparadas para saltar sobre los inocentes de cualquier raza y condición
que creyeron que el mundo podía ser un vergel de justicia. Soy hijo de tiempo de paz, esa suerte me cupo en un mundo salvaje donde todavía unos pocos siguen usurpando con mano de hierro las riquezas de la tierra, pero la guerra y todas sus calamidades nos rodean amenazantes por mucho que queramos permanecer ciegos. Uno abre un libro de poemas y se encuentra con ello, uno de historia y lo mismo. 

No sé puede vivir ignorando la ignominia de Chile, Argentina, Irak, los Balcanes, todo rezuma apestosa verdad aunque la sangre no llegue a salpicar nuestra camisa impecablemente blanca. Leo Campo cerrado, de Max Aub, los años treinta de nuestra España, huele a podrido, como en tantos momentos de nuestra historia. Los poderes fácticos, como hienas, se aprestan a convertir el país en un río de sangre. Y yo mientras tanto leo también a Benedetti, mientras rodeo el puerto de Sagunto y una refinería más que me confina al campo y a recorrer caminos inhóspitos sembrados de bunkers camuflados entre las zarzamoras. Por fuerza todo esto me pone en estado de alerta. España fue tomada por el fascismo más recalcitrante, lo fue Argentina y Chile. Sus restos coexisten camuflados entre la modernidad de
un mundo ajeno, parece, a la violencia de las armas, sin embargo con el aire llega a  veces un cierto olor a podrido. En esta parte del país que recorro hay nombres propios que me dan dentera y que aparecen en la primera página de los periódicos, es el caso de ese apellido Fabra, los que están en el centro de todas las cosas, todas la decisiones, gente peligrosa siempre...  Gente que se reproduce a sí misma, caciques durante generaciones que procrean y paren, como es el caso de la hija de este último, que son capaces de gritar en el Parlamento de la Nación un que se jodan dirigido naturalmente a lo otros, a los que décadas atrás vencieron en una guerra después de que fuera imposible hacerlo en la urnas. ¿A que no es difícil imaginarse en una situación de conflicto a esta hija de papá agarrada a una ametralladora barriendo con ella a todo lo que no sea esa flor y nata del país de vergonzosos privilegios? 

Leer poco a poco cómo, sin que lo advirtieran los protagonistas de lo años treinta, se iba acercando la catástrofe de la guerra civil, pone los pelos de punta. 

Lo repito, esta mañana en la media luz del amanecer me encontré con una docena de bunkers agazapados entre las zarzamoras. Los he visto por todo el país desde que era niño y nunca hasta hoy su visión me había impresionado como lo hizo hoy. Quien lee con asiduidad tiene a veces ese sino sobre sí, una veces es el placer simple de la lectura, pero también es el horror y el despertar de la conciencia adormecida, la toma de conciencia de hechos que corren el peligro de ser olvidados y es necesario volver a recordar para saber de dónde venimos, quienes son quienes sembraron el horror y cuales son sus estratagemas. Porque la historia se repite inevitablemente. Quizás por ello me impresionaron tanto aquellos bunkers, uno nunca puede estar completamente seguro de lo que va a suceder mañana o pasado mañana. 



Anoche, después de terminar con mi post, estaba encantado con esta vida de gitano. Miraba la ancha playa en la oscuridad con el mar rompiendo a unos metros de mi vivac y sentía una fuerte emoción de bienestar tras aquel largo día de caminar. Me sucede a veces, sentir cómo sube por mi cuerpo todo ese flujo de emoción, viene como una leve brisa interior y poco a poco toma los músculos, el cuerpo entero y lo llena de un gozo incomprensible y espontáneo. Me dormí cómo un bendito sobre el lecho de piedras. 



A la cinco y media de la mañana ya estaba en pie caminando por aquel anchisimo y extenso campo de piedras. Lejanas luces iluminaban el frente de la olas que aparecían en la oscuridad cómo extraños seres que fueran a invadir la tierra. Era todavía de noche cuando llegue al puerto de Sagunto. Un buen desayuno a la inglesa me dejó en buena forma para el largo camino de hoy. Alterné mi caminar sobre asfalto con largas caminatas por la arena de playa con lo pies descalzos. Atravesar Valencia a pie no tuvo apenas gracia. Cuando camino y me acerco a las grandes ciudades me dan ganas de coger un autobús y saltármelas. El engorro de atravesar las zonas de los puertos no es poca razón para ello, cualquier dirección que uno tome puede ser un callejón sin salida. En Sagunto me tuvo que echar una mano la policía local, en Valencia tuve que preguntar un montón de veces para llegar a la desembocadura del Turia. Junto a la aguas del río me quedé. El parte del tiempo amenaza lluvia, así que no me queda otra que buscar un lugar para mi tienda y ponerla cuando se haya hecho completamente de noche.



Las nueve de la noche. Todavía me queda curarme los pies y poner la tienda. Tendría que contestar un correo, pero el cansancio me puede, ha sido un día especialmente largo. 

No hay comentarios: