Entre el Turia y el Júcar





Cullera, 12 de octubre 

Hoy caminé entre la desembocadura del Turia y el Júcar, o lo que es lo mismo entre Valencia y Cullera. A Cullera ya se la veía muy a lo lejos allá temprano, una montaña clavada en el horizonte, tan lejos, al final de larguísimas y solitarias playas abandonadas a su suerte hasta la próxima primavera. 



Al despertar el día los pescadores en la desembocadura del Turia son docenas. Es fin de semana. Antes del amanecer, los que corren, los que van en bicicleta habían empezado a pasar frente a mi tienda con sus linternas frontales encendidas como luciérnagas en la noche. Dejo el paseo marítimo enlosado y de fácil andar y me interno en la ancha playa. Antes pregunto a un corredor por la firmeza de la arena junto al agua. Buena, dice, yo acostumbro a correr por ella todas las mañanas. 

Caminar junto a las olas al alba se ha convertido en mi afición favorita en estas últimas semanas. La larga playa que separa la Albufera del mar es un delicioso paseo matinal. Hoy los espigones están ocupados por los pescadores desde antes del amanecer. Hoy es emoción encandilada del mar, mañana plena de espuma y sol, día de hacer versos con la hoguera del alba. En el horizonte barcos de papel, sombras de acero contra el ámbar de la mañana. 





Hoy soñé no sé qué cosa que quise recordar sin éxito, en mi otra vida las cosas también eran lindas y suavemente acariciadoras, como este amanecer de oro junto a la Albufera. 

Recoger con mi cámara un trozo de mañana, de alba, de sol, de esperanza. Días de gracia y dolor en los que hacer versos era el remedio contra la pena. Hoy, frente a este mar de Valencia quisiera de entonces recuperar el hilo de alguna emoción olvidada en los rincones de la memoria. 



Sublimado , trascendido, disuelto en la mañana y la espuma, como Dios manda. 
El sol se apaga durante un momento, queda el rescoldo, un débil resplandor entre las nubes. 

En la arena el eterno romper del agua.

El hombre necesita emociones con que alimentar su alma. 

Helas aquí esta mañana 
Ea ¿dónde buscarlas? 
Qué mejor que junto a la paz tranquila de la olas, sobre la enteca arena,
metrónomo las olas, la mañana. 

Cuando el alba termina por disolverse en lo espigones, en el cercano horizonte
donde barcos de carga están anclados, 
queda el mar meciéndose azul entre las nubes. 

La playa, cabalgando sobre el mar y la Albufera,  se extiende infinita
hacia la calina de unos montes. 



Mis pies siguen de cerca el ribete blanco durante muchos kilómetros hasta tropezarse con el gibón del Pujol, primero de los canales que comunican la Albufera con el mar; desde allí me interno en la Albufera, lagos y bosques de coníferas, que pasan por ser el hogar de tantas aves acuáticas. Los caminos, que la autoridades de medio ambiente han rotulado para recreo del público, recorren por aquí y por allí el parque, que hoy, sábado, se ve asiduamente frecuentado por caminantes y ciclistas. El cielo está nublado y es agradable pasear por este enorme parque que unas veces me recuerda al Retiro de Madrid y otras a la Casa de Campo.  



Después de comer estoy de nuevo en la playa caminando junto a las olas hacia Cullera, una prominencia rocosa que se levanta difuminada en el horizonte de la costa. Como otras veces la playa ofrece un aspecto desolado, vacío, aunque alguna que otra torre de hormigón rompa la horizontalidad del paisaje. 

Se camina bien, la arena esta dura, las olas vienen a acariciar mis pies y se marchan atropelladas por la que vienen detrás empujándolas. No estaría mal dedicar la vida entera a recorrer el mundo a pie, sus costas, sus montañas, sus desiertos, siempre en contacto con la tierra. 
Sólo eso... Y un día despedirse de este mundo, de la vida y se acabó, au revoir. 

Hoy no me hace echarme la siesta, está fresco el ambiente, caminar por la playa me produce un gusto muy especial.  

Escucho a Mario Benedetti entre el fragor de la olas. 



Palabras que como música alertan mi atención sobre el mundo 
palabras de sangre y vino 
donde tanto el mar como aquella vieja de dedos sarmentosos y pechos caídos 
que cantaba José Larralde, 
tienen su espacio.

Palabras, 
pobres e insuficientes, 
de esparto, de espliego, del jazmín de  los templos de Varanasi
donde la calėndulas inundan los templos, 
las piras funerarias, la mirada abstraída de una nena de tez cobriza 
que me sonríe con su dedo índice en la boca mientras la retrato. 
Siempre palabras tratando de explicar el mundo, 
buscando la raíz de una emoción, 
cantando el desparpajo de las olas
ese tictac que nos advierte de la escasa longitud del tiempo
de la vana pretensión de  agarrar las estrellas con la mano. 

Albatros y petreles
en brazos del viento. 

Palabras, 
el mar imperturbable 
azulenco
solitario 
ola sobre ola cabalgando, 
brincando algo solemne, 
espectáculo para un día de octubre ventoso.






3 comentarios:

luisBas dijo...

Buenas. El mar nos pone poeticos y lleva la mente por caminos que no imaginamos. Bonitos pensamientos escritos con cariño.Aqui , en mi pueblo hay muy poca gente y disfrutamos de el a diario . Cuando bajo siempre veo en una roca que haY en el paso ded la playa de Pozuelo a la de Galera y que tiene una marca roja y blanca y me acuerdo de ti y de tus GR, Veo que avanzas con repidez en facebook te hee dejado el telefono dr casa para que me llames y no te pases de largo.Fuerte abrazo

Alberto de la Madrid dijo...

Mis compañeras de tantas andanzas, el rojiblanco de los grandes caminos. Espero llegar a tu pueblo en algún momento. Nos vemos

Alberto de la Madrid dijo...

Mis compañeras de tantas andanzas, el rojiblanco de los grandes caminos. Espero llegar a tu pueblo en algún momento. Nos vemos