Cuando la propiedad privada es escandalosamente abusiva




Cap de L'Horta, 17 de octubre

Tropecé con demasiados obstáculos hoy. Cuando todavía era de noche el camino se subió a unos montes que caían al mar. Una torre vigía en lo alto ofrecía un bonito contraluz contra el incipiente amanecer. Pero todo aquello, las playas, los acantilados, no duraron mucho, apareció más adelante un jeroglífico de urbanizaciones que terminaron dejándome en un callejón sin salida, una playa nudista en donde una pareja hacía sus abluciones matinales en un mar tranquilo que igual podía ser la orilla del río Ganges. Me confirmaron que no había salida posible. Altos acantilados de un bello color café con leche que las primeras luces del amanecer vestían con primor, cortaban el paso por todos los lados. Está gente que ocupa con su viviendas, rodea los acantilados y las calas hasta el punto de hacer inaccesible desde otro lugar bellos rincones de la costa son el resultado de la connivencia de la administración y la gente de mucha pasta, cuando no de la desidia que no es capaz de ofrecer a la generalidad de los ciudadanos el patrimonio de sus municipios, dejando que cuatro listos usufructúen el patrimonio de todos. El único paso a esta playa era un caminillo entre dos propiedades no más ancho de veinte centímetros. La ley de Costas es una mierda cuando permite estas cosas, eso y propiedades que descaradamente plantan su linde con vallas y espinos en el mismísimo mar.


En fin, que tuve que dar una vuelta de mil demonios para alcanzar unas lomas próximas; después, escarmentado por aquella experiencia y viendo por delante un panorama similar me resigné al duro y ruidoso asfalto. Me puse el gorro de cazador, bajé la visera para que mi vista no alcanzara más allá de dos metros y tiré arcén adelante con mis oídos ocupados en mis lecturas. No me preguntéis qué paisaje atravesé, cómo era aquello, que no lo sé, la carretera, muy ruidosa, subía entre lomas peladas y desérticas, el mar debía verse al fondo. Terminé unos podcasts y después me sumergí en los versos de Benedetti como quien se sumerge en el mar, aislado del mundo exterior, protegido en el regazo de los versos, resistiendo el duro asfalto, el calor que caía a plomo como en mitad del verano. Cuando camino así, si alguien me hubiera dado un golpecito en el hombro para sacarme de mi ensimismamiento seguro que habría despertado sin saber bien donde estaba, en mi casa, en Japón, qué se yo, y es que al sumergirme en algo que ocupaba todo mi atención lo que sucede es que me aíslo hasta el punto de perder el contacto con la realidad que me rodea. Esos dos metros que tengo delante de mí caminando como un autómata no son un espacio perteneciente a un lugar preciso, solo pertenecen a parte de mi geografía interior. 



Terminé metiéndome en un bar restaurante del camino, donde el dueño, misteriosamente, al pedir algo con que acompañar mi cerveza, hizo un gesto indefinible y se metió en la cocina. Cuando ya casi me había terminado la cerveza apareció con un recio plato en donde había de todo, macarrones, ensalada, carne y unos ricos y diminutos tomates asados. Le debí de caer bien a primera vista y pensó que un buen trotamundos necesita alimentarse bien. Comí por un precio regalado. Era mediodía pero aquello me serviría ya hasta casi la tarde. Dos kilómetros más adelante pude salirme de la carretera nacional para buscar el mar, los altos cerros quedaban atrás y ahora la costa se hacía dócil y transitable. Sería el principio de una larga caminata por las playas al norte de Alicante. También caminar por las playas cansa, así que a eso de las tres y media me fui hacía el interior en busca de algún refresco, algo que echarme a la boca y, por supuesto, una sombra y un trozo de césped en donde descabezar una larga siesta. Lo que se hizo realidad enseguida, una hermosa sombra bajo un pino me acogió. Unos sándwichs y un litro de refresco de limón fueron el portal para un larguísimo sueño. Estaba realmente cansado, el asfalto me había dejado casi fuera de juego. 


Después, repuesto de mi caminata anterior, volví la playa. Aquello era otra cosa. Volvía a tener el cuerpo ligero, la temperatura había descendido y las olitas hacían risueñas plas plas a mis pies, volvía a ser un hombre despreocupado y feliz. Había llamado al albergue de la juventud de Alicante para hacer una reserva y aprovechar para darme una ducha a fondo y hacer una colada completa de mi impedimenta, pero luego comprendí que iba a tener que correr mucho para llegar hasta el dichoso albergue, así que mejor buscaba un lugar en el cabo, junto al faro, un par de kilómetros más allá del final de la arena. Elegí una terraza de la playa para cenar y después me volví a la playa. Había una montonera de gente corriendo junto a las olas bajo la luz de la luna. 
Romántica afición la de estos corredores nocturnos. 

Más allá de la playa busqué la compañía de los pescadores entre las escolleras. Eran dos, acababan de llegar, sus nasas estaban vacías. Casi luna llena, el viento trae a veces gotas de agua hasta mi cara, la mar está discretamente revuelta. Aquí termina mi jornada de hoy, estoy deseando encontrarme las señales rojiblancas del GR–92 que comienzan en la provincia de Murcia. Allí hay muchos tramos que ya conozco de una primavera que anduve caminando por la zona. Vuelta otra vez a una costa solitaria y realmente hermosa, cabo Tiñoso, Cal Blanque, Cal Negre y recoletos rincones donde no encontraré un alma.



2 comentarios:

l dijo...

Asi es la especulacion . La ley de cotas ..... mejor no hablar, aqui abajo hay un chiringo que esta puesto como si estuviera an Venecia.Vamos, una pena pero no es unaexcepcion,
Vi el blog de tu chico, muy interesante, no se podia esperar menos de esos genes,
La casualidad nos persigue con la lectura hace unos dias acabe de leer un libro de Benedetti, Primavera con una esquine rota" fenomenal , pues cono novelista para mi era desconocido y me ha proporcionado una agradable sorpresa.
Bueno , por hoy nada mas, espero que estes bienacomodado y que descanses.

Alberto de la Madrid dijo...

Empecé a leer esa novela de Benedetti un día que subía al Modalindo desde Bustarviejo. Curioso como la memoria trabaja. Hoy en un espigón junto a La Salinas de Santa Pola y bajo la luz de la luna llena.