Luna llena





Salinas de Santa Pola, 18 de octubre

Hoy temprano en un bar de Alicante oía en la televisión a Esperanza Aguirre hablar sobre el independentismo catalán largo y tendido en un programa de TVE que más parecía que fuera una barricada contra lo que se acerca, la oía y pensaba que acaso uno no debería ser tan crítico con esta gente; tenia cara de buena, como de quien no ha roto un plato en su vida. Y oía y veía a continuación, mientras me tomaba una ensaimada y un café con leche a María Dolores de Cospedal, seria, interpretado el papel de víctima por no sé qué información aparecida en lo periódicos que habla de lo mucho que le gusta a esta mujer el dinero y de algunos miles de euros que le habían llegado al bolsillo acaso de manera no muy honesta y sentía que, pobrecita ella, que... Hoy parecía como si todo el mundo fuera bueno y uno un cascarrabias protestón contra esto, lo otro, la propiedades desmadradas, los chorizos, en fin. Era un papel triste ese de andar por la vida enmendado la labor de unos y otros. Me asaltó la sospecha de que todos en realidad fuéramos buenos, buenos como el pan, sin tachadura de codicia,  bienintencionados, amantes de la justicia, equitativos, solidarios, toda esa gentuza estaba a punto de convertirse en inocentes servidores de la cosa pública. Visto así el mundo y para no sentirme mal, y como yo no podía cambiar mi conocimientos y mis sentimientos, acaso dando la vuelta al mundo y convirtiendo a los listillos en buena gente, que acaso sólo hicieron algo torcido sin proponerselo, yo podría librarme del peso de mi ofuscamiento contra esta pobre gente que nos gobierna desde el poder político o económico. ¿Por que ese repentino deseo de reconciliación? Quizás porque uno también se cansa de ejercer de agorero, de poner continuamente en la picota cierta realidad, cierta gente y es algo que perturba el equilibro interior. Parece que uno se viera obligado continuamente a la monotonía de poner de vuelta y media a un buen puñado de la derecha más recalcitrante. 

Sí, aparte la ironía, uno siente que este clima de continuo desprestigio de las instituciones que conlleva el hecho de que estas hayan sido asaltadas por chorizos y aprovechados en nada nos beneficia, corremos el riego de hacer inservible el trabajo social de generaciones que gastaron su tiempo y su esfuerzo por levantarlas y darles contenido. Este escepticismo que baña la sociedad actual corre el peligro de hacernos perder la esperanza en esa democracia que se presenta como el único cauce pacífico para mejorar nuestra sociedad. Que los proletarios voten a lo ricos, como cantaba esta mañana Benedetti en alguno de sus versos, es una anomalía que acaso algún día pueda cambiar en un clima de menor ignorancia. El conocimiento y un sentido crítico ejercicio desde la convicción de que esto sí se puede cambiar, parece mejor herramienta que el escepticismo que se nos aproxima viendo el panorama que tenemos delante.  



La realidad es como lo cuerpos que veo de continuo en la playa, uno la quisiera estilizada, armoniosa, como una muchacha de cuerpo bonito, pero ay, ¿dónde están esos cuerpos que sólo a duras penas vemos entre la generalidad de abultadas barrigas y físicos a los que la edad, como todas las cosas, va pasando factura?




Al norte de Santa Pola encuentro un apacible y familiar ambiente de playa. El sol cae inclemente. Termino refugiándome en un chiringuito, donde un chico joven de Fuenlabrada al que la ESO se le hacía muy cuesta arriba hasta el punto de abandonar sus estudios, tiene una enormes ganas de conversación que parece querer saciar conmigo. El kiosko tiene un par de bafles de medio metro cúbico y a duras penas logro adivinar lo que dice en medio de una música de Olaya a toda pastilla. Después de comer es agradable caminar por la playa batida a esa hora por una brisa tenue y acariciadora, tal como para empezar una nueva novela con la que acompañar este pequeño bienestar que viene de mi paseo, sus olas y su brisa. Elijo En América, de Susan Sontag, y me preparo para hacer de mi paseo hasta Santa Pola el mejor momento del día. De vez
en cuando subo el ala de mi sombrero e inspecciono el mundo femenino de mi alrededor, cuerpos bonitos y esas cosas, la playa es un bellvedere que se ha humanizado con la brisa. 



Paso por una zona nudista. Los cuerpos desnudos a veces no son bellos, algunos me recuerdan el cuerpo desplumado de una codorniz, una gallina despatarrada al sol. Eso hasta que me topé con un culito que mereció que yo parara mi reproductor para observarlo adecuadamente, un culito apenas cubierto con una especie de tanga que lo que hacía era resaltar la bondades del final de la espalda de la bañista que venía perseguida por un perrillo de lana por toda compañía. Pero bastó que me parara un momento para dejar constancia del hecho, ese culito de buen ver, para que cuando volviera a levantar la vista hubiera desaparecido totalmente tragado por la tierra. Leer, escribir, mirar, no no puede atender a todo, algo termina por escaparse. 




Podía descansar un rato, buscar una sombra, pero en este país apenas existen las sombras, solo la mía, que a esta hora es ya es un poco alargada. Costa pedregosa y plana con pequeñas ensenadas de arena cenicienta cubiertas por las algas. Me siento no obstante un rato. El agua salta por lo aires y deja gotas de lluvia sobre mi cuerpo. Hace un poco descubrí un mirada de interés en mi camino, mi corazón lo agradeció, ella leía bajo su sombrilla en una apartada calita y levantó los ojos que se encontraron con lo míos, no desviamos la mirada, paso un ángel. Quedó enseguida atrás, continué por el camino de la rocas, volví a la historia que una lectora neutral me estaba contando. 



Noche de luna llena junto a las salinas de Santa Pola, un espigón donde creció la hierba y vuelan lo mosquitos dispuestos a chupar la sangre al caminante. Menos mal que el frasquito de Relec funciona perfectamente. Llego con un revuelo de zumbidos a mi alrededor y tengo que mover piernas y manos hasta ponerme en situación, unos pantalones y ropa que me cubra los brazos, a continuación viene en Relec, el mejor repelente que conozco y que hay que dosificar porque de barato no tiene nada, así que rocío tobillos, cara, cuello y manos y con eso es suficiente para espantarlos. Ya puedo mirar tranquilamente a la luna y escuchar el runrún de la olas. A unos doscientos metros montañas blancas que recuerdan la nieve y son de sal. Veremos cómo atravieso yo mañana de noche el laberinto de las salinas.  



2 comentarios:

luisBas dijo...

Otra noche mas , y van.....
El caminante sigue su ruta y no teme ni a los mosquitos, la sed, el calor,los veraneantes, las vallas,las cuestas, la lluvia ni las ampollas asi que: duro y sin perder el objetivo, descansa y sueña con los angeles y las suecas.

Alberto de la Madrid dijo...

Por soñar que no quede.