No me deja mi mujer






Parque Natural Delta del Ebro, 4 de octubre 

Cuatro de octubre y durmiendo en la tienda sin saco y en porretas No hay quien entienda este tiempo. Metí en mi equipaje guantes y gorro de lana y lo único que habría necesitado hubiera sido un bañador. Los alrededores de mi campamento están siendo rondados por un puñado de ojos escrutadores, todo el gaterío de la zona parece haberse reunido en este pedazo de pinar. 

De mañana temprano, nada más empezar a caminar me encuentro con Salvador, un hombrón de raza negra de proporciones colosales y de músculos desproporcionados. A su lado debo de parecer un pigmeo. Su cabeza reluciente sin un solo pelo, sus facciones distendidas, sus ojos miran amables acompañando a una amplia sonrisa. Lleva su morral lleno de piedras, esos cantos rodados como huevos que se encuentran en todas las playas. El médico le he dicho que tiene que bajar peso y Salvador se lo toma muy en serio. Más tarde probaría a levantar su macuto y no pesaría menos de veinte kilos, sin embargo no acusaba en absoluto el peso, camina ligero mientras andamos rodeando una costa bella y agreste. Me cuenta que es militar y que trabaja en Tarragona. Viene tres o cuatro días a la semana a hacer este camino desde hace un mes en que se lo enseñó un amigo. Hasta poco tiempo atrás era showman, uno de esos que levantan camiones y cosas así, seguro que lo has visto en la televisión, me dice. Después el médico se lo prohibió, por el corazón, afirma, como si aquello hubiera sido una contrariedad importante para él. Cuando le cuento que tengo la intención de caminar junto al mar hasta la ciudad de Huelva, abre los ojos como platos. ¿Qué, no te gustaría hacerlo a ti? Estás fuerte suficiente para ello, le digo. Oh, mi mujer no me dejaría, contesta. Y me hace mucha gracia pensar en este hombre grande y fuerte como un elefante al que acaso le gustaría caminar durante algunos días seguidos y que no lo hará porque, esas palabras dijo, su mujer no le dejaría. 



No sé si es que el idioma a veces está lleno de sutilezas y lo que expresa es un modo de decir o es que acaso literalmente las cosas son así. En inglés para decir que un hombre sale con una mujer una tarde, utiliza el verbo to take, que tomándolo en rústico castellano seria tomarla, sacarla, llevarla. Usted también puede comprar comida en un Take away, comida para llevar. Curiosidades del lenguaje que quizás expresan un trasfondo, una manera de ver el mundo. También los posesivos del inglés enfatizan a la persona que posee la cosa, her house, si la casa es de ella, mientras que usamos his house si es de él; nosotros atendemos sin embargo a la concordancia de la cosa con su posesivo. 

Me pregunto humorísticamente si eso de que la mujer no le deje a uno hacer esto o lo otro en el matrimonio es una peculiaridad del idioma que recoge hábitos en donde la mujer tiene la potestad de prohibir el marido hacer determinadas cosas, o si por el contrario el hecho pertenece al ámbito de la psicología o de la sociología en donde el estatus de la mujer goza realmente de esas prerrogativas. Cosa de divertirse un rato con las palabras, pero es que a la chita callando las mujeres, no todas, faltaría plus, son la leñe, terminan llevando las riendas como para no dejar ni respirar al obediente marido que la suerte les ha echado encima. 

Cuando llegamos a un promontorio que formaba un balcón sobre el mar, Salvador se detuvo, yo ya he llegado al final, ahora me vuelvo, que tengo que ir al gimnasio, me dijo. Le pregunté si podía hacerle una fotografía de recuerdo, pero me contestó que no era posible, que es por mi trabajo, ¿sabes? Nos despedimos con un fuerte apretón de manos. 



El fragor del mar llena mi oídos durante todo el día. Un mundo solitario de pequeños acantilados rojizos acampañados en todo momento por el perfil redondeado de las copas de los pinos. Mar taciturno, gris, a ratos sobrevolado por escurridizas gaviotas que no se dejan fotografiar. Nublado pero de calor húmedo y pegajoso que deja mi camisa, mi chaleco empapado por el acre olor del sudor como si todo hubiera sido metido en un barreño de agua. 



A la tarde una neblina húmeda ocupa la tierra y el mar. Tras la siesta mi camino dejará el mar y se internará tierra dentro cruzando la demarcación del parque Natural del Delta del Ebro. No volveré a tocar el mar hasta después de abandonar Cataluña. Dejaré Cataluña, ya no habrá más señales rojiblancas hasta pisar tierras de Murcia; aquí, con tanto gasto en el aeropuerto de Castellón que no se usa, tanto gasto con los trajes de Camps, con tanto chorizo, la cosa no ha dado para la pintura rojiblanca de lo caminos que sirve al caminante para orientar sus pasos. 

Y andando y andando he perdido mi camino, se quedó atrás hace un buen rato y me he internado en el delta, justo cuando la tormenta empieza a cantar en las alturas. He corrido a buscar cobijo en una caseta pero estaba cerrada. El cielo relampaguea pero apenas puedo creer que se ponga a llover en serio. 

El camino, de arena, se ha hecho estrecho desde hace un rato y los paseantes han desaparecido. El cielo se ha puesto de gala y plata, las olas avanzan como todo el día agresivas y ruidosas sobre la costa. En cierto momento me vuelvo y sucede algo extraño, mi camino hace rato giró hacia el este y ahora el pueblo ocupa el vértice de un triángulo al final de cuya hipotenusa estoy yo. Sí, me fui por lo cerros de Úbeda, hace un buen rato que me salí de mi camino, sigo la línea del cuerno norte del delta. Y además se pone a llover ¿qué hago? No parece que esté muy oscuro, y vuelvo para atrás pero enseguida arrecia, además estoy sin comida ni agua, busco de inmediato un lugar para mi tienda, entre unos pinos, pero sobre un piso de arena. Si le da por soplar, aunque pongo mi bastones como piquetas, seguro que la tienda vuela. Llueve. Cubro el macuto con un plástico y me dedico a poner la tienda bajo la lluvia, nuevos relámpagos cruzan el cielo marino. Con el viento la tienda se me va de un lado para otro. Después de colocar el primer techo pongo el segundo, pero cuando voy a meter mis cosas descubro que ambas puertas no coinciden. Brrrruuu! Vuelta a quitar y poner de nuevo. Al fin puedo meter todo en la tienda. Llueve, no es como en el Pirineo, además aquí hace un calor del carajo, pero la tienda siempre es un lugar acogedor, especialmente en estas circunstancias. 



Ahora el dueto de las olas y los truenos interpretan un andantino en donde las gotas de lluvia sobre mi iglú plateado tienen su papel de salpicada cadencia de metrónomo. Por el poniente de mi tienda se ha abierto un boquete de luz, mientras que por levante está oscuro como el betún. La tormenta viene del mar. Tranquilo repiqueteo que cae más tarde sobre mi sauna. ¡Y estamos en octubre, tan en octubre como en la noche anterior, pero  sudo la gota gorda! 



Como era de esperar la tormenta terminó por alejarse, ahora ha quedado un agradable frescor en el ambiente. Las olas siguen sonando a pocos metros de mi tienda. 

2 comentarios:

Ricardo dijo...

Asi son las mujeres de uno. Las de los otros son mas liberales y complacientes... con otros, no con los suyos. Entretenido relato. Buena ruta en tu deambular por esos caminos.

Alberto de la Madrid dijo...

Gracias, Ricardo