El tiempo vuela




Castell de Ferro, 2 de noviembre 

Esta mañana temprano era muy grato caminar por la carretera que a partir de ahora habré de recorrer durante muchos kilómetros. Es asfalto, aunque a veces la acompañaba un caminillo junto al arcén, pero durante todo el recorrido se pasea junto con la orilla del mar, un mar tan silencioso y tranquilo como la carretera, quizás porque también él ha sabido que estamos de puente y durante los puentes nadie madruga.




Me encuentro el hola, amigo en mi bloc de notas y enseguida pienso que eso es de hace varios días. Compruebo la fecha y no, ese asunto es de ayer mismo. Así pasa el tiempo por el caminante, voy dejando tierras y acontecimientos atrás y todo parece lejano lejano. El cómo pasa el tiempo por uno a lo largo de la vida es una cosa realmente curiosa. Sí no tuviéramos un sistema de medidas, o al revés de Robinson Crusoe no tuviéramos la precaución de hacer marcas en un tronco o levantar hitos que nos ayudaran a situarnos en el tiempo global creo que nuestra relación con el tiempo podría llegar a ser algo desazonador. La constatación del tiempo aparece como la referencia orientadora del bastón de un ciego que nos ayuda a saber dónde estamos en relación a otros contenidos temporales. Me pregunto qué sucedería si no tuviéramos esa referencia. El hombre necesitó tempranamente contar, saber de la duración de los acontecimientos y para ello usó lo que tenía más mano, el sol y la luna. Quizás no sea sólo una cuestión práctica, esa necesidad de conocer dónde colocar los hechos en relación con el momento presente. Si tratara de eliminar el tiempo de mi experiencia inmediata me iba a encontrar muy incómodo, comer cuando se tiene hambre y dormir cuando se tiene sueño pueden llegar a ser estados equívocos, al menos cuando no se tiene práctica. 

El tiempo sería así una herramienta, algo práctico que hace más fácil y operativa la organización de la vida, algo objetivo que sin embargo cuando lo aplicamos al mundo mental en donde los sistemas de medida no tienen un patrón definido, ya que las impresiones y sensaciones no se pueden someter a las leyes físicas, se producen dislocaciones y errores de medida en nuestras apreciaciones que sería curioso intentar explicar. Cuando algo se hace más largo que un día sin pan parece que tiene su raíz en el hecho de que volcamos toda nuestra expectativa en algo por suceder o algo que deseamos intensamente que pase rápidamente por aburrido, penoso o cualquier otra razón. Cuando por el contrario el día se nos pasa en un plisplás es que algo apasionante ha hecho que nos enteremos apenas del paso del tiempo. Da la sensación de que cuando el tiempo se nos pasa volando la densidad o intensidad con que transcurre nuestra vida es mayor, hacemos algo que nos interesa, que nos apasiona, son instantes, días, circunstancias en las que de alguna manera nos sentimos más realizados, sea esto un asunto de creación, un proyecto profesional o cualquier otra cosa que hace que nos sintamos bien. 


La sombra del caminante al alba

Quizás por ahí andan lo tiros de lo que me sucede a mí esta temporada con el tiempo, que me parece hecho de una sustancia efímera y escurridiza. Comienzo a caminar a las seis o la siete de la mañana y al cabo de apenas nada es mediodía o la hora de comer. Sí, en el transcurso he estudiado algo sobre religiones orientales, he repasado algo de inglés, he repasado la vida y la obra de Ortega y Gasset de la mano de Laín Entralgo, he comenzado a leer Mandame Bovary y descubierto que ya la había releído hace un año y no lo recordaba, he avanzado un buen pedazo de la nueva novela, de Jorge Amado, Los nuevos marineros, y además de todo esto he caminado treinta y tantos kilómetros y he hablado largamente mientras desayunaba con una mujer china que regentaba un restaurante durante un buen rato, incluido por cierto una larga parada para comer y otra para atender a mis pies y afeitarme. Pero lo que digo, todo esto me parecen cosas no ya de hoy, tan rápido me pasó el día.


Cosas de la vida diaria en Peñón san Patricio


Después de comer el sol de otoño cae suavemente sobre las cosas, sobre mi cuerpo, camino de nuevo, ahora con la agradable sensación del invierno que se acerca, un cierto fresco que hace confortable mi andar. Laín Entralgo repasa el pensamiento de Ortega, su idea de eso que el hombre busca durante toda su vida, la felicidad, la cual consiste para él en un cumplimiento satisfactorio de la vocación de cada hombre en la sociedad, y en el plano personal vocación de amar, vocación, de saber. En los soldados del cuadro del Greco, La muerte de San Mauricio, en los que estos van a morir, Ortega ve en sus miradas la satisfacción de quien cumplió bien con su vida, con su deber pese al hecho de su muerte inmediata. Una imagen que le sirve para orientar al lector sobre qué orientación tiene en Ortega el concepto felicidad. El recto convencimiento de lo que uno debe ser conduce a realizarse en lo mejor de uno mismo. Quizás estas lecturas matinales que se refieren no a la crisis económica que vivimos en esto instantes, sino a la grandes crisis por la que ha pasado la humanidad desde el tiempo de lo griegos, sirva para intentar calar más hondo y de una manera más global en los asuntos públicos. Hoy tengo la sensación de que seguimos perdiéndonos en pequeños acontecimientos que deberían ser contextualizados a un nivel más general. España necesita, lo predicaba ya Unamuno en tiempos de la Segunda República, una gran profundización de la población en todos los temas públicos que nos conciernen. Algo parecido a lo que decimos cuando entendemos que matizar la ignorancia, acabar con ella, debería formar parte esencial de un programa que pretendiera mejorar nuestra sociedad. 



Mientras yo he escrito casi todo este post una pareja ha echado el polvo de fin de semana en el coche en las cercanías de donde me encuentro. Era ya de noche y me había alejado de la carretera por un camino que yo creía solitario hacia un alto que se asomaba al mar, cuando casi arriba me sobrepasó un coche. Llegamos a la vez a una especie de plazoleta. Mientras yo buscaba un lugar para dormir mantuvieron el motor en marcha. Logré encontrar a doscientos metros un sitio majo y allí me quedé. Enseguida apagaron el motor. La fiesta ha sido silenciosa, casi les ha durado hora y media. Ahora oigo de nuevo el motor y veo el resplandor de las luces que se alejan. Ya puedo meterme tranquilamente en el saco sin temor de que vengan a molestarme.









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