Entre una Cumbre y otra



Arroyo del Caño, cercanías de Encinasola, 2 de mayo


Nada más abandonar Encinasola el campo huele profundamente a primavera. A los alrededores lomas que como olas levantan o hunden sus cuerpos bajo el embate del tiempo. El tiempo escultor rotula, esculpe, erosiona a su capricho la tierra y aquí produce un barranco, allí un valle, más arriba dibuja unas lomas, lomas–olas que cabalgan desde la frontera próxima y se alejan por levante cómo un mar encrespado de solemnes y amplias ondulaciones. Este mar huele a tomillo y romero. En este mar cantan lo pájaros y el viento enreda sus dedos en las ramas de lo árboles. Junto al arroyo del Caño los eucaliptos mueven cadenciosamente sus ramas, las moscas zumban golosas como en los versos de Machado, los pájaros silban entremezclando sus voces con el discurso monótono de las ranas. Ya no se oyen los gallos, ni los perros, ni el balido de las ovejas que se quedaron atrás merodeando los alrededores del pueblo como mozas asustadizas que temieran encontrarse con los jabatos del monte. Eso me insinuó la moza que atendía el supermercado de Encinasola, vamos que a mí me gusta caminar y lo hago los fines de semana, me decía, pero de ahí a caminar solo por esos mundos de Dios, nada de nada. Mira que si te sale un jabalí detrás, a ver qué haces. Y la moza era de buen ver y aunque un guardia civil escuchaba a un metro de nosotros esperando su turno para pagar una docena de huevos y un par de cervezas, a un servidor, que no ha visto y escuchado moza que no fuera su compañera la hortelana en medio año de ejercicio de solitario eremita, miraba a la moza y ya mismo se imaginaba lo qué podía ser encontrarse en lo más intrincado del monte con semejante aparición, la moza quiero decir, y que ésta, asustadica por el feroz hozar de los jabalíes o el rugido de lo osos se refugiara en los amorosos brazos del caminante como quien ha encontrado caluroso refugio para atravesar en compañía el Helesponto. Sí, por imaginar que no quede, aunque me temo que sea todavía muy temprano, tan sólo comenzada la ruta y ya he empezado a soñar despierto. Joder con el caminante y sus alardes de soledad... que diría el otro. 



Las ocho de la tarde. El sol se ha ocultado tras las lomas y aunque la temperatura es deliciosamente suave y cerca canta delicadamente el arroyo, me he propuesto levantarme muy temprano, lo que implica dar ya cuenta de mi cena e intentar dormir cuanto antes. Buenas noches.

Cumbres Mayores, 3 de mayo


Las cinco y media de la mañana. Un ruiseñor canta en solitario en las ramas de los eucaliptos. El tenorio enamorado, pa eso estamos en primavera, canta paciente, tiernamente a su amada con el encantado timbre de su voz; dichoso enamorado al que podemos oir en las profundidades de las noches y en las cercanías del alba alegrando con su canto el alma de los madrugadores. Un usual compañero de mi andanzas. La noche es oscura como el betún. Me visto y recojo a tientas mis cosas, pero cuando comienzo a caminar no tengo más remedio que encender la linterna. Reduzco la luz de mi frontal al mínimo para no perder el contacto con la noche. En línea recta por encima del camino se alza al fondo, gordo como una farola, el planeta Venus, el resto del mundo permanece en silenciosa oscuridad, lejos, acaso, croan las ranas en algún perdido estanque. Confío mi suerte al gps del teléfono que me avisará con su melodía si me alejo de mi itinerario. Es el momento para recrearse en las bondades de este mundo que a esta hora se percibe siempre envuelto en un halo de misterio. Los días pueden parecernos unos similares a otros, pero cuando se trata de la noche, de lo primeros momentos del amanecer, la cosa suele ser bastante distinta casi siempre. La oscuridad viste la realidad con misteriosas y veladas transparencias en donde uno puede encontrar olores y formas que la luz del día impide ver. La imaginación vuela también con más fuerza en estos instantes. 



A las nueve de la mañana estoy en Cumbres de San Bartolomé. Todo cerrado. Fotografío la fachada de la casa consistorial. Desayuno en las afueras. La mañana es un agradable paseo entre encinares y dehesas donde vacas o cerdos pastan apaciblemente como si el tiempo no existiese. Sólo el caminante atraviesa estas tierras a esta hora. El caminante dedica estas primeras horas al estudio, escucha textos sencillos en un idioma que no es el suyo y cuando se quiere dar cuenta ya está en Cumbres de Enmedio, sí aquí todo los pueblos son cumbres de algo, aunque no se vea ninguna cima por los alrededores, sólo lomas y dehesas que se extienden ininterrumpidamente en todas las direcciones. 



Mi crónica queda aquí, en el pueblo siguiente, Cumbres Mayores. Hoy es la fiesta de la Cruz, frente a la iglesia un grupo de señoras ultiman lo arreglos florales para la fiesta de la Virgen. Charlo un poco con ellas antes de buscar la sombra en un restaurante.


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