Sobre la dignidad y una tormenta inesperada



Hrušica, Eslovenia, 2 de julio

Qué cosa rara la de poder echarse una buena siesta y sin embargo continuar camino adelante tras la comida sumido en algo así como en la idea de que la dignidad humana no es algo real sino un camino por recorrer. En este caso es La lucha por la dignidad, teoría de la felicidad política, la prosa suelta e informal de José Antonio Marina, filósofo e investigador de porqués al que suelo leer de corrido en muchos de sus libros desde hace años. Hace calor, el camino está sombreado a ratos y tan bien comido como estoy en un restaurante de lujo frente al exótico castillo de Predjama, me siento dispuesto a escuchar a Marina en posición andante; hoy me interesa más la escritura de este hombre que mi siesta. Además, de momento no tengo grandes cuestas por delante lo que facilita mi atención sobre asuntos tan apasionantes como la realidad de ese hombre de hoy a medio hacer que somos después de haber aterrizado sobre el planeta Tierra hace cuatro millones de años. Cuatro millones de años que han servido para aumentar notablemente nuestra capacidad craneana pero no para quitarnos de encima nuestra calidad de salvajes. Salvajes no más son aquellos que en plena modernidad ya han dejado decenas de millones de muertos sobre el suelo europeo. Los salvajes, ja, benditos ellos en comparación con el comportamiento de nuestras élites políticas y económicas, con las atrocidades de que los humanes somos capaces bajo ciertas circunstancias. 

Leyendo a Marina me entra curiosidad por saber cómo se cocina y condimenta un libro de filosofía. Por propia experiencia sé, y eso lo aprendí de Marguerite Duras, que uno para averiguar lo que va a escribir lo que tiene que hacer es ponerse al tajo; no se sabe lo que se va a escribir hasta el mismo momento de hacerlo. Cuando leemos un libro y pensamos en estas cosas estamos acostumbrados a imaginar que el escritor que se prepara a escribir una obra tiene en su cabeza algo así como un compendio de lo que va a verter en su manuscrito. Ni siquiera para mentes muy lúcidas creo que esto sea así. Yo creo que los libros se van haciendo de parecida manera a como se mueve un caminante que sólo tiene una idea aproximada del recorrido que va a hacer, ese caminante ideal que según va llegando a una u otra bifurcación decide sobre la marcha en base a su humor y a cierta lógica que nace de la experiencia inmediata del recorrido previo.

Digamos que al asombro que producen en uno las tan sabias y enrevesadas razones a lo largo a veces de centenares de páginas hay que ponerle algunos peros que atenúen ese sentimiento de imbecilidad que se produce en el lector ante una sabiduría ajena que le desborda, que le dice, tío, pero si apenas comprendes lo que lees, ¿cuando vas a aceptar que eres un puñetero torpe, que tu inteligencia es un puro pringue de incoherencias; corto de mollera, ¿tú te has creído que con citar a éste y a otro y con decir algo con visos de inteligencia vas a engañar a alguien? 

Bueno, el caso es que con estas consideraciones que se me vinieron encima cualquiera se pone a escribir sobre la dignidad, que era la sugerencia primera cuando suprimí la siesta para sustituirla por la lectura de Marina. Y es que este catedrático de instituto me deja boquiabierto con un razonar enciclopédico que tan cómodamente se mueve entre un numeroso puñado de disciplinas. Sé que tiene una secretaria que rastrea de continuo para él la tela de araña de Internet, pero aun así. 



La dignidad. Y naturalmente tengo en la cabeza todas esas marchas que confluían en Madrid en la Puerta del Sol y que no eran otra cosa que un intento por alcanzar la dignidad pisoteada por los políticos en lo últimos años. Nos engañamos cuando nos hacen creer que estamos disfrutando de unos derechos cuando en realidad lo que hacen es tomarnos el pelo y pasarse la constitución por allí mismo. Cita Marina a este respecto algunas constituciones que recogen textualmente el derecho a la dignidad, el artículo diez de la constitución de Corea del Sur dice: "A todos los ciudadanos se les garantiza la dignidad y tendrán derecho a conseguir la felicidad". Un ejemplo, algo que en España estamos muy lejos de merecer, parece, a juzgar por el trato al que se somete a la población tratándola como borregos y pobres criaturas tanto por parte de los representantes del gobierno actual como por la televisión y la prensa,  siempre mayoritariamente eco de los que manejan el cotarro. 

Que la dignidad sea un objetivo a conseguir dota a la idea de una realidad tangible que vista enarbolada en la calle como en la toma de más abajo que hice en una de las  manifestaciones del 15-M, produce una sana satisfacción porque sólo sabiendo que a uno lo tratan indignamente estamos en posición de hacer algo respecto. Vaya, se puso a llover. Un inciso. 




Idrija, 3 de julio

Desperté abruptamente, la tienda estaba siendo zarandeada con toda violencia por
la tormenta. Después de la primera sorpresa intenté dormirme, no estaba en el acostumbrado estado de ánimo que usualmente me hace espectador de excepción ante estas magníficas demostraciones de la naturaleza. Yo lo que quería era dormir, así que pese a que allá arriba y a mi alrededor estaba sucediendo algo muy extraordinario, a dos personas les habría costado trabajo oírse, tal era el ruido que los relámpagos y el agua sobre mi tienda producían, pese a ello, me di media vuelta y traté de dormir, pero no habían transcurrido cinco minutos cuando noté que cierta húmedad estaba atravesando mi saco. Tuve que incorporarme y encender la linterna. Las ráfagas de viento habían empujado el doble techo hasta tocar la gasa interior provocando una vía de agua que estaba inundando mi tienda. Separé las dos telas pero unos minutos después se habían juntado a mi derecha. Cuando lo hube solucionado, a esto el diluvio universal continuaba cayendo inclemente sin pausa, me metí en el saco de nuevo, pero no, aquí sucedía algo extraño, descubrí enseguida que bajo mi aislante había algo así como un charco. No ser extremadamente cuidadoso cuando se pone la tienda da esta clase de problemas. El lugar era ideal pero con un pequeño detalle inoportuno que descubriría a la mañana siguiente, el suelo era ligeramente cóncavo en el centro, con lo que el agua de los alrededores y la que escurría de la tienda terminaba deslizándose hacia el centro, exactamente bajo mis riñones. Pasé el resto de la noche durmiendo encima de un bonito charco de agua. Tampoco me fue tan mal, de hecho tenía tanto sueño que húmedo y en el centro de la sinfonía logré dormir. Cuando sonó el despertador había una calma chicha en el ambiente. 



Hoy tuve un caminar de muchos kilómetros, leí a Concha Espina, atravesé un puñado de bellos hayedos y terminé comiendo en un bonito pueblo, Idrija. El cuestón de después de la comida fue excesivo pero imprescindible, tenía que encontrar un lugar soleado y tranquilo para secar toda mi impedimenta. Y aquí estoy secando ropa y escribiendo bajo el mosquitero porque los mosquitos son mil y vuelan cómo kamikazes a mi alrededor.



1 comentario:

Montserrat de la Madrid dijo...

En valdemoro ,si te sirve de consuelo tanvien emos tenido el diluvio