Un recorrido excesivamente aéreo



Črna prst - Šija, Eslovenia, 6 de julio

Hoy a media mañana ya andaba eufórico, el ambiente, la soledad, pero sobre todo la fuerza de mi cuerpo. No sé por qué pero había una fuerza especial en él hoy. Tenía por delante una fuente ascensión de seis horas y a mitad de camino todo funcionaba como la seda, los músculos sosegados pero firmes se habían metido dentro de un ritmo tan regular y casi sin esfuerzo que yo mismo me admiraba. Esta mañana era un auténtico placer caminar y percibir que el cuerpo respondía como en los mejores tiempos; vigilaba mi rodilla izquierda que requiere más mimos que un niño recién nacido, y eso era todo. Nada de lecturas que me distrajeran del esfuerzo. El esfuerzo era una buena vivencia y me dediqué a observarlo. Tiene su atractivo observar de cerca los movimientos que hace el cuerpo, cómo adapta su ritmo a la pendiente, cómo la elasticidad de las piernas carga aquí o allá para desplazar el centro de gravedad allí donde el esfuerzo se hace menor, cómo los brazos tal si de una pareja de ballet se tratara ajustan su movimiento. Y mientras el bosque pasando a mi lado, silencioso, solemne, solitario; las enormes y señoriales hayas alzándose a lo alto en busca de la luz, un trozo de cielo y sol con que alimentar sus hojas, su arboladura entera. Y el rumor de algún arroyo que atraviesa el hayedo precipitándose ruidoso entre las rocas y la leña muerta. 


Bravo tú, cuerpo, querido compañero, que esta mañana me proporcionas el profundo placer que un esfuerzo dosificado ha venido a inyectar en tu interior para que yo me recree observándote. De nuevo no existía otra cosa que el presente del esfuerzo continuado. Tres horas así hasta que el cuerpo me dijo al oído que era hora de desayunar. 



En mis años de maestro siempre tuvimos en clase un buzón donde los niños depositaban preguntas sobre todo tipo de asuntos, curiosidades, cosas que no entendían, ¿por qué la luna no se cae?, por ejemplo, y luego los viernes abríamos el buzón y contestaba toda aquella retahíla de asuntos. Fue siempre la clase más divertida e interesante que tuve, a los niños les encantaba. Pues es el caso que hoy me acordé de aquel buzón mientras desayunaba apoyado en el enorme tronco que se disparaba recto y monolítico hacia el cielo. Fue entonces que me pregunté por qué leches los árboles crecen siempre verticales sea cual sea la inclinación que tenga la ladera. No se si algún alumno llegaría a hacer una pregunta con esta cuestión, me suena, pero es fácil que mi respuesta entonces no fuera la correcta. El sol no podía ser porque ese experimento ya lo habíamos hecho alguna vez e indefectiblemente cuando poníamos una planta durante días lejos de las ventanas de la clase la planta dócilmente se torcía haciendo donde provenía la luz. ¿Entonces? No sé, acaso la razón de que las hayas crezcan derechísimas como guiadas por una plomada la tenga Newton. Si yo tuviera la posibilidad de introducir preguntas en algún buzón ésta sería una de ellas. Bueno, la verdad es que tendría un saco de cosas que preguntar, a uno le gustaría saber el porqué de tantas y tantas cosas... A uno, que leyó El Principito más de una vez, siempre le queda la duda ingenua que embargaba a éste cuando se tropezaba con los grandes problemas del mundo, o cuando interrogaba machaconamente a los sabios encadenando un porqué tras otro hasta dejarles hechos un auténtico lío. Qué gran obra El Principito. También escribió otro libro hermoso Saint Exupéry, Vuelo nocturno, se titula. 


La amabilidad no es un bien de que disfruten ciertas clases de personas. Al fin llegué al refugio, que se encontraba también en una cumbre como el anterior, el Črna prst. Es domingo, hay bastante gente. Me pongo a la cola para pedir mi comida y que me preparen algo para llevar. Comida sólo hay sopa (?) y comida para llevar no hay. La señora solo chapucea un poquísimo inglés y no tiene ganas de molestarse. Me costó quince minutos hacerla comprender que no me podía marchar de allí sin comida. Más burra e imbécil imposible. No me gustaba el lugar así que comí algo, eché un breve sueño al sol y me marché de allí. Un refugio masificado puede ser algo muy desagradable si se toma como negocio exclusivamente. Pagué diez euros por dos bricks de leche, eso hace una idea. 


Mi caminar no entiende de etapas, las que marcan esta Vía Alpina, y así éstas se van haciendo según las ganas y el gusto del caminante . Según la información que llevo hoy estoy en la etapa diez mientras que yo llevo caminando una semana. Hoy me había hecho la somera idea de terminar en el refugio y aprovechar para darme una ducha, que ya la voy necesitando, pero soy capaz de aguantar mi guarrería encima con tal de no tener que volver a tratar con la señora aquella. 

Total, a caminar se ha dicho. Toda una larguísima y aérea cresta por delante, pasos delicados, el vacío siempre a la vera del camino desplomándose a mi izquierda por un millar de metros, alguna trepada, varios cables de acero a modo de pasamanos en sitios expuestos, un par de lugares con clavijas, un par de troncos salvando un riguroso vacío en algún lugar y, para más diversión, incluso la superación de un pequeño extraplomo donde habían instalado algunas clavijas y un par de estribos de hierro. A estas alturas ya no me hacen gracia esta cosas, especialmente yendo solo, pero no había más remedio que pasar por ahí. 


Cuando ya he superado los tramos de camino más expuestos me quedan por delante quinientos metros de desnivel de bajada hasta el siguiente refugio. Media hora después elijo un pequeño prado para instalar mi tienda. Junto a ella un respetable nevero se hunde en un jou, uno de eso espectaculares agujeros que tanto abundan en Picos de Europa. Frente a mí se yerguen la altas montañas de los Alpes Julianos envueltas en sus gorros de nubes. Las esquilas de las vacas hacen de música de fondo. 





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