Las ondinas de Val Grande



Altos de Val Calanca, 7 de agosto 

El día es como un bastidor sobre el que las distintas realidades se van tejiendo al impulso de su mayor o menor bulto en el plano de lo que sucede en cada momento. También es así en la novela de Landero, sólo que en ella lo que quiere ser hilo conductor del relato, la venganza en la persona de Bernardo por Dámaso, que en teoría debería ocupar el grueso de la historia, apenas el autor se descuida queda arrumbado a un lado para ser sustituido por los consabidos asuntos del amor, un heterogéneo tejido de encuentros y desencuentros que al lector le parece la consecuencia lógica a la que se llegaría de manera general si nos dejásemos llevar por nuestras inclinaciones más naturales y no nos impusiéramos fuertes restricciones morales heredadas por décadas y acaso siglos de hábitos culturales. Inclinación natural es enamorarse las veces que sean necesarias en la vida, tantas como la curiosidad y esas doscientas y pico sustancias que rondan nuestro cuerpo en torno al amor tengan a bien indicarnos una nueva primavera en donde recalar. Nuestra infinita curiosidad, nuestro anhelo de entrar en contacto con otra alma gemela puede llegar a ser tan intenso que por qué no probar, entrar en otros mundos, buscar el placer de nuevo encuentros. Es obvio que no se trata de ir picoteando aquí y allá, hablo de experiencias significativas, de la voluntad de estar completamente abierto a nuevas experiencias, a nuevos cuerpos, al contacto íntimo con otros seres pertenecientes a ese mundo femenino que tantas veces se nos presenta como complementario al nuestro, objeto siempre de deseo y complementariedad. No es un guión que sirva para todo el mundo, pero la realidad de las relaciones de pareja circula por ahí con mucha frecuencia. Donoso, el protagonista de la novela de Landero, Hoy, Júpiter, está muy enamorado de Marta, su mujer, pasa el tiempo, la novedad se esfuma y no ha de transcurrir mucho antes de que descubra en una de sus alumnas, Teresa, un inusitado nuevo amor. 

Pues bien, con unos y otros amores va tejiendo Landero la trama de su historia, bien que queriendo hacernos creer que la trama principal viene de una venganza por cumplir que a mí se me antoja poco fundamentada y como puesta ahí para poder tejer el tapiz real de lo que realmente le interesa: esas historias de amor omnipresente en todas las vidas y en las mejores páginas de la literatura universal. 


El día tiene parecidas características a esa labor en la que se tejen unos y otros motivos según la circunstancia para crear con ellos un conjunto que cada uno desearía para sí armonioso, digno de ser mirado cuando nos vamos a la cama como un bello cuadro que hemos estado diseñando y empastando desde que nos despertamos hasta la hora del sueño. Un día el cuadro aparece lleno de nubes, gris, apenas sin un relieve; otro el cuadro es enseguida agradable a la vista, su color, su novedades, los encuentros que hemos tenido, la suave veladura de reconocimiento que hemos adivinado en otros ojos; algunos que están llenos de cansancio y desalentadora indiferencia; otros que son hermosos y amenos y que poco antes de cerrar lo ojos antes de dormir nos hacen sonreír de complejidad. 

Hablo de tapices y de pintura, que algo de esto tiene la vida que cada uno va pintando o tejiendo. Había dormido como un bendito en la cabaña de un pastor y cuando sonó el despertador mi cuerpo, envuelto en el calor del saco, no se decidía a enfrentarse al frío de la mañana. Le tuve que dar un buen empujón para que se incorporara y se pusiera en movimiento. 

El bosque crecía alfombrado de rododendros sobre una ladera rigurosamente inclinada hasta el punto de acercarse a la vertical en algunos lugares. Las aspiraciones de verticalidad llegan a su apogeo ya muy abajo cuando el valle se convierte en una profunda garganta que obligaron a las gente del lugar a tallar el camino en la pura roca; un puente cruza el río que baja bravucón lanzando espuma a diestro y siniestro.


Un par de horas después comía medio pollo asado bajo el toldo de la terraza de un restaurante en Selma. Ya se sabe que quien sube muy alto tarde o temprano termina por bajar, así me pasa a mí desde hace muchos muchos días. Selma está a novecientos metros y ahora debo emprender tras la comida el largo ascenso al paso del Mauro, a dos mil cuatrocientos metros, un buen modo de hacer la digestión; pero no importa, hoy me siento bien otra vez y da gusto ver crecer y crecer la distancia entre el valle y el caminante. El sendero trepa por una ladera casi vertical en lazadas y más lazadas por más de quinientos metros. Desde los altos prados verdes se tiene una magnífica vista de la val de la Calanca, una profunda hendidura en la piel de las montañas que huye hacia el sur hacia tierras italianas y hacia el macizo de Val Grande, unas magníficas montañas muy poco conocidas surcadas de bosques impenetrables y que atravesé hace una década como quien atraviesa por medio de un cuento de hadas intrincado y maravilloso. Los únicos seres vivos con los que tropecé allí en los tres días que duró la travesía fue algo que pertenece al mundo de los sueños. En su fondo corre un río de claras aguas que canta junto a los pájaros su eterna canción de amor y muerte, alegría juvenil, rumor como de siseo de enamorados, discurrir, tránsito hacia el final. Pues bien, en un lugar donde el sendero atravesaba unos prados y el agua se abría y remansaba en el comienzo de un meandro, tres ondinas y sus respectivos enamorados, desnudos como Dios les trajo al mundo, chapoteaban en el agua y jugaban a tirarse una pelota. Muchachas y muchachos en flor que reían y se divertían en medio de un universo solitario donde uno pudiera creer que el mundo acababa de ser creado. Cuando tantas veces recuerdo mi paso por Val Grande siempre me produce la impresión de haber transitado por allí en medio de un sueño, tal era las frescura y lozanía, la alegría fuera del mundo de esa estampa que hubiera merecido un bucólico poeta a la altura de Virgilio. 


Bastante arriba no tardó en ponerse a llover levemente lo que me alertó para que fuera buscando un sitio para la tienda antes de que el suelo y un servidor resultasen empapados. El lugar apropiado no tardó en aparecer, un poco inclinado pero valía, siempre puedo calzar un poco el colchón de aire para aproximarlo a la horizontal. 

Ahora el agua repica animadamente con su chisporroteo habitual sobre la tela del techo de mi tienda.



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