Ser padres



Refugio de Margaroli, Italia, 15 de agosto 

Mi tienda tenía una delgada capa de hielo esta mañana. Una novedad, parece que está llegando el frío; recuerdo hace años en el Pirineo que también para estas fechas había veces que dejábamos nuestra excursiones familiares pirenaicas por un bajón similar de las temperaturas. De todos modos no he pasado frío por la noche, dormí con todo lo puesto y la abertura del saco totalmente cerrada, fue un alivio porque al saco tras mojaduras sucesivas se le ha apelmazado la pluma en muchos sitios, lo que merma bastante su aislamiento. 

Eran las siete de la mañana, quizás demasiado pronto para empezar a caminar con este frío, pero allá voy. Está bella la hora, los lagos reflejan las montañas, algunas sospechosas nubes por el norte son el único aviso de la posible inestabilidad del tiempo. Mientras bajo recuerdo cierto proyecto que hace días empezó a dar vueltas en mi cabeza. En realidad no duró más de veinticuatro horas. Se me ocurrió que quizás podía abandonar por unos días mi recorrido y, aprovechando que dos amigos, Adolfo Candia, y Laureano Esteras, iban a viajar a partir del veinte a Chamonix para subir al Mont-Blanc, podía desplazarme hasta allí para acompañarlos. El Mont-Blanc es una cumbre llena de recuerdos que resucitan esta mañana convocados por la idea de poder volver a ascenderlo. Pero no, ya lo decidí anteayer, en realidad no me apetecía salir de esta vida tan especial que llevo, no me hacía romper la continuidad, además de que me queda todavía mucho camino, ni idea cuánto, y no quiero que se me eche el otoño encima. Quisiera terminar esta travesía este mismo año. De todos modos me acordé especialmente de Adolfo y Laureano hoy, es bastante probable que les toque lidiar con temperaturas desacostumbradamente bajas. 


La Val Formazza por la que desciende mi camino, a su mitad el terreno se quiebra y el resultado es una inmensa cascada en forma de cola de caballo que se despeña espectacular por varios cientos de metros. Es un sendero agradable y tranquilo que me invita a la lectura, pero el estruendo ensordecedor del río hace imposible la idea. Me cruzo con alguna pareja con niños pequeños, uno se ha subido a un árbol y hace el Tarzán frente a la mirada complacida de sus padres. Dos chiquilines que han debido de aprender a andar no hace mucho, van de la mano de sus padres, los cuatro entretenidos en una animada charla. Nada más pasarlo pienso en las parejas que no han tenido hijos. Es la experiencia más rica y completa que uno puede tener a lo largo de toda la vida; viendo a esta pareja y a sus criajos siento una especie de pena por aquellos que decidieron no tener hijos, un trabajo arduo que a veces hay que sobrellevar, más en los tiempos que corren, con un estoicismo amoroso, en ocasiones durante más de veinte o treinta años. No importa, uno se lleva a la tumba tesoros incontables y el de la crianza de los hijos probablemente será el mayor de todos. 


Cuando uno trata de observar el cuerpo mientras éste realiza un trabajo importante no es posible hacer otra cosa que volcarse en esa observación. El camino, cuando abandono la Val Formazza, enseguida adquiere una pendiente rigurosa que me invita a concentrarme en qué hacen mis piernas, mi torso, los brazos, hasta la pelvis. No quiero forzar absolutamente nada, quiero que mi máquina trabaje a buen ritmo pero sin sobrepasar en ningún momento un esfuerzo desproporcionado; por ello cuando estoy metido de lleno en una ascensión rápida de paso corto trato de minimizar el esfuerzo, reduciendo los pasos forzados y largos. Todo bien lubricado, atento a estar por debajo de esa línea que me llevaría a la fatiga. El sendero se eleva en numerosos bucles tomando rápidamente altura. Luego una pendiente continuada que sigue la corriente del río. Más de mil metros de desnivel me dejan en la parte alta del valle, nuevas montañas aparecen. Pronto tendré que parar para abrigarme, la temperatura ha descendido bruscamente con la altura. 


Hoy voy a tomarme toda la tarde de descanso, podría hacer todavía un par de horas hasta un redugio-vivac que hay en las cercanías de del collado Conti, pero basta por hoy. Paso la tarde escribiendo y estudiando el recorrido de los días siguientes. A la cena comparto mesa con una pareja joven de alemanes y otra suiza. Es difícil entrar en conversación en otra lengua cuando cuatro de cinco comparten la lengua vernácula. Hacia el final de la cena me dirijo  a los cuatro en inglés y les digo sonriendo que este año me voy a proponer estudiar alemán, y les cuento mi andanzas por los Alpes austriacos donde a veces me era difícil entenderme. A partir de ahí cambiamos todos al inglés y entramos en una animada conversación. Todos se muestran muy interesados por mi deambular por los Alpes durante estos cuarenta y cinco días. A la gente que gusta de la montaña les cuesta poco trabajo entrar en materia. El más joven de ellos termina imitando a las marmotas. Ellos son: Judith y Robert, los suizos y Melina y Sebastian los más jóvenes. Terminamos haciéndonos la foto de familia. También les dejo la dirección del blog que ha terminado por salir a colación. 

Robert, Sebastian, Melina y Judith
He pedido el desayuno de mañana para las seis y media así que cierro el quiosco. Buenas noches.




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