Día frío y soleado



Bajo la Forchetta di Valmaggia, 14 de agosto 

La obligación inconscientemente asumida de dejar constancia de algo del camino cada día, se me hace dura en ocasiones. Fue el caso del día de ayer, día soleado y frío que me animó a caminar larga e ininterrumpidamente. Hoy que intento reconstruir pasajes de ayer mismo me parecen como si pertenecieran a épocas pasadas, así corre el tiempo por mi cerebro, los acontecimientos se acumulan, las montañas, los valles y enseguida el minuto precedente sustituye al anterior y éste al otro y al otro; como si la vida transcurriera a una enorme velocidad. 





Ayer. La sorpresa fue abrir la cremallera de la tienda y encontrarme el cielo despejado. Tenía doce kilómetros de asfalto hasta San Carlos, el último lugar habitado de Val Bovana. Después de desayunar en San Carlos enseguida noté que tenía una fuerza grande dentro de mí. Cuando la pendiente se hizo lo suficientemente inclinada, mi cuerpo lo estaba esperando, empecé poco a poco a probar ese paso gimnástico que me pide el ánimo. Tenía ochocientos metros de desnivel hasta el refugio de  Basodino así que había tiempo de jugar todo lo que quisiera. Cuando llevaba más de la mitad del camino casi me doy de bruces con Alex, que más arriba se había parado a ver el raro espectáculo de un tío de barba hirsuta y descuidada que se encaraba a una respetable pendiente con un movimiento de carrera baile, la mirada en el suelo, los hombros y brazos en movimiento de danza, las piernas y pies en un dos por tres mantenido y veloz dando unos pasos continuados, apenas como si los pies no tocaran el suelo. Debió de decir en alemán algo así como para, hombre, para un momento. Alex tenía una pinta divertida con sus gafas verdes y su forma atropellada de hablar. Alex era de Baveria. Me contaba divertido que estaba jodido porque hacía unas horas había perdido su colchón de aire. Igualito que un servidor hace unas semanas. Comenzó a caminar cerca de Zermatt y todavía le queda una semana. Se siente en el monte como en su casa, no pisa los refugios, él, su tienda y lo que pilla de tanto en tanto en alguna tienda: el presupuesto que tiene no da para más. 



En el refugio Basodino seco la tienda, charlo animadamente con dos franceses y con las dos chicas que atienden el refugio y tras la comida me dirijo hacia el glaciar de Basodino, una amplia cuenca glaciar que ha dejado por todos lados un caos de morrenas. Me esperan otros ochocientos metros de desnivel hasta el paso di Valmaggia, pero mis piernas no se arredran, hoy están contentas y funcionan con una elasticidad y una fuerza maravillosa. Sobre las montañas que voy dejando atrás a mi espaldas flotan grandes nubes blancas que me incitan a hacer una pausa y tomar algunas fotografías. Según voy ganando altura la temperatura empieza a descender. Pese al sol de todo el día no ha sobrado ropa en absoluto, las temperaturas son bajas, me abrigo y continúo. Cuando llego al collado, dos mil seiscientos metros, me veo obligado a sacar el jersey, el gorro de lana y los guantes. 




El paisaje al otro lado es un conglomerado de montañas que se presentan como agobiadas por el peso de oscuras nubes. En el valle grandes lagos rodeados de prados aparecen como un lugar ideal para instalar mi tienda. Algunos neveros, una inclinada pendiente de grandes bloques de granito y mi jornada ha terminado. Muy tarde, demasiado tarde. 





Hace un frío que pela. Cuando me meto en el saco con toda la ropa que tengo estoy tiritando. Habrá de pasar su buena media hora antes de entrar en calor. Esa tarde no habrá tiempo para escrituras, tampoco mis dedos habrían sido capaces de escribir físicamente nada en el teléfono. Me conformo con tener un corta conversación con Victoria, la poca cobertura no da para más. 








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