Esta maravillosa fuerza del cuerpo

   

Valle de la Pagia, 31 de agosto 

Me desperté con la sensación de haber dormido muy bien. Media hora después en el bar donde desayunara me enteraría de que había llovido una buena parte de la noche. No me enteré. 

Esta mañana la amabilidad de la gente de Locana hace que me sienta muy bien, la mujer que atiende el bar, alguno de los clientes, el carnicero, la panadera, alguien a quien pregunto no sé qué. Cuando salgo del pueblo y hablo con Victoria bromeo con ella y le digo que nos podíamos venir a vivir a este pueblo un tiempo, que aquí también se puede tener una huerta y que la gente es exquisitamente agradable. Pero mi chica no me hace caso, ella de lo que quiere hablarme esta mañana es de la ópera Salomé de Strauss, de la cual anoche mismo se vio/escuchó nada más y nada menos que dos versiones diferentes de la misma obra. Y es que a mi chica le dio muy fuerte por la ópera hace un par de años y ahora es casi una locura. Este último invierno se vio todo Wagner y no sólo eso además volcó en su blog largos estudios de cosecha propia sobre todas las mujeres que aparecen en sus óperas. Los que estáis interesados en estos temas podéis daros una vuelta por su blog



Después de despedirme de Victoria incrementé la velocidad de mi paso, me siento fuerte esta mañana pese a la paliza de ayer. Y según va pasando el tiempo vivo más la conciencia de mi propio estado de plenitud mañanera, tanto como para llegar a un punto de casi sentir la necesidad de gritar este bienestar que me viene de la experimentación de mi propia fuerza. 



Un poco más arriba continuo con la lectura de Marvin Harris, pero debo interrumpirlo varias veces porque me persigue una nube de tábanos que ha tomado mi culo como campo de aterrizaje y a través de las mallas me están dejando frito. Poco más arriba estaba yo absorto con una economía parecida a la capitalista que llevan algunos pueblos indígenas de Nueva Guinea y cuyo medio de cambio son ciertos tipos de conchas, cuando me topé con Rinaldo que recién había abandonado su coche bastante arriba del valle y se disponía, bastones y mochila a la espalda, a comenzar su caminata. Rinaldo, pensionista, sesenta y cuatro años, amante de la montaña, tenia ganas de hablar. Como llevamos el mismo destino, el lago de Prato Fiorito, da por sentado que subimos juntos. Ha trabajado toda su vida en el mantenimiento de un embalse de La Vanoise a dos mil doscientos metros de altura, invierno y verano. Trabajaba semanas alternas a tiempo completo. Le pregunto por cómo se movían a esas alturas en invierno. Esquís, pieles de foca y un vehículo de nieve que apenas usaban. Le digo que me hubiera gustado su trabajo, que como tal apenas le llevaba una hora y le dejaba todo el tiempo libre del mundo. Le comento que en mi juventud alguna vez jugueteé en mi imaginación con la idea de trabajar en un faro junto al mar y entre los acantilados. Luego pasamos a temas culinarios, hablamos de esa afición de los italianos por la polenta, incluidas las numerosas fiestas, fiestas de la polenta, por las que he pasado este verano o he visto anunciadas. La explicación tiene sus raíces, viene de los tiempos en que se pasaba hambre y la gente disponía de poco más que harina. Ahora ello se ha convertido en tradición. Aprovecho para que Rinaldo me explique cómo se hace la polenta. Es muy sencillo. Receta para cuatro personas: ingredientes: un kilo de harina de maíz, cuatro o cinco litros de agua y sal. Se hierve el agua, se echa sal al gusto y después se va vertiendo la harina poco a poco moviendo con una cuchara al tiempo para que no se formen grumos. La polenta está hecha en una hora aproximadamente. En Italia la polenta se acompaña con carnes cocinadas de distinto modo y se presenta cortada en pequeños prismas. Cuando llegue a casa y tenga invitados, que se preparen, tendremos polenta. Cuando llegamos al lago a Rinaldo parecen entrarle las prisas, mira el reloj y farfulla algo relacionado con su mujer. Saco en deducción que se trata de uno de esos hombres a los que la mujer tiene encerrados en una puño de hierro. A mí me admira mucho esta dependencia que observo en muchos hombres. 


En esta parte de los Alpes los caminos ni son tan evidentes ni están tan bien señalizados como en otras partes. Cuando dejo el lago Prato Florito me cuesta trabajo seguir las trazas. A medio camino, junto a una casa de pastores, me sale un perro ladrando y enseñándome los dientes. Tras él sale la dueña a calmarle, una mujer campechana con el aspecto saludable de a quien le va bien la vida. Nos liamos de charla. Estamos a dos mil metros en un paraje agreste donde en muchos kilómetros a la redonda no hay nadie. Me cuenta orgullosa que lleva allí cuarenta y dos años, toda la vida, y que nació cerca de allí en una cabaña de pastores. No tiene hijos, hubiera sido muy difícil llevar esa vida teniéndolos, dice. Cuando me comenta que no había conocido otra cosa desde que nació, que la vida es dura pero que se encuentra a gusto, le cuento sonriendo que yo tengo un hijo un poco loco que cuando terminó la universidad se hizo cabrero, así que no hace falta haber nacido en el monte para llevar esa vida. Cuando le pido que pose frente a la casa para hacerle una fotosgrafía llama enseguida a su perro y empieza a hacerle carantoñas. Me dice que es molesto con la gente que pasa pero que es muy bravo trabajando con las vacas. Se ve a la lengua que tiene una relación muy afectuosa con su perro. Una vez me ha dado alguna indicación sobre el sendero no despedimos. La niebla merodea peligrosamente alrededor del collado y camino camino en realidad no hay, sólo pequeños rastros aquí y acá. 


Antes de llegar al collado las plantas de arándanos eran tantas que no resistí la tentación de sentarme entre sus matas para dar cuenta de sus sabrosos frutos. El problema con los arándanos es que son tan pequeños que para reunir una cantidad significativa de ellos uno tiene que pasarse el día recolectando. Mis hijos sí tenían paciencia para echarle el tiempo que fuera, cuando eran pequeños que no se nos ocurriera pasar en el Pirineo por donde hubiera frambuesas o arándanos, si tal sucedía estabas perdido, ya podías descargar la mochila y disponerte pacientemente a que se dieran una hartada de los pequeños frutos violeta. 


De todas maneras, a pesar de que uno puede elaborar todas las teorías que quiera en torno a la afición, al amor a la montaña, hay algo inapelable y es la belleza, magnífica belleza con que ésta en ocasiones se muestra. En el momento en que llegué al colle delle Pagia toda la vertiente norte estaba cubierta por la niebla, pero no habían transcurrido diez minutos cuando ésta desapareció y fue como si se alzara el telón para dar lugar a uno de esos espectáculos grandiosos que la montaña nos ofrece. El juego de la nubes, la luz, las montañas, hoy el soberbio macizo de La Vanoise enfrente, la total soledad y el silencio reinante componían un cuadro vibrante de emoción y belleza. 



Trescientos metros de desnivel más abajo había un grupo de casas de piedra abandonadas. La vida dura de los pastores y los escasos beneficios van dejando estos rastros por todos los Alpes. En una de ellas me aposenté para pasar la noche, una sólida construcción de piedra de bóveda de medio cañón construida en el año cuarenta y ocho. 









2 comentarios:

Escrito en la pared dijo...

¡Vaya barbas, padre! Besos!

Alberto de la Madrid dijo...

Se me olvido la maquina de afeitar en casa. Ya está siendo un problema comer los espaguetis. Un beso