Hölderlin y Stefen Zweig



Sobre Prazzo, 11 de septiembre 

Hoy empleé mucho tiempo consultando los mapas y viendo por donde iba a discurrir mi camino en los próximos días, así que seré breve. A estas altura de la travesía no tengo ganas de dar demasiadas vueltas e intento buscar los itinerarios más cortos pero sin perder la línea directriz de la Vía Alpina. Ello exige, aparte de buscar pasos adecuados y senderos señalados, que haya posibilidades de aprovisionamiento para que no tenga que cargar con excesivo peso. De momento ya tengo para caminar dos o tres días. En realidad el procedimiento es más divertido que si agarras el gps y tiras para adelante siguiendo las línea azul que éste te marca. Desde hace algunas semanas uso el gps sólo cuando tengo dificultades o no estoy seguro del camino que sigo. He vuelto a usar el mapa de papel como elemento principal de orientación. Y respecto al hecho de estudiar los mapas para encontrar por dónde uno debe abrirse paso la verdad es que es una actividad grata. 



Por la oscuridad que reinaba en la tienda a las siete de la mañana imaginaba que estaría muy cubierto e incluso envuelto en la niebla, así que fue una sorpresa, al abrir la cremallera de la puerta, encontrar que la cosa no estaba tan mal, había un nivel de humedad muy alto y la tienda estaba empapada por fuera, pero el ambiente presentaba un aspecto realmente bello. La niebla andaba por acá y por allá pintando el paisaje unas veces de misterio con franjas de nubes que correteaban por el bosque y por las cumbres, otras de una belleza algo sofisticada cuando el sol iluminó la prominente cima que tenia encima y que en es momento se encontraba parcialmente cubierta por la nubes a la vez que un cuarto de luna menguante a la derecha parecía venir a equilibrar la composición pictórica que se estaba formando en las alturas. Azules, naranjas y grises adormecidos componían la principal gama de colores de la madrugada. 





Estaba a tiro de piedra del collado Bicocca. El amarillo pajizo de los pastos y la niebla arrastrándose por las laderas de las cimas más altas daban a mi paseo, que además discurría por un ancho camino horizontal siguiendo la línea de las cumbres, una agradable sensación de día de vacaciones, de día de asueto, como si la tarea de la jornada fuera a consistir en un liviano discurrir entre los cambiantes colores que a mi alrededor se producían por efecto de la niebla y el sol. 





En Serre tuve una divertida discusión con el dueño del restaurante, un hombre grueso sin ningún sentido del humor, que no entendió que yo estaba jugando con sus argumentos contradictorios. El local está dedicado para gente de montaña y entonces tenía lo esencial para esta gente, me dijo, pero aparte de bollería y cosas así no había nada sólido para comer, entre otras cosas porque el panadero llevaba el pan a las once de la mañana. A mi entonces se me ocurrió decirle que si la gente de montaña tiene que esperar en su establecimiento hasta la once para desayunar se le iba a juntar el desayuno con la comida. Joder, qué mal le sentó. Que si yo le iba a dar lecciones de lo que tenía que hacer, que... etc. Me hubiera gustado decirle que estaba de coña, que... pero habría sido inútil, no paraba de hablar, que se levantaba todos los días a los cinco de la mañana, que... 



Para sustituir a los trabajos de antropología de Marvin Harris elegí a Stefan Zweig, La lucha contra el demonio. Contra el equilibrado genio de Goethe, que Stefan Zweig usa de fondo comparativo, se dedicará a analizar las figuras inquietantes y siempre en lucha con los demonios, de Hölderlin, Kleist y Nietzsche. La desgraciada vida de Hölderlin dedicada por entero a la poesía ocupa toda mi subida hasta el col de Saint Michel. El estilo de Zweig no me gusta, es en exceso ampuloso, en su escritura parece como si todo estuviera bajo el foco permanente de un énfasis desproporcionado en donde las medias luces y los tonos intermedios no existiesen. Me resulta una literatura innecesariamente inflada. Tampoco los supuestos y afirmaciones que hace, como si el poeta no perteneciera al reino de este mundo y hubiera sido una extraña mutación en el universo, me parecen del todo acertadas; conociendo la obra de Hölderlin más me parece que se aprovecha al individuo Hölderlin para "hacer literatura", una literatura no exenta en absoluto de una inventiva y una extrapolación que sobrepasan el rigor de un análisis para someter la obra al guión que se ha impuesto en relación a esa idea motriz de la lucha contra el demonio. 



El largo descenso a Ussolo pasaba por subir inexplicablemente cuatrocientos metros por una ladera. Elegí otro itinerario y bajé por Saint Michel donde me sorprendieron unos enormes frescos sobre la fachada de la iglesia y las paredes del ayuntamiento. Desde allí seguiría una senda que llevaba a Prazzo di Sopra, pero antes daría por terminada mi jornada en un pradito muy cuco que se me presento inesperadamente en una curva.







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