Ordesa







Cercanías de Irati, 26 de octubre de 2014

Me pilló el final de la tarde en un cerro cubierto de arbustos, la pista que había tomado para alejarme de la carretera desaparecía en su cima. Un lugar tranquilo desde donde vi los últimos rayos del sol encendiendo de fuego unas nubes insignificantes. Ahora las nubes se han marchado y en su lugar hay trocito de luna sobre las lomas de poniente. Sentado en el todoterreno con el asiento del copiloto invertido de posición he improvisado una pequeña mesa que se apoya sobre la cama, una extensión de uno setenta por uno treinta bajo la cual está toda mi impedimenta en pequeños compartimentos que fabriqué soldando algunas chapas y cuadradillos de hierro. Frente a mí está el compartimento de la cocina que hace las veces de despensa; a su derecha se encuentra la biblioteca, el portátil, todos los aparatitos electrónicos que uso; detrás del asiento del conductor hay instalada una segunda batería que me suministra el servicio eléctrico que necesito, también hay una estufa de gas además de mis botas y algunas herramientas. Lindando con la puerta trasera hay otro compartimento destinado a la ropa, bastante porque preveía que iba a llover y necesitaba recambio, otro para los sacos de dormir, dos por si el frío aprieta, y uno más destinado también a despensa donde cargué con unos cuantos melones, cajas de leche, productos de nuestra huerta y alguna cosa suelta más. También hay un bidón de agua de veinticinco litros. Como se ve aquí cabe casi todo, aunque algunas cosas me he dejado, como la ducha por ejemplo, una muy chula que calienta el agua con el sol y que Victoria y yo usábamos colgándola de la rama de un árbol para conseguir presión. Usábamos porque mi hortelana se ha vuelto tan casera que ya dudo de que le dé un arranque para darse una vuelta por el mundo. Desde, primero, que tenemos huerta y se ha vuelto una apasionada de estas cosas, y segundo, desde que adoptamos dos gatas ya no hay manera de hacerla salir de casa. Cuando le propongo algún viaje siempre me dice lo mismo: ¿Y mis gatas qué? Sus gatas, porque sus gatas son muy especiales, nacieron salvajes bajo una furgoneta que usamos para herramientas y que está cubierta por todos los lados de yedra, y aunque Victoria las ha domesticado un poco nadie podría cuidar de ellas, teme que se marcharan y no volvieran. Ya sucedió que hiciera un par de viajes a ver a un amigo en Francia y no pasaba día que me diera el toque por teléfono para preguntar por sus gatas, sus gatas aquí, sus gatas allá; no creáis que preguntaba por sus hijos o por un servidor, de eso nada, su amor de esta edad madura son sus gatitas, Bartola y Peluca. Aunque también dudo de que se animara si no hubiera gatas. Hace cuatro o cinco años se me pasó por la cabeza la idea de viajar por Europa por tiempo indefinido en el todoterreno; pues bien, en aquella ocasión logré convencerla pero me adelantó que después de cuatro semanas me dejaría solo y regresaría a casa; ese era el convenio. Luego se animó y las cuatro semanas se convirtieron en cuatro meses de viajar de acá para allá llegando por el este hasta la misma capital de Ucrania. Eso sí, había que respetar y mucho sus gustos, que son muchos y que especialmente están relacionados con la música y el cine, tanto que la cosa llegó a tanto como para hacerme recorrer un millar de kilómetros hasta Odesa en el mar Negro, y todo para ver las mismísimas escaleras de la película de Eisenstein, El acorazado Potemkin, aquella tan buena secuencia en que un carrito de un bebé con el niño dentro rueda escaleras abajo.



Vamos, que más no me puedo ir por los cerros de Úbeda. Creo que de lo que debía de hablar era de Ordesa, esa era al menos mi intención. ¿Ordesa, Odesa? Va, no hay problemas, una r de más o de menos tampoco es para tanto. Además, lo que pueda decir de Ordesa en otoño ya lo sabe todo el mundo, maravillosa, sublime, el paraíso del fotógrafo. Por cierto, que hoy recorriendo el valle me acordé de Fernando Ruiz, el fotógrafo oficial del Navi, hombre apasionado de ese arte que consiste en recoger la luz que se posa aquí y allá, como las mariposas sobre las hojas, los ríos o los bosques, y enlatarla en su reflex para después servírnosla en colores de lujo. Sí, Ordesa era hoy un magnífico espacio para todos aquellos que disfrutamos tomando fotografías. Era domingo, así que os podéis imaginar cómo estaba el valle, a tutti plen. Cuando llegué no había ni un alma, que todavía la luz del sol era un pequeño resplandor perfilando las montañas, ahora, bastó que transcurriera una hora y media, dos para que aquello se convirtiera en la Gran Vía. Niños, pensionistas, familias enteras, grupos de amigos, montañeros y, no faltaría más, muchos fotógrafos, muchos como yo cargando con el obligado trípode, a hora tan temprana internados en el hayedo para recorrer los diminutos matices de luz que, diseminados por aquí y por allá vestían el hayedo-abetal de recóndita belleza; para sacarle al agua de las cascadas ese movimiento que sólo es posible con exposiciones de tiempos largos, esas fotografías en las que realmente el agua aparece como una masa en movimiento sobre un fotograma que por definición es la congelación de un instante.  






Mi caminata por Ordesa fue en esta ocasión gozo de los ojos como nunca. Todos los amantes de las montañas y los bosques deberían apuntar en sus agendas hacer una excursión anual durante el otoño al lugar. Voy a ver si proceso algunas de las tomas de hoy para ponerlas en el blog. No sé si habré sido capaz de reflejar mínimamente lo que allí viví esta mañana. De todos modos si vais a ver las fotos procurad verlas en el ordenador y a pantalla completa. Presiento a veces que la premura con la que hoy en día hacemos fotografías puede atrofiar nuestra capacidad de apreciarlas. A mí me parece un pecado, pecado mortal, ver buenas fotografías en el teléfono o pasar sobre ellas como distraídamente. Me pasa a veces cuando me encuentro con una buena fotografía, por ejemplo (no hablo de aquellas que tomamos para recuerdo de una excursión de amigos), sentir una excitación parecida a la que me suscitan los cuadros que más me gustan de la pintura universal. Encontrarte un árbol, unas rocas llenas de musgo y unos pocos helechos, recuerdo una toma precisamente así de Fernando Ruiz, recogidas en una fotografía afortunada, siempre me produce un placer muy especial. 






























7 comentarios:

Fernando Ruiz G. dijo...

Te agradezco mucho Alberto el que me cites en este post. No lo había leído. Es por la saturación de noticias en las redes y en los medios que nos golpean todos los días; y sin embargo se nos pasan las de los amigos, amigos doblemente unidos por nuestro amor a la montaña y a la naturaleza y a intentar recoger con nuestra cámara ese instante maravilloso donde la luz es de una forma determinada, que después de unos minutos seguramente ya no lo es.
Saludos y espero verte con los del Navi, que las caminatas acompañados también son gratificantes.

Sergio Iglesias dijo...

Hola, había que ver una fotografía de esa adaptación que has hecho del todoterreno Alberto. Tengo curiosidad.

Por lo demás las fotografías son preciosas.

Oye no se si has recibido mi comentario sobre tu libro "La edad madura". A veces me falla el correo.


Saludos desde Galicia

Sergio

Alberto de la Madrid dijo...

Espero, Fernando, volver a disfrutar con alguna de las próximas excursiones del Navi. Hoy los alrededores del Gorbea volvían a estar espléndidos de color y formas.

Alberto de la Madrid dijo...

Sergio te escribí largo hace tiempo en contestación a tu carta sobre La edad madura. Voy a ver si te mando copia mañana con un poco más de cobertura.

slechuga dijo...

Para mi uno de los mas bonitos e impresionantes valles de todo el Pirineo.
Muy buenas fotos las de Ordesa.
A seguir disfrutando de la soledad del Otoño.

Anónimo dijo...

Me convenciste, este fin de semana me voy a ver esa gama de colores que ofrece Ordesa, de paso veo a mi madre, hermanos y demas familia. Echo de menos, y, el caso es que conozco tampoco el lugar q me vió nacer!!!. Buen viaje artista.

Alberto de la Madrid dijo...

Me alegra señor anónimo :-) mi capacidad de convicción, que no es mia, claro, sino lo extraordinario del lugar y la estación. No te arrepentirás. Ordena es hermosa hasta diluviando