Sierra de Aralar, ascensión al Larrunarry





Parque Natural de Gorbeia, 28 de octubre de 2014


El biógrafo de Schopenhauer relata cómo éste en un temprano viaje a Europa con sus padres cuando era adolescente, corrían los primeros años del siglo XIX, constataba minuciosamente en su diario sus excursiones a algunas montañas significativas escribiendo sobre la gran tensión emocional que aquellas ascensiones le producían. Habla de la conmoción interior que le produce ese encuentro íntimo con los elementos antes del alba. Me alegra encontrarme con estas referencias que me confirman una vez más en una pasión que ejercida con frecuencia puede producir en un interlocutor la sensación de que eres un tío un tanto estrafalario. Estrafalario por buscar el final de la noche para caminar y por si fuera poco por hacerlo solo. De hecho ese encuentro íntimo con los elementos, que subraya Schopenhauer, constituye casi siempre la parte más significativa de la jornada.



Hoy apenas un pocillo de claridad asomaba por el cielo cuando dejé atrás el coche, esa pequeña cabaña ambulante en la que vivo estos días. Una continuada ascensión de mil metros de desnivel me dejaría en la cumbre del Larrunarry donde volaban solemnes los buitres sobre un breve mar de nubes que se extendía perezosa hacia el norte como un manto de nieve. Había cargado con el trípode para fotografiar el hayedo, pero resultó que el hayedo sólo me lo encontraría en el camino de vuelta cerca del mediodía. Mientras tomaba altura se podía contemplar cómo el sol iba llamando de puerta en puerta en todos los caserios dispersos por las lomas que sembraban a modo de vasallos el paisaje inmediatamente al sur de la sierra de Aralar, un amanecer nada espectacular que sólo se amenizó un poco cuando las nubes saliendo de no se sabe donde empezaron a cubrir la cumbre del Gambo Lizasoko Lepoa, el pico más alto de la zona, y a arrastrarse pesadas por las laderas de toda la sierra. Los buitres planeaban sobre la cumbre como aviones sin motor, como por simple entretenimiento.




Estaba solo. Estarlo en una cumbre acrecienta todavía más la sensación de soledad, sensaciones y emociones que tanta gente no logra entiender porque no son capaces de situarse mentalmente en un momento así. Es verdad que uno tiene que nacer con ciertas disposiciones para amar estas cosas, este modo de hacer. Lo cierto, sin embargo, es que aunque tal actitud de predisposición a la soledad y al aislamiento puede plantear pequeños problemas de sociabilidad a los sujetos que la tienen, también ellos se ven agraciados por una receptividad y sensibilidad que facilita un contacto muy íntimo con la naturaleza.



Descendiendo de la cumbre me asaltaba esta mañana un extraño complejo,  complejo, como decirlo, de privilegiado. Recordaba el gentío que llenaba el valle de Ordesa días atrás, un domingo, y la situación de hoy, que aunque fuera un lugar algo menos concurrido el camino daba señales de mucho tránsito. Y sin embargo ni un alma. ¿No es esto propio de gente privilegiada? Sí, ya, uno antes ha trabajado cuarenta años para llegar a esto, pero aun así. Uno, de currar toda la vida ha pasado a hacer su santa voluntad en cada momento, y ello hace que de vez en cuando sienta un pequeño toque interno que viene de ese sentimiento de privilegiado, concepto en el que no me siento cómodo. La madre de Schopenhauer, teniendo éste veinte años, le escribe en una ocasión una carta amonestándole porque la vida que hacía, que transcurría en gran parte con los miembros de la aristocracia, le obligaba a gastar mucho dinero y había empezado a dilapilapidar la fortuna de su padre; sus amonestaciones iban dirigidas a forzar a éste a abandonar tales amistades, nosotros no somos de esa gente que nunca ha conocido el trabajo y que emplea su vida en el ocio, le decía. A mí me hubiera parecido maravilloso no haber tenido que trabajar nunca, pero habría sido inevitable cargar con esa muy mala conciencia que debería aquejar a todos los ricos, porque no hay muchos ricos que lo sean gratuitamente, todo muy rico esconde un ladrón en alguna parte de la gestación de su riqueza.



El sol tras los párpados
y el graznido de unos cuervos
y la brisa,
al sol, después de comer
al final de una ascensión al Larrunarry
donde los buitres volaban junto a las nubes.

En esto consistió casi todo hoy,
después comí unos langostinos
bebí un cuartillo de vino
y ahora, tras el café, me siento feliz
leyendo versos de Wallace Stevens.

Gorbeia se llama esto,
un otoño más en mi camino,
un gran prado verde
escarpadas rocas
y la herrumbre de las hojas
que engendra el otoño.

No hay nubes
cantan los pájaros
el lugar está solitario
y abandonado al silencio
hayas, espinos, algún arce
los sauces en la hondonada.










2 comentarios:

slechuga dijo...

Llevo años queriendo subir a este Cervino Vasco,(mas conocido por Txindoki) por su arista Oeste, de IIº y IIIº y algún paso de IVº.
Pero a la fecha de hoy haría pereza de realizar la.
Descripción de la arista:
http://www.nevasport.com/phorum/read.php?10,2230621

Alberto de la Madrid dijo...

Tengo que cambiar el nombre de la cumbre porque en el mapa no eataba claro y ahora sé que se trata del Txindoki. 12751