Valderejo y el desfiladero del río Purón




Embalse del Ebro, jueves, 30 de octubre de 2014

Al final ayer por la tarde aprovechando una miaja de cobertura Victoria pudo mandarme algunos tracks de la zona de Valderejo, de la que no tenía ninguna información. Si tienes unos pocos tracks a tu disposición que trasladar al gps tienes la vida solucionada, por la mañana te asomas a ver el panorama, miras por aquí y por allí, ojeas un mapa y con eso ya te puedes hacer una idea, tienes tu excursión organizada. Entre  los tracks aparecía el río Purón y al trasladarlos al mapa me encontré con un amontonamiento de curvas de nivel, lo que era un buen augurio. Valderejo es un amplio valle de pinos, hayas y extensos prados rodeados por altos escarpes. En esta ensenada nace el río Purón que trata de abrirse camino hacia el exterior de este escenario de la única manera posible, socavando la montaña y abriendo en canal la tierra para pasar a través de ella; ahí es precisamente, en el ahondamiento, en la humedad, en la umbría donde se van a provocar estos pequeños milagros que surgen siempre en barrancos y desfiladeros.




Había pasado la noche en un rincón del aparcamiento del parque junto al pueblo de Lalastra, apenas un puñado de casas. La mañana tenía un aspecto un tanto anodino cuando eché a caminar; el gps, nada más pasar el pueblo, me dirigió enseguida cuesta abajo hacia la depresión que se abría en dirección al río. No es corriente comenzar la jornada bajando, era muy relajante caminar con las manos en los bolsillos sin prisa ni intenciones, como quien está dando una vuelta por el Retiro y no alberga otro propósito que ir por allá donde el capricho lo lleve. No tardé en poner a trabajar la cámara. Son tantos otoños los que estoy recorriendo este año que a veces pienso que inevitablemente me voy a repetir, eso que también sucede con la escritura, pero me gusta, este año estoy disfrutando muy especialmente con la fotografía. Quizás tenga que ver con que ahora llevo encima una cámara un poco decente, eso y el descubrimiento del revelado de cámara raw, que ha aumentado muchísimo la posibilidad de manipular las fotografías con unos pocos clic de ratón. Esas fotos, por ejemplo, en la que un cielo con mucha luz se hace incompatible con un primer plano porque o se pierde el cielo y sus nubes o si aparecen éstas la mitad inferior del fotograma queda sumida en la oscuridad. Además ayuda una nueva técnica que desconocía hasta ahora relacionada con este tipo de situaciones, se trata del procedimiento HDR; cuando un tema tiene mucho contraste, con luces y sombras incompatibles, la cámara hace tres tomas con distintas exposiciones y después las procesa integrando luces y sombras de las tres tomas de una manera armoniosa. Muchas de las mejores fotografías que hago este otoño no serían posibles sin estos medios. Cuando tenga que volver a caminar con toda mi impedimenta a la espalda voy a necesitar pensarme de nuevo la posibilidad de volver a cargar con el portátil; con el teléfono no se pueden trabajar las fotos y éstas tal como salen después de disparar dejan mucho que desear.


No sé lo que me pasó, pero llevaba ya recorrido un trozo del desfiladero cuando de repente me acordé de Marixhu, la de bonitos ojos verdes, mi amiga asturiana con la que caminé el pasado año camino de Irún, y entonces, esos recuerdos que las distancias traen así de improviso, como una brisa que de golpe te acaricia la cara en lo tórrido de un verano… pues eso.
Y por cierto, ¿no os ha sucedido alguna vez?, eso, digo, caminando a buen paso, una mañana temprano, cuando parece que las neuronas deberían estar más que dormidas, que poco a poco, como al roce de una pluma, despierten y lentísimamente vaya surgiendo de la nada la coreografía, los movimientos en el proscenio, se empiecen a oír los engranajes de la tramoya, así, como para recibir en la oscuridad bajo el difuso foco de una luz aterciopelada… ¿el qué? Pues el qué va a ser, leche, que todo hay que decirlo. Pues eso, la mujer de tus sueños. Y ay, entonces. ¿Seguro que no os ha sucedido nunca la cosa, a paso recio sentir que el cuerpo se te llena de agradables cosquillas, que muy despacio se levanta el telón, un piquito por aquí, un piquito por allí, como esos piececillos que asomaban las bellas por debajo de su vestido?, y entonces, nada, nada de parar, todo lo contrario; y además echar leña al fuego, poco a poco, siempre poco a poco. Hay situaciones que de puro cómicas merecerían un escenario. Y que conste que no me perdía una cascadita, unas hojitas de arce flotando en la oscuridad del riachuelo, el consabido haya de cuerpo macizo y brazos de musculoso gigante. Y si del camino salía un ramal que bajaba a contemplar una cascada allá iba yo con mi teatro, mis neuronas calentitas calentitas, mi cámara, mi trípode, todo bajaba la pendiente a fotografiar el trocito de otoño correspondiente que en ese momento brincaba como un cabritilla en forma de cascada rodeada de los colorines que días atrás los pintores impresionistas habían ido pintando delicadamente en las hojas para recreo del caminante. Y era la cosa que en el teatrillo se había hecho un pequeño paréntesis, que era como en la ópera cuando unos y otros personajes se contestan cantando y el que recibe la réplica tiene que hacer de tripas corazón y mantener el careto a la espera de que llegue su turno. Pero bastaba retornar al camino principal, ahora un senderito tallado en las robustas paredes del desfiladero, para que por allí abajo la cantinela volviera al punto que lo había dejado y resultaba que ahora lo que tocaba eran ayes, ayes sí, pues eso ayes, deliciosa música para mis oídos, para mis sentidos todos que me ponían los pelos de punta y estremecían todo mi cuerpo.


Estas cosas no se pueden explicar, os propongo que tratéis de experimentarlo si queréis comprenderlo cabalmente; claro, no va ir uno y zas, a montarse el teatrillo así, en blanco, sin comerlo ni beberlo; la cosa no funciona así, si se experimenta hay que esperar a que los dioses sean dadivosos y que un día que caminamos solos vengan a visitarnos con la caricia de una insinuación. Entonces, que el cielo os conceda ese bien, que encontréis ese desfiladero, ese sendero solitario, y que durante un par de horas de recorrido, por ejemplo, tratéis de hacer música con la imaginación, que miréis por aquí y por allí a vuestro objeto de deseo, que lo oigáis, que lo acariciéis. Y basta, basta, pero sobre todo prolongar el deseo, alargarlo aunque tengáis que sacar la cámara, medir la luz, enfocar, y caminad, caminad sin parar hasta el final, aunque os tiemblen las piernas y una especie de convulsión epiléptica las haga flaquear hasta casi daros de narices contra el suelo.
¿Y sabéis? El desfiladero era una preciosidad, la mayoría de las fotos que aquí aparecen fueron tomadas durante la fiesta.
¿Qué fiesta?, dirá alguno…


Había además una suavísima niebla que bañaba el paisaje con un candor voluptuoso y frágil. Después, cuando regresé de mi teatro y de mi desfiladero, mi camino se subió al monte, atravesó pinares, alcanzó un altillo y desde allí pude ver cómo los bancos de niebla de la mañana todavía yacían en los bajíos como pequeños charcos de algodón.

Iglesia de Bóveda, el Valgavia
















4 comentarios:

Martin Arnanz dijo...

Esos experimentos que dices que practiquemos, pueden acabar con una desafortunada caida, al tropezar con el tripode de la camara de fotos.

slechuga dijo...

Alberto me gustan mas las fotos sin HDR, a mi gusto en alguna foto muy especial, valdría, pero es que no se ven naturales.
Es mi modesta opinión.

Alberto de la Madrid dijo...

Ah, Martín, ya sabes, como en la montaña, siempre uno corre riesgos, que por otra parte son la sal de la vida.

Alberto de la Madrid dijo...

Santiago, ya lo dije la cámara se volvió loca, tuve que recibe el sistema. El HDR es otra cosa, se hacen 3 fotografías con diafragmas diferentes y el sistema aminira los contrastes.