Afrodita Trail, Chipre


Nicosia, Chipre, 16 de julio de 2015


Las cuatro y media de la mañana. Es noche oscura, las estrellas... espléndidas sobre el zenit. Casiopea que anoche veíamos cercana al horizonte está ahora sobre nuestras cabezas. Como se ve este planeta sigue dando vueltas, con crisis o sin ella, los únicos que seguimos las peripecias del tiempo somos los humanos. Alecciona, impresiona la impasibilidad del firmamento, la impasibilidad del mar. Mientras nosotros corremos de acá para allá arriba o abajo en el ancho mar todo sigue igual. Mientras me llega la inspiración para hacer la crónica de hoy no se me ocurre otra obviedad; a veces sucede así. Pero también es cierto que las obviedades dejan de serlo con excesiva frecuencia por imperativos del guión o porque simplemente ejercemos de gilipollas empujados por un ambiente nada interpelativo, esa clase de población que quiere el imbécil de Rajoy para que el país siga ciego y sordo ante las truhanerías de los listillos de siembre. Lo que hoy es pura mentira y manejo sin escrúpulos ayer llevaba la etiqueta de lo obvio. Décadas de feroz franquismo lograron hacer de lo obvio, la libertad, un sistema de gobierno democrático, la religión, el sexo, un material con el que cualquier ciudadano respondón, un rojo de mierda por tanto, podía ir a la cárcel o sufrir un accidente mortal en una comisaría. Las obviedades son según el ojo con que se miren muy diferentes. Este twit que he leído esta mañana, por ejemplo, de Juan Torres, veamos si es obvio o no: "Lo único que siento en estos momentos hacia Europa y hacia los dirigentes de Alemania es asco". Para mí es obvio, incluso asco y repugnancia son adjetivos que se quedan cortos para nombrar a Alemania y a la UE en relación a su comportamiento con Grecia.
La perversión de lo obvio a lo largo de la historia y en los comportamientos de las personas, mangantes y ladrones erigidos en padres de la patria, criminales y asesinos ejerciendo de paladines de la paz y el orden universal, pederastas en las filas de la Iglesia metidos a salvadores de la feligresía... la perversión de lo obvio es obvia. Es por ello que no viene mal insistir de vez en cuando en lo obvio que tantas veces dejamos de percibir casi siempre por imposición externa.
Hacia mucho tiempo que no dormía bajo un cielo tan estrellado, mucho que no me entretenía en recordar los nombres de esas entrañables compañeras que tantas, tantas veces han sido las fieles amigas de los vivacs, de las noches de íntimo amor con la naturaleza, en cumbres, valles, costas, prados, bosques. Ninguna luz de los alrededores perturbaba la impasibilidad del Triángulo de Verano, la quietud de la Polar, la magnitud de la Osa Mayor, la hermandad de Cástor y Polux; sólo el clac clac suave de las pequeñas olas que chocaban a nuestros pies contra la piedra pómez de la orilla.
Hablaba de obviedades. ¿Por qué somos tan pocos los que cogemos nuestro saco de dormir y nos vamos a un rincón de la naturaleza a pernoctar, a sentir la respiración de la naturaleza junto a nuestra respiración, a vivir la espléndida soledad de los bosques o la orilla del mar. Palabra que no lo entiendo, que a la gente le vendan paquetes turísticos para ir aquí o allí, estar en este o aquel lugar, visitar un puñado de cosas y sin embargo lo que está al alcance de cualquiera, dormir bajo las estrellas, lo practique sólo un puñado de locos es algo que cae fuera de mi comprensión. Yo encantado de que esto sea así, que no me imagino pidiendo día y hora para ir a pasar la noche bajo las estrellas. Casi hay que agradecer a esa panda universal de políticos descerebrados que con una miopía de llevar culos de botella por gafas se empeñan por todos los lados en impedir pernoctar a todo quisque fuera de un hotel o de su casa. Un acto así, una legislación que impide dormir a la fresca y que cada vez es más universal, pone en evidencia la magnitud de la estupidez de los políticos en general. Los políticos, que deberían ocuparse del bien general, de que la población disfrute de su país, de la naturaleza, parecen empeñarse por todos los medios en mediatizar nuestra libertad convirtiéndonos en borregos aspirantes a engrosar paquetes turísticos.
Una delgada línea de luz cruzaba débilmente el horizonte cuando nos alejamos del mar camino de la cumbre de Moutti tis Sotiras, la más alta de la zona, una montaña de trescientos setenta y cinco metros de altura que se elevaba atrevida sobre los Baños de Afrodita hacia el sur. Era una larga subida sin mucha historia, un paseo agradable y algo empeñativo en algún momento, pero nada más. Cuando le llegó la hora al sol éste despuntó sobre unas colinas que mojaban sus pies en el mar al fondo de la bahía de Chrysochou, un medallón rojizo y gordo que en pocos minutos vendría a hacernos la puñeta con su calor agobiante. Pero estaba bonito, sí, señor, como en la mayoría de los amaneceres el sol extendió enseguida su alfombra brillante en forma de lanza sobre el espacioso mar que poco a poco fue saliendo de su adormilamiento mientras nosotros llegábamos a la cumbre, algo más tarde de las seis y media de la mañana. La vista de la cumbre era realmente hermosa, grandes peñascos caían hacia un vacío respetable que harían encoger el estómago a cualquiera. Victoria se negó a dar un paso más adelante cuando yo la propuse hacer una de esa fotos que producen mareo en el espectador con tendencias al vértigo. Había sobre la cumbre algunos bellos ejemplares de retorcidas sabinas que enseguida me recordaron a los más extraordinarios árboles que conozco y con los que me tropecé recorriendo la isla de El Hierro. Voy a copiar uno de esos ejemplares de Canarias de la Wikipedia al final de mis fotos para que os hagáis una idea.
Parte del camino que hicimos lleva el nombre de Afrodita Trail. Lo podéis encontrar en Wikiloc los que queráis daros una vuelta el fin de semana por Chipre. Merece la pena. Lo mismo encontráis un vuelo de Ryanair por dos perras gordas y os animáis.
¿La continuación del día? Un baño en la playa con un agua tranquila y deliciosa, un autobús hasta Polis Chrysochou para recoger un macuto que habíamos dejado en el hotel, otro autobús hasta Paphos y unos minutos más tarde un tercero que nos dejaría en Nicosia, en el centro de la isla, a la hora de la comida. Después del madrugón no pude evitar quedarme sopa durante todo el viaje.

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