Ósmosis. En el Parque Nacional de Taroko


Xincheng, Taiwan, 25 de noviembre de 2015

Ayer, mientras hacíamos el recorrido de la cascada de Baiyan, en el Parque Nacional de Taroko, se me ocurrió que la palabra ósmosis podía ser muy apropiada para describir cierta fluidez que puede darse entre los seres humanos. El modo silencioso en que los alimentos encuentran su manera de pasar a las células para alimentar el organismo, sin hacerse notar, como destilada humedad que tenue pero constantemente nutre nuestro cuerpo entero, intentaba compararlo yo a ese otro fluido anímico que se produce entre padres e hijos, entre amigos, entre amantes, algo que fluye entre hombres y mujeres que no sabemos nombrar pero que nutre nuestra alma, le da consistencia y hace que nos sintamos acogidos entre los otros y que tiene la gracia de hacernos sentir medianamente bien en este mundo. Porque sí, hay grandes cosas, asuntos graves o simplemente importantes que facilitan nuestra estadía en el mundo, pero todo se presenta como si lo que realmente nutriera nuestro ser interior en relación con los demás fuera precisamente ese fluir osmótico afectivo que tiene su mejor expresión cuando uno se siente anímicamente cerca de otro ser humano sin necesidad de que haya que expresarlo en alto.

Momento antes me había cruzado con un macaco, al que por cierto logré hacer un buen retrato, y el "hombre" ofrecía un aspecto tan apesadumbrado, se le veía tan sumido en profundas reflexiones que algo de pena me dio, tenía la mirada de quien está en quiebra y no pudiendo pagar la hipoteca de su casa ya piensa en lo peor. Éste, además, era de los que tenían graves responsabilidades familiares ya, que había dos hembras que le seguían con dos recién nacidos colgados del pecho. No sé si los macacos y las macacas tendrán esa clase de ósmosis afectiva a la que me refería más arriba, pero influenciado por ese concepto, ósmosis, que me había llovido del cielo caminando temprano por la selva, trataba de ver las similitudes entre ellos y nosotros y la verdad es que sentía cierta compasión por los macacos, que me parecieron seres tristes y apesadumbrados por lo reducido de su vida, su dieta de lo más reiterativa a base de bayas y similares, sus pobres juergas sexuales seguramente llenas de prisas y apremio, la imposibilidad de disponer de un teléfono con el que matar marcianos o comunicarse con sus amiguetes de Nueva Guinea a través del Facebook, en fin su aburrimiento que yo mirándoles a las caras juzgaba terrible. Quizás macacos y macacas se quieran un montón, pero no tenían aspecto de estar muy enamorados, el pater familias llevaba a las hembras detrás como quien arrastra una cadena en un penal.

A veces uno tiene la tentación de cantar con Octavio Paz aquellos versos en los que loa a caballos, insectos, plantas o burros, diciendo

"Todos están ahí, dichosos en su estar, 
frente a nosotros, que no estamos, 
comidos por el amor, 
comidos por la muerte."

pero no, la dicha de un macaco no me atrae, tampoco la de un burro o un insecto.

Hoy la conciencia de esa ósmosis de la que hablo más arriba, y ello contando con el hecho de la bazofia que corre por el mundo y sus ganas de matarse a tiros, es una realidad que me gusta contemplar, esas pequeñas cosas que escondidas en el tegumento elemental de la vida circulan por nuestro interior de parecida manera a como lo hacen la sangre o el oxígeno sin que nosotros seamos en absoluto conscientes de ello y que constituyen la esencia de nuestra vida interior. Nuestra relación con los demás, nuestro afecto, no tiene por qué pasar por el despacho de ningún notario ni ratificarse por medio de la palabra, es algo que muchas veces no sobrepasa los umbrales de un fluir osmótico que transita muy discretamente por los rincones del yo. Si le argumentara esto a mi hija seguro que enseguida diría: sí, pero... Y probablemente con toda la razón...

El Parque Nacional de Taroko ocupa una parte importante de la zona de montañas y selvas. "Taroko se traduce como "magnífico y hermoso" en el idioma de la tribu indígena truku, pues según se cuenta, hace mucho tiempo, un miembro de esta tribu recorrió estos sinuosos cañones de mármol hasta alcanzar la azul inmensidad del Pacífico, escogiendo tal nombre para la hermosa visión que contempló. Un nombre que ha llegado hasta nuestros días para designar esta asombrosa obra de la naturaleza labrada durante siglos por el impetuoso río Liwu a través del corazón de las montañas, donde los desfiladeros de mármol avanzan hacia el océano flanqueados por verdes masas forestales, cascadas, grutas y santuarios, conformando un abismo profundo y estrecho de belleza inigualable".

Hemos dedicado un par de días a recorrer algunos senderos de este parque. Hoy nuestro camino, casi en su totalidad tallado en la roca y sorteando el precipicio del río y una selva tropical infranqueable, 
recorría el valle de Shakadang hasta un punto en que el sendero termina confundiéndose con las grandes rocas que ocupan el lecho del río. Fue una excursión tranquila y como andábamos sobrados de tiempo dedicamos una buena parte de la mañana a contemplar el río y el enmarañamiento de la selva sentados a su orilla. Ambos estábamos un tanto ausentes, con los pensamientos vagando de aquí a allá de la vida. Sucede que la madre de Victoria ha sido ingresada parece de gravedad en el hospital, tiene noventa y dos años, y estas cosas terminan invitando a uno a la reflexión. El agua corría alborotada y grupos aislados de grandes monolitos decoraban el cauce y embellecían el entorno con los colores cálidos de su piel. Ahora ya era lo de menos que tuviéramos que interrumpir este viaje y regresar a casa, era la conciencia de la vida por motivo de la abuela, ahora era la vida circulando a toda leche por acá y por allá de los hechos de la existencia, escudriñándolos, reviviéndolos, considerando lo que ha sido inútil en ella, lo que ha sido hermoso, los errores, los aciertos, la historia de la madre de Victoria, tan vinculada al franquismo y al decadente catolicismo de la sociedad que salió "victoriosa" de nuestra guerra civil, la historia de una tardía novia que tuve, la relación con los hijos y con el mundo que me rodea. Como el agua del río a mis pies pasaban estos pensamientos por mi cabeza.

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