Embrutecido por el cansancio


Cercanias de Ainhoa, 15 de agosto de 2016
Una vida un tanto de salvaje ésta, esta vez más que otras. Hasta que el cuerpo esté en forma no va a ser de otra manera, caminar, comer y dormir. En estas circunstancias no puedo hacer otras cosas, leer, escuchar música, nada, me siento embrutecido por el cansancio.
Obligar al cuerpo a hacer un trabajo para el que no estás ni de lejos preparado es un disparate. Lo asumí así cuando salí de casa, sabiendo por otras veces que me costaría una semana por lo menos adaptarme, así que me va tocar apencar y sufrir las consecuencias.
Para más cachondeo, cuando después de la siesta comienzo a caminar emprendiendo una empinada cuesta, me encuentro con las cruces del Gólgota, cada cruz una parada del Vía Crucis. Un montaje que ya me he encontrado más de una vez en algún pueblo de España. En una ocasión, haciendo uno de los caminos de Santiago participé inclusión en la ceremonia. Era un espectáculo digno de ver, un centenar de ancianos y ancianas caminando por una vereda cuesta arriba para detenerse frente a una de las cruces o estaciones, cada uno con una fotocopia de los cantos y los rezos en las mano. Perdona a tu pueblo Señor, no estés eternamente enojado. ¡Encima! Como si no fuera Él el que tuviera que pedir perdón por permitir tantas miserias. Quien creó esta chapuza de mundo no merecería otra cosa que reprobación.  ¡Vamos, ni que el mundo lo hubiera creado el diablo!
Pues por esa vereda del Vía Crucis subí sudando tinta después de la siesta. En la cumbre de la loma me esperaba todavía una sorpresa, al Gólgota no le faltaba nada, los lugareños de Ainhoa, el pueblo que había dejado atrás, habían reproducido por entero la crucifixion.
Hay un cansancio que es objeto de gozo,  sucede cuando has caminado todo un día, pero pese a ello estás vivo, llegas a la tarde con el sabor de los paisajes y de los valles y montañas que has atravesado; tu cuerpo está fuerte y lo único que necesita es tomarte un respiro y echar un sueño para ponerse en camino después. Dos meses caminando por los Alpes proporciona esa clase de placer cuando estás en forma. Mirar atrás desde que comenzaste a caminar con el alba hace que surja de ti una suerte de delicioso placer. Ahora, cuando no estas preparado el cansancio es feo y un tanto desagradable.
Desde el Gólgota todavía caminé una hora y media. Encontré el lugar ideal en un collado herboso donde pastaban unos caballos. Hacía sol y era muy agradable dar cuenta de la cena tumbado sobre el césped, así hasta que de repente se levantó una ventolera que me obligó a meterme en la tienda.
Ahora, media hora después, el viento ha arreciado y los prolegónenos de la tormenta se han puesto en funcionamiento. El viento vapulea la tienda y los relámpagos y los truenos preparan su puesta en escena.
Ya veremos si tenemos fiesta o no. En es ocasión yo preferiría no tenerla. Sucede que esta mañana llovió durante un rato y tuve que ponerme mi impedimento para la lluvia. Fueron quince minutos y después paró. Como podía volver a llover saqué los brazos y cabeza de la capa y me la eché sobre el cuello. Lo hago siempre así. La capa queda cubriendo el macuto, el resto lo remeto entre la espalda y la mochila y andando. Pero en esta ocasión no debí hacer bien las cosas porque en determinado momento fui a comprobar que la capa de agua estaba en su sitio y zas, la capa había desaparecido, se había esfumado. Hice el camino de vuelta durante algún rato, pero en un alto desde el que se divisaba bien el camino dejado atrás me di por vencido: había perdido mi equipo de agua. Ufff... pensar caminar por el Pirineo sin un buena equipo de agua me parece imposible. De momento, y mientras no me tropiece con una negocio donde adquirir otro, la solución que he pensado es dejar a mano el doble techo de la tienda para cubrir el macuto en caso de lluvia; así que de momento apañado. Ahora, si le da por descargar a la tormenta mi gozo en un pozo, la cosa no va a estar guapa porque me dejara empapado el doble techo de la tienda. Buaa,  veremos.

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