Hasta que la muerte nos separe


Madrid - Hendaya, 13 de agosto de 2016
Una vieja conseja invita a ponerse en circunstancias tales que propicien algo, algo diferente a lo que sucede en el panorama diario desdr hace semanas en mi caso, por ejemplo. La consejo avisa además de que según las circunstancias que elijas te puede caer en suerte alguna clase de emoción, sensaciones o incluso puede estimular tu hipófisis de manera conveniente. Así que voy a tratar de aplicarme el cuento dándome una vuelta por el Pirineo. Todo será que mientras me alejo de casa se le ocurra a la cigüeña personarse en casa de mi hijo Mario y su chica y tenga que regresar a casa. No sería cosa de perderse los ritos del recibimiento.
¿Que como surgió la cosa de una nueva travesía pirenaica después de dos meses de no moverme de casa? La culpa la tuvo el olor de la jara de la Pedriza que se me metió de golpe por los poros de la piel hace un par de días mientras dejaba El Tranco a mis espaldas. Me vino una buforada a monte, a tiempos pedriceros tal que enseguida me entraron ganas de emprender una larga caminata. Allí mismo, antes de perder la cobertura, llamé a Renfe y saqué un billete para Hendaya para dos días después.
Mientras tanto en la Pedriza atardecía. En el cielo bailaba una media luna y, cuando se hizo noche cerrada, tuve un bonito encuentro con el pasado. Las rituales salidas de los sábados, el descubrimiento de la verticalidad y el gozo del propio cuerpo acariciando el granito, el permanente olor de la jara en la oscuridad mientras subíamos a vivaquear al Tolmo, tantas pequeñas aventuras que brotaron al final de la adolescencia como una flor ansiosa de abrirse a la vida. Caminar en la oscuridad propicia los reencuentros con uno mismo, fue sencillo volver a sentir el viejo gustillo de otros tiempos; ya estaban ahí los recuerdos de casi medio siglo atrás y la sensación de estar en compañía de un viejo amigo, estos riscos, estas montañas, a los que le han crecido un verdadero bosque en su seno mientras tanto. En un año de viajar por el mundo ¿cuántos lugares tan bellos como la Pedriza habré visto?, me pregunto. Ninguno, me contesto, aunque consciente de que mi cariño por este lugar del mundo es muy semejante al que se tiene por una amante, o más, seguramente, ya que las amantes vienen y se van mientras que esta tierra de grandes monolitos sigue ahí, fiel, como amante a prueba de bombas; hasta que la muerte nos separe, que diría aquel.
Llegué a medianoche al collado de la Dehesilla, un lugar muy apropiado para contemplar un cielo estrellado que prometía ser espectáculo de estrellas fugaces esa noche. Pero no llegué a ver ni una, me quedé frito nada más meterme en el saco. Eso sí, abrigado por el gustillo de la soledad y los recuerdos. Quien ha tenido la suerte de descubrir temprano el sabor de las cosas sencillas, dormir la raso donde te pilla la noche o disfrutar del duro suelo de los prados y las cumbres puede darse con un canto en los dientes porque está ya en posesión de la mitad del placer que puede arrancarle a la vida.
No mucho más. A la mañana siguiente desayuné en Casa Julián después de un temprano paseo hasta las praderas del Yelmo. Estuvo realmente bonita la mañana. Tenía el tiempo justo para dejar arregladas algunas cosas en casa y preparar el macuto; además ya había empezado a hacer demasiado calor, así que no demoré mi vuelta a casa.
El fin de la tarde de hoy me pilla sobre un prado a una decena de kilómetros de Hendaya. Sigo las líneas rojoblancas, de momento, del GR-10 francés. Lo que decía al principio, ver qué me depara esta vertebral del Pirineo que ya recorrí entera unas cuantas veces.
A ver qué me trae el camino. 

3 comentarios:

Unknown dijo...

Enhorabuena Caminante, siempre en la brecha.

Unknown dijo...

Enhorabuena Caminante, siempre en la brecha.

Alberto de la Madrid dijo...

Un saludo, Luis