Melide –
Madrid, 2 de febrero de 2017
Tramo As
Seixas – Melide. Fin del Camino Primitivo.
La mortecina
luz del atardecer cubre los campos de Galicia mientras mi tren circula
cadencioso y sin demasiada prisa camino del sur. Se acabó, llegué al final de
mi camino.
Me quedaba
todavía un buen rato para llegar a Melide cuando encontré una nave abandonada.
Me guarecí en su interior de la lluvia por un rato. Por el rectángulo que se
abría al paisaje se veían altos eucaliptos y el humo de algunas chimeneas. Unos
mirlos buscaban con su pico anaranjado su desayuno en una tierra arada
recientemente. El viento movía las ramas de los árboles inclinando sus copas
hacia levante. Tumbado con la cabeza sobre la mochila miraba el mundo como
quien estuviera contemplando un lienzo familiar, un lienzo cargado de agua,
velado de grises y verdes apagados que se repetía días tras día desde hacía una
semana. Agua, niebla, nubes envolviendo el universo de los múltiples caminos;
delante de mí siempre un sendero, un mojón con la concha en su parte superior,
el humo de una chimenea al fondo, las campanas de una aldea, las cruces de
granito o mármol de un cementerio, una flecha amarilla, hileras de castaños
acompañando el camino; de vez en cuando un petirrojo posado sobre la valla de
piedra cubierta de musgo brillante, una urraca; y de tanto en tanto algún manso
mastín esperándome a la entrada de una aldea, algunos perros ladradores
asomando sus fauces entre los barrotes de una cancela.
Original de Turismo Melide
A través del
rectángulo de la nave donde me había refugiado la lluvia caía como una cortina
líquida e intemporal. Esa sensación de que el tiempo se hubiera detenido y de
que el sol no fuera a salir más. Mientras me tomaba el bocata que me había
preparado para hoy empecé a reconsiderar mi idea de ir hasta Sahagún para
regresar a casa por el Camino de Madrid. Antes de recoger mis bártulos consulté
el tiempo. No me quedó ninguna duda, las lluvias persistirían por algún tiempo
en el norte, así que otra vez será. Probablemente vuelva a las andadas antes de
que termine el invierno; el Camino Mozárabe, que dejé en Antequera tiempo
atrás, me está esperando.
Esta noche
los ratones estuvieron rondando por el flamante albergue de As Saixas, ruiditos
de quien busca jala entre el equipaje de lo peregrinos, pero no fue a más la
cosa. Miguel debió de dormir como un bendito porque no los mencionó por la
mañana, aunque sí se rio bastante cuando leyó mi crónica de ayer en donde yo
había metido a osos y ratones en un mismo párrafo. El viento y la lluvia
repicaron en los cristales de la ventana durante toda la noche. Era agradable
despertar y sentir desde el calorcito del saco la ventolera que se estaba
produciendo fuera. Calor de hogar, de refugio bien abastecido. Con qué buen
criterio la Xunta
de Galicia ha invertido en ellos. Refugios y albergues repartidos por toda la
región que hacen posible el que unos pocos locos de atar zascandileen durante
el invierno de un lado para otro de Galicia con la disculpa de ir a visitar
cierto sepulcro cercano a la plaza del Obradoiro.
El amigo Luis equipado para afrontar la lluvia
Miguel, mi compañero de Lugo y As Seixas
Voy a dejar
aquí mi crónica. Voy a cerrar los ojos un rato (el teléfono me los deja hechos
una caca) y voy a darme un paseo por la memoria de este bello itinerario que ha
sido el Camino Primitivo. Después tomaré algo en la cafetería del tren con un
par de cervezas y ya casi estaré en Madrid. Hasta otra.
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