Tiers, 26 de
julio de 2017
La jornada de
hoy, después de dejar el día anterior Merano a mis espaldas es en gran parte
como un paseo por las cumbres del Guadarrama, con la salvedad de que durante
todo el día el paisaje a la redonda, como si uno estuviera en el centro de los
Alpes, es de una gran magnificencia. Describiendo un gran círculo detrás de mí
la cadena de los tres miles que atravesé días atrás, a continuación, a mi
derecha las glaciares y cumbres del Ottles y el paso Lo Stelvio; siguen la
Presanella y el Adamello para dar paso al grupo dolomítico de Brenta donde
tengo recuerdos con mi hijo Mario recorriendo alguna vía ferrata y con Moisés
Castaño y el Pichón sobre una hermosa pared; y a continuación, después de
salvar el amplio valle que comunica Bolzano con Trento, el grueso principal de
las Dolomitas, Sasolungo, Sella, Latemar, Catinaccio, Marmolada, la Pala de San
Martino, las Torres de Vallolet… en fin.
Ensimismado
estaba intentando dar nombre algunas cumbres cuando sentí que me llamaban por
detrás. ¡Coño!, mis amigos los ingleses. Hacía poco más o menos una semana que
habíamos pasado juntos una tarde en un refugio, un día que todos llegamos
empapados por el agua de la tormenta, y de golpe tras montones de caminos
volvíamos a encontrarnos. Apretones de mano, alegría de volvernos a ver,
recuento de nuestras mutuas historias de estos días. Parecía que fuéramos
amigos de toda la vida. Ellos un matrimonio maduro y una pareja joven, él o
ella hijo de los anteriores. Nos hicimos las fotos de rigor. Nos despedimos y
quince minutos más tarde veo acercarse a un trotacaminos,
se les distingue a la legua por su aspecto y por lo voluminoso de su macuto.
Hay gente, además, que lleva la simpatía en la cara y con quien es muy fácil
pegar la hebra. Se llamaba Salman y llevaba veinte días de camino,
estadounidense de padres al sur del Ganges, se había enamorado de los Alpes y
ya hacía proyectos para repetir el próximo año algún tramo de la Vía Alpina.
Charlamos de las bondades de la niebla, la lluvia y las tormentas, también era
aficionado a dormir allí donde le pillaba la noche. ¿Cómo era aquello de
Serrat? Donde hay vino, beben vino, donde no hay vino, agua fresca. Me sentí
entre amigos caminando por esta verde cresta que une Merano y Bolzano.
Con alguna cosa
bonita debí de cruzarme más tarde, una sonrisa de esas que te alegran el alma
que me hizo pensar en lo feo que resulta que las cosas bonitas que andan por el
mundo acaben las más de las veces soliviantando a las hormonas. Joder con el
Darwin ése… o quien inventó que la ley primera de la naturaleza era
reproducirse. Así que tiene gracia el que tantas cosas en nuestro
comportamiento y obsesiones tenga que ver con bajos o altos niveles de testosterona. Eso de que unas pocas sustancias
químicas o neurotransmisores o lo que sean gobiernen nuestras vidas a su
antojo, haciendo ver a unos tetas y coños por doquier y a otros etc. y a unos
terceros vivir en una neutralidad admirable en la que el sexo parece no
existir, es algo en que un dios “como Dios manda” debería poner un cierto
orden. Cuando leo que ilustres personajes como Schopenhauer o Simone de
Beauvoir andaban en éstas deseando que “la cosa” terminara a fin de dejarles en
paz para adquirir un sosiego que les permitiera pensar y escribir con
tranquilidad me consuelo con ello. A mal de muchos… Me consuelo con ello porque
a fin de cuentas a uno le ponen en un status de normalidad con la posibilidad
de poder tachar a la naturaleza de cretina en cuanto a esa obsesión que hace
difícil cruzarse con alguien del sexo opuesto sin que las neuronas se sigan
enervando. Vamos, que saber que no eres el único al que la presión de la
testosterona le hace soñar con excesiva frecuencia con el monte de Venus le
alivia de cierto complejo de anomalía. Me decía el otro día Victoria que aquel
título de mi post que hacía referencia a mi 69 cumpleaños que seguro que no se
había entendido. Ja, me río yo. Seguro que en un maratón a quien le hubiera
tocado el dorsal 69 iba a tener muchos aplausos al entrar en la meta. ¿Aplausos
masculinos o femeninos? Podíamos hacer una encuesta a ver qué sale…
Esa deseada
virtud en medio de la nada parece no existir más que en espíritus puros. Estos
días comentaba acerca de Henry James que su capacidad proverbial para hablar de
la realidad teniendo de lejos siempre a la madre del borrego es digna de la
mayor admiración. James siempre con una maravillosa manera de tejer una
historia pero, parafraseando uno de sus títulos, siempre con el suave roce del
ala de la paloma sobre los asuntos amorosos. Hoy, conociendo parte de su
biografía, bien podía cargarse parte de esta escritura de relaciones etéreas en
el haber del acaso bajo nivel de testosterona en el organismo de este autor
decimonónico.
Que a qué viene
esto, pues nada que a veces me jode que se me solivianten las neuronas, leche,
que no es para tanto, que las cosas bonitas que me encuentro por el camino han
de admirarse también como tal, digo yo, leñe, que ya está bien que no le dejen
a uno en paz.
Y es que hasta a
los jubilados parece que les apremia incluso en una novela medio seria como la
de Delibes, que sucede que en cuanto a Lorenzo se le presenta una oportunidad y
se traga el anzuelo entero de una cuarentona rechoncha pero de pechera
respetable, tiran más dos tetas que dos carretas, pues eso, que ya no puede
prescindir de la Bernarda y se la juegan y la parienta se entera y le deja
plantao, sí, que a ella no me pone los cuernos nadie. Y Lorenzo se queda de
solateras y más jodido que todas las cosas. Y menos mal que termina poniéndose
muy enfermo y la parienta, cómo no, acude al hospital y hace las paces con él.
Al fin la terminación de la novela te trae una cálida sonrisa al alma, que por
un rato competirá con un paisaje amable de prados de cuento sembrados aquí y
allá por vistosos abetos.
A las tarde,
mientras atravesaba Bolzano en un autobús que me dejaría al principio de la
otra parte del valle, vi que Carlos Soria había compartido mi post de ayer. Me
alegró, es una persona que admiro profundamente y que me ha ayudado a ver la
vida con una mayor perspectiva. Los límites que ponemos a nuestras vidas son a
veces tan restrictivos que necesitamos de ejemplos que nos pongan en nuestro
lugar. Yo estuve a punto de convertirme en un minusválido en el año 2003. Los
cartílagos de la rótula se habían convertido en papel de fumar y los dos
traumatólogos que visité me dijeron que de subir montañas y llevar macuto que
nada, que por lo demás podía hacer vida normal. Estaba acojonado. Estuve a
punto de hacerles caso, pero aquel año yo quería hacer mi primera travesía de
los Alpes y a última hora decidí sacar un billete de ida y vuelta a Niza con un
intervalo entre la ida y la vuelta de dos semanas, pensando que si mi rodilla
no resistía dos semanas volaría de vuelta a casa y sanseacabó. Aquel verano
estuve caminando dos meses y medio atravesando por todo lo alto los Alpes.
Llegué al mar Adriático sano y salvo. Le mandé este mensaje de reconocimiento a
Carlos: “Ja, hoy cuando vi que habías compartido mi último post se me ocurrió
teclear en Google tu nombre y el mío y me salieron tropecientas referencias,
todos piropos a ti desde hace años en sitios diferentes donde escribo. Nada más
comenzar esta travesía ya te vi gateando por el Dru, así un día y otro. Me
encanta tener como referente al vejete más joven y valiente del siglo. Un
abrazo”. Lo he dicho alguna vez más, a Carlos hay que agradecerle siempre que
haya puesto tan alto el listón de hasta dónde podemos seguir ejerciendo de
amantes de las montañas.
Ah, hoy cumplo
mis cuarenta días de camino, un número
tan bonito como el 69, que decía el andarín Manuel Coronado el otro día. Sí, no
sólo de pan vive el hombre.
2 comentarios:
Mientras como una magdalena de calabacín en el desayuno, leo tucomentario y tu entrada a las Dolomitas, y noto una ligereza y una alegría especial en tu escrito, se nota que sientes por esas montañas un cariño especial. Carlos Soria es una persona especial, en mi juventud montañera y por estar más vinculado a un grupo "antifederativo" tenía a Carlos como enemigo, pura ignorancia de su persona y de su carácter. En mi vejez montañera he tenido la fortuna de recuperar el contacto con el, y puedo asegurar que es la persona más humilde, más cariñosa y amigable que te puedas imaginar, pero eso sí recta y sincera que no te pasa ni una y que siempre te dirá la verdad y a ti te pedirá lo mismo. También soy un enamorado de las Dolomitas y llevo estos diez últimos años llendo a ellas en invierno a esquiar y en verano a caminar, la escalada se acabó para mí hace años, salvo algún tercer o cuarto grado por necesidad.
Mi relación con Carlos Soria era a través de Moisés Castaño. Eso sí, coincidíamos como todos en aquella época en Galayos, Gredos y Pedriza. No tuve nunca un relación directa con él. Empecé a admirarlo cuando se tomó la edad como un columpio sobre el que hacer cabriolas insólitas.
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