Giggelberg, Italia, 24 de julio de 2017
Me había dormido con la cabeza fuera de la tienda mirando las
estrellas. Qué bien, me dije. Un bonito prado, las nubes jugando en las
alturas, el cielo estrellado. Pero no duró mucho, en mitad de la noche gruesas
gotas de agua sobre la cara me despertaron. A partir de ahí no hubo ya
cáscaras, una lluvia continua cubrió la noche. Amaneció, llovía, esperé casi
una hora con el macuto hecho esperando a que se produjera una pequeña tregua. A
las ocho sólo caía una ligera lluvia. Aproveché para salir y desmontar la
tienda. Fuera el ambiente era una preciosidad, la niebla, grandes fulares de un
gris pálido cruzaban las laderas. Duró poco, antes de que terminara de
desmontar la tienda ya estaba envuelto en una densa niebla. No, hoy claramente
no era mañanita de niebla y tarde de paseo. Pero, mientras llegaban las
tormentas, que haber las habría a no más tardar, fueron tres horas de delicioso
caminar entre la niebla por el bosque más bonito del verano, o eso me pareció a
mí. No me cansaré de decirlo, los bosques hay que visitarlos y recorrerlos
cuando éstos viven inmersos en la lluvia o la niebla. Entonces las hayas, los
abetos, los alerces, los estrechos senderos, los arroyos saltando intemporales
llenos de un curioso júbilo; entonces, cuando la niebla les viste de muselina y
misterio es cuando hay que buscar y su compañía. Entonces, sí, el bosque se
hace femenino, sutil, de colores suaves y acariciadores aunque no carentes de
una melancolía algo hiriente y triste. Los bosques bajo la lluvia y la niebla
son como esos estados de ánimo que se te arraciman en torno al alma llenos de
belleza pero patinados a su vez de una tristeza tenue y algodonosa que consigue
dejarte por dentro un reguero de extraña felicidad.
Miro las fotos de la mañana y me parecen muy buenas, acaso
demasiado brillantes y llamativas para representar esa melancolía que se
desprendía de la mañana.
Debía de estar a media hora de donde mis notas indicaban un lugar
para tomar un piscolabis cuando la tormenta, que se anunciaba con todo su
aparato sonoro a lo lejos, se desencadenó con virulencia. Volví a ser ese ser
primitivo que a veces imagino en un remoto tiempo del pasado acuclillado bajo
un árbol esperando a que la lluvia torrencial amaine, o esa vaca cuyo cencerro
oía por la noche junto con el ruido del agua sobre mi tienda, ella impasible
pastando ajena a los elementos que llenaban su cuerpo de agua. Así caminé yo
bajo mi capa recogido sobre mí mismo hasta que en una bifurcación de caminos me
encontré con dos chicas que habían perdido su ruta. Se dirigían a Santa
Katherina, que había dejado yo atrás dos horas antes. Parecieron aliviadas de un buen susto cuando supieron qué camino debían de tomar ahora. El sendero, pese a la niebla y la
lluvia había tenido algún tráfico durante la mañana. Se trata de un recorrido
clásico en torno a la ciudad de Merano. Llegue al lugar de mi refrigerio,
Unterstellhof, en medio de una fuerte lluvia.
Llueve, el paisaje es de una profunda grisura, como si el designio
de la jornada fuera campar hasta la noche bajo una lluvia pertinaz acompañada
intermitentemente del tronar de la tormenta.
Después de un par de horas la lluvia amaina un poco y decido
ponerme en marcha. Al cabo de un rato me admiro de lo bien que se adapta mi
cuerpo a la lluvia. Ni lectura ni nada, seguir la senda, comprobar cómo el
sendero se hunde en un profundo barranco y lo sortea dentro de un paisaje
excepcional de colores, angosturas, empinados
descensos,
escaleras, cadenas, encantadores e íntimo rincones de naturaleza salvaje. La
lluvia hace de este pequeño mundo un fiesta de colores e intimidad. Me siento
feliz caminando bajo la lluvia, poniendo toda mi atención en pasos delicados y
resbaladizos, cruzando un caudaloso río para el que el municipio próximo está
construyendo un espectacular puente colgante pero que está sin terminar. Me
cruzo en este mundo de silencio con una pareja de chicas, un hombre solo, un
animoso matrimonio con el que comparto elogios
sobre la belleza del entorno.
Hoy más que nunca sí que no voy a ningún parte, transito por la belleza y la intimidad del bosque, por sus
rincones más umbríos y hermosos, por su silencio acogedor.
Eran las cinco de la tarde y hasta el refugio me
quedaban todavía dos horas y media. Nada que comer en el macuto y una
información ambigua sobre posibilidad de que encontrara dónde comer o pasar la
noche. Pero…
Estás perdido por ahí subiendo y atravesando barrancos pensando
que estás en un recóndito lugar de la mundo y das la vuelta a la colina y zas,
de golpe te encuentras con una jarra de cerveza, una sopa caliente, un trozo de
asado de cordero; eureka, de nuevo estás en la civilización. Ya no llueve, y no
hay niebla, no tienes que atravesar un río algo delicado ni un derrumbe donde caen piedras, no tienes que
agarrarte a ninguna cadena o elevarte por fatigosas escaleras de hierro que
salvan un abismo a tu derecha, de golpe todo eso ha desaparecido y te
encuentras con un jarra de cerveza en las manos y una habitación agradable y
cálida donde la lluvia no llega. Hay que caminar muchas horas bajo la lluvia y
atravesar bellos y complicados senderos para
descubrir las maravillas de la civilización que habitamos. La naturaleza y la
civilización se complementan hoy maravillosamente frente a un cerveza y un
apetitosa sopa.
Llevo un hora con la comida y, después de un gran helado, los dos
jarras de cervezas y el capuchino, siento que la vida es especialmente bella.
La civilización se convierte en aliada imprescindible del rústico caminante que
mucho habla de soledad y silencio, como ayer, pero que no es más que un
puñetero burgués al que también encandilan las delicias de
la civilización pese a esa rusticidad de la que hace gala en ocasiones. La pura
incoherencia de vivir al minuto… como está mandado.
Al atardecer el cielo se ha despejado. Salgo a la terraza del
refugio-hotel. Lejos se levanta el perfil de las primeras cumbres de las
Dolomitas.
2 comentarios:
Hoy estás "sembrao" como dicen en el pueblo, nunca he comentado que tus fotos son muy buenas, el perfecto complemento de tu espíritu y que reflejan tu estado emocional cada día, mientras desayuno, pienso, ¿y qué voy a leer cuando tu caminar acabe?
¿Te levantaste de echar piropos, eh, amigo?
Apañao estás si quieres seguir leyendo, porque escritura hayla para parar un tren. ¿Para qué crees tú que escribo yo sino para calentarme con los recuerdos en las largas noches de invierno frente a la chimenea?
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