Refugio de Plan
du Lac, 10 de agosto de 2017
Ha llovido casi
toda la noche y cuando amanece la lluvia tamborilea todavía sobre el techo de
mi tienda. ¡Qué agradable resulta a veces al caminante despertarse con la
lluvia! El dormilón que llevo dentro, se arrebuja entonces dentro del saco,
exclama un uhmmm agradecido y sigue durmiendo como un lirón que tuviera todo el
invierno por delante para refocilarse infinitamente dentro de su saco de
dormir. Pero la lluvia en algún momento cesa; qué pena se dice entonces mi yo
más perezoso, y a continuación mi otro yo, el del principio de realidad,
desanima a su compadre y le dice, tío, arriba se ha dicho. Y son casi las nueve
de la mañana.
Descorro el
cierre de la cremallera, asomo las narices y, fuera no se ve absolutamente
nada, una niebla pesada lo envuelve todo como en un sudario. Hace frío, pero me
consuelo pensando que hoy tengo unas botas nuevecitas, unas Salomón de muy
buena pinta y un par de calcetines secos que ponerme. Gran consuelo para el
caminante en una mañana tan triste y opresiva. Ah, y más, también estreno uno
bastones que sustituyen a aquellos que tan alegremente compré por nueve euros
pensando que eran una ganga; lo barato siempre es caro, ya lo dice la voz
popular.
Abandono mi lugar
de acampada con el paso cansino y lento de quien tiene una larga jornada por
delante. Mi cuerpo sube a buen ritmo entre una niebla pastosa por un camino
cómodo. La sombra de un telesilla cruza por encima de mi cabeza como un
fantasma errante que se hubiera quedado petrificado en el cielo muerto de
soledad.
Estoy en el
Parque Nacional de la
Vanoise . En este desierto de soledad me tropiezo con un
cartel que dice, entre otras cosa, que está prohibido acampar e incluso
vivaquear. Aduce razones de polución y conservación de medio ambiente. Cada vez
que me encuentro con algún cartel de este tipo se me revuelven las tripas.
Polución: gilipollas, tontos el culo, me sale enseguida de dentro. Hay
centenares de valles y laderas de los Alpes totalmente arruinados por arrastres
y urbanizaciones que se han cargado para siempre el entorno. Más arriba,
subiendo al col de La Leisse ,
cuando se abra la niebla, se podrá ver un puñado de arrastres que cruzan el
glaciar de la Motte
y a esta hora de la mañana un enorme vehículo oruga subiendo por mitad del
glaciar en todo lo alto. Estos destrozos, esta falta de respeto por los más
bellos rincones de la naturaleza y estos gilipollas prohibiendo vivaquear,
estamos a dos mil quinientos metros, aduciendo que con ello devaluamos el medio
ambiente. Gilipollas de solemnidad tratando al personal como si fuéramos
imbéciles. Hay un cinismo medioambiental en toda Europa que se vende como
respeto a la naturaleza cuando no es más que papanatismo e imposición de las
mayorías sobre las minorías, imposición del negocio del esquí a toda costa, se
degrade o no la naturaleza, y que luego, como quien quisiera ocultar la
gravedad del crimen que cometen se hacen pasar por valedores de la naturaleza,
cuando son ellos mismos los responsables de la mayor degradación de las
montañas. Todo el tinglado que los franceses han levantado en Tignes sobre los
dos mil metros es un atentado, un crimen contra la conservación del medio de
ambiente. Los responsables de ello son los mismos que colocan esos cartelitos
amarillos en los caminos diciendo que está prohibido vivaquear porque se
degrada el entorno. Cinismo puro y duro. Una pena...
Precioso y
magnífico panorama nada más alcanzar el col de La Leisse . El reino de la
alta montaña neto, solitario, inhóspito, bello en su soledad lunar, aislado
esta mañana del mundo por densas masas de niebla que a veces abren cortésmente
su interior para mostrar un paisaje donde se dan la mano el cercano glaciar de la Grande Motte ,
profanado como tantos bellos lugares de los Alpes con medios de arrastre, pero
solitario y letárgico está mañana; las extensiones de roca clara erosionada
durante siglos por los glaciares hasta convertirla en domesticada y pulidas
superficies; el caótico universo de la superposición de rocas; las aguas
gélidas de un lago todavía cubierto de hielo; el frío, en fin, la niebla que va
y viene a su capricho mostrando hacia el sur nuevas montañas cubiertas de hielo
y hacia el norte las cumbres con la nieve reciente de la pasada noche.
Bastante abajo el
valle de Laisse, mientras la niebla sigue jugando al ratón que te pilla el
gato, descubriendo aquí un torrente alborotado, allá nuevas montañas coronadas
por glaciares, saco mi libro, El Misterio
de la creación artística, de Stefan Zweig, que ayer quedó varado cuando me
encontré algunas cordadas escalando una respetable pared que se alzaba junto al
camino, y converso amigablemente con Zweig sobre el proceso de creación, un
interesantísimo asunto que sigue siendo un misterio tanto para el amante de los
libros y el arte en general como para el aficionado a la escritura. Plantea
Zweig las cuestión esencial del nacimiento del acto de creación, que eleva al
artista a una condición quasi propia de dioses, dado que de sus manos, su
inteligencia y su inspiración surge algo nuevo que saliendo de la nada puede
adquirir una condición de perdurabilidad similar a la que se puede atribuir a
las creaciones de un Yavhé del Genesis. A partir de ahí se pregunta por cómo se
produce el hecho creativo, pregunta a la cual el artista no puede dar respuesta
porque cuando crea no tiene conciencia de sí, está fuera de sí, en palabras de
Zweig; inmerso como está en el hecho de crear es ajeno al proceso que le lleva
a ello. Se produce el hecho significativo, que ilustra con ejemplos de autores
notables, de que el artista en muchas ocasiones sea algo así como el brazo
ejecutante de algo que se le impone, que viene como de bóbilis bóbilis a su
instinto, a su mano, a su sentido musical para ser plasmado en algo que después
podremos considerar como una de las grandes obras del arte universal. Por
añadidura, una vez más, el hecho de situarse, encontrarse en un entorno, unas
condiciones extraordinarias junto a una disposición preparada puede hacer
posible el milagro de alumbrar algo que ni soñando la dura luz del día, el
barullo de la multitud, o la facundia de un interlocutor pueden hacer posible.
Entre un Mozart cuyas partituras se escribían prácticamente solas y de un tirón
y un Beethoven que volvía una vez tras otra sobre su escritura y que necesitaba
mucho tiempo para consolidarse en una sonata o una sinfonía media todo un
universo de posibilidades, pero en esencia la idea de arranque de la obra de
arte permanece en ambos casos.
Zweig es siempre
una oportunidad para volver a recrear viejos placeres que provocaron en su
tiempo lecturas, músicas u obras de arte que te entusiasmaron. Sus libros están
llenos de títulos que recrean vidas de artistas y obras universales. Esta
mañana mientras la niebla, el sol y las montañas ofrecían bellos aspectos
cambiantes de luces y de masas que aparecían y desaparecían constantemente,
fueron surgiendo algunos nombres propios. En esta ocasión fue la figura del
personaje Marcel Proust y ese millar muy largo de páginas que componen su En busca del tiempo perdido y cuyas dos
lecturas que hice me sitúan en dos tiempos muy distintos de mi vida, una en
Oviedo durante el nacimiento de Mario y Lucía, allí, entre el trajín de un
parto complicado y que perdí el cuarto tomo que me tenía
agarrado por el cuello y que busqué durante todo un día por todas las librerías
de Oviedo; y otra en un paisaje muy distinto mientras hacia el sendero que
recorre España entre Tarifa y Andorra, el GR-7. En ambas ocasiones mis
recuerdos de aquellos días, el nacimiento de mis hijos, y las largas horas de
camino, viven anexas con el famoso sabor de la magdalena, los perales en flor,
la expectativa del beso de la madre que habría de subir a su habitación a darle
las buenas noches, las muchachas en flor, una noche en la ópera, su
enamoramiento de la señora de Guermantes... Hoy la novela de Proust todavía se
me aparece como hechos y recuerdos que fácilmente se podrían confundir con los
de mi vida real, tal es la fuerza con la que se pueden imponer algunas lecturas
a la propia vida. Y curiosamente es ese Proust enamorado de un tipo de vida,
unas formas de relación, una preocupación que raya con el ridículo cuando
durante días su afán principal es saber dónde, entre quién y quién ha de situar
a sus invitados para una cena que se celebrará a la semana siguiente; un Proust
con unas preocupaciones que me parecen ridículas. Montones de insignificancias
que junto a los sutiles gustos del personaje, consiguen sin embargo que los
ratos de lectura se conviertan en golosas y amadas experiencias. Decía Salvador
Pániker en alguno de sus libros que Proust era demasiado largo para leerle en
una vida que es tan corta. Bueno, yo no estoy seguro de si algún día volveré
todavía a releer En busca del tipo
perdido; es muy probable que antes de irme al otro mundo vuelva a leerlo,
pese a ese notable pensador al que también admiro en sus libros, que no en su
persona.
Una hermosa y
tranquila jornada a través de la
Vanoise , sin grandes desniveles, tres refugios en el
recorrido, rato de efímero sol, un caminar apacible siempre entre la niebla.
Día frío no obstante, pero que siempre es más tolerable y agradable de andar
que los tórrido días del último recorrido por las Dolomitas. Terminé en el
refugio de Plan du Lac con la idea de tomar un refrigerio, pero cuando llegó la
hora de irse, fuera no se veía ni pijo y hacia mucho frío en contraste con el
acogedor calorcito del refugio. La responsable del local, una mujer joven y
menudita, terminó por convencerme amablemente para que me quedara.
2 comentarios:
estoy de acuerdo contigo, los mismos que degradan el ambiente, son los que luego legislan a hacen legislar las prohibiciones en las montañas y parques, lo que vienen a decir es,yo en mi finca hago lo que quiero, pero tu no te pases pisandomela.
Sí, señor, así funciona una buenas parte del mundo.
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