La aventura de tomar un atajo




A una hora del refugio Fedare, 31 de julio de 2017

El crepúsculo se ha ido extinguiendo poco a poco entre las cumbres de poniente. Han quedado en el cielo, como ascuas de un una fuego moribundo, unas nubes alargadas donde perdura el incendio del final del día. Desde mi balcón esta tarde las visiones de excepción son las grandes paredes de la Civetta por el este y la Marmolada hacia poniente, esta vez la parte norte donde a contraluz la sábana blanca  de su glaciar aparece como un velo desteñido. Fue una sorpresa inesperada. Había  salido de un pequeño atolladero en el que me había metido como en un juego de aventuras y, cuando ya había dejado el bosque atrás me di la vuelta y me la encontré allí, hermosa y enorme, como una aparición. En estas montañas ves cumbres y picos que a veces tienes ante la vista durante días mientras poco a poco te vas acercando hasta que por fin llega el momento en que los tienes delante de ti. Desde que este verano vi por primera vez las Dolomitas desde un collado austriaco hasta que pude estar junto a ellas transcurrieron cuatro o cinco días. Ahora sucede algo parecido, las montañas más prominentes por las que he pasado me acompañan cual amigos que agitaran su pañuelo en la estación de un tren en el que yo me alejo. Recordaba ahora el macizo de Montserrat cuando hice el Camino Geroní (una variante catalana del Camino se Santiago) que parte de esas montañas para dirigirse al cabo de Creus. En aquella ocasión la magnífica serratura de Montserrat la tuve a mi espalda durante varios días. Cada vez que volvía la cabeza allí estaba la sierra y la patrona de los catalanes diciéndome "buen camino".


Me he movido bastante a través de los años por todas las Dolomitas, pero tengo dificultades cuando estoy en un punto para saber dónde está tal o cual grupo, así que días atrás me compré un mapa general y ahora cada vez que tengo un rato despliego el mapa, grande como media sábana, lo oriento hacia el norte, lo coloco sobre el suelo y voy situando las montañas y los macizos intentando hacer un ejercicio de memoria que sea capaz de retener mentalmente la toponimia general. Es un ejercicio que disfruto y que a veces me repara sorpresas, como hoy, por ejemplo cuando me asomé al último collado y me encontré inesperadamente con la mole de la Civetta enfrente, una de esas paredes legendarias donde durante décadas la flor y nata del alpinismo internacional midió sus fuerzas.


Hoy estuve muy vagoneta. Había puesto el despertador a las seis y media con la idea de llegar a desayunar al refugio Padon, pero fui incapaz de levantarme. Cuando sonó el teléfono le di un manotazo y seguí durmiendo. Esta noche también había habido tormenta y quise suponer que estaría cubierto. Tuvo que venir el sol a dar de plano en mi tienda para que me decidiera a levantarme. Cuando la recogí estaba totalmente seca. Al refugio, situado en pleno collado, llegué en hora y media. El encargado quiso hacer ejercicio de español y tuvimos una amigable charla. Era el único cliente. Al otro lado del collado caía una larga ladera herbosa, un descenso de 700 metros, que me llevaría a Pieve di Livinallongo.


Fue allí que, después de examinar el mapa, decidí cambiar mi itinerario. No me gustaba la gran vuelta que daba la Vía Alpina que llegaba a tocar casi el paso Falzarego, un lugar excesivamente conocido por mí por donde ya había pasado tres años atrás. Como al mapa que llevo últimamente le había encontrado algunos defectos decidí usar los digitales de Tabacco con los que ya me había familiarizado otras veces. En él encontré caminos que no aparecían en el que uso corrientemente y que me llevaban a lo alto de una cresta en donde retomaría de nuevo la Vía Alpina. Resultó un sendero nada transitado con aspecto de desaparecer en cualquier momento, pero me gustaba, aquello daba a la tarde unas pinceladas de aventura que no proporcionan los caminos comunes que recorren las Dolomitas. Después de un largo comienzo aceptable y tras un rato junto a un río que dediqué a comerme una pizza que me habían preparado en el pueblo, el sendero, más arriba, primero me obligó a ir pendiente del gps y a cruzar a la brava algunos riachuelos caudalosos. Después perdí lo perdí media docena de veces, me vi en algún momento trepando a cuatro patas por una inclinadísima ladera en medio del bosque, tuve que desandar varias veces una trocha que se desviaba demasiado de la línea general del itinerario original, tuve que trepar brevemente un resalte rocoso y por fin ascender una larga ladera de altas hierbas a la brava porque el camino había desaparecido definitivamente. En lo alto de la cordal encontré al fin el sendero original del la Vía Alpina. No estuvo mal la aventura. Me lo tomé con mucha pachorra, como una especie de pincelada fuera de lo común que rompía por una tarde la usual cordura de los caminos programados. La llegada a la cresta herbosa fue un regalo, el panorama y el lugar eran idóneos. También aquí me llegará el sol de la primera hora de la mañana.



Esta noche la luz de la luna llena el interior de mi tienda, la Osa Mayor sobresale por el triángulo superior de la abertura. Una situación excepcional para este año de lluvias y tormentas. Las siluetas de las serradas cumbres de los alrededores se recortan sobre la leve oscuridad del horizonte.









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