Forcella Forada,
bajo el Pelmo, 1 de agosto de 2017
Recuerdo que de
jovencito me hacía gracia aquel “desde el marco incomparable de la Naturaleza ” con que
Rodríguez de la Fuente
salpicaba a cada momento sus excelentes programas sobre animales. Pues eso, desde
el marco incomparable de la
Naturaleza (al cuerno las normas de la RAE sobre el uso de las
mayúsculas), como otras tantas tardes, ayer frente a la Civetta , hoy bajo la
inmensa mole del Pelmo, mi jornada se remansa, se aquieta, termina al fin
frente a un bello escenario. ¿Qué escenario el de hoy? Pues en Forcella Forada
bajo el Pelmo y frente al desproporcionado Sorapis y el grupo de Marmalore.
Aquí es donde me he parado tras un largo receso para comer y descansar en el
refugio de Cittá di Fiume. Un prado un poco inclinado pero un lugar soberbio
para ver bañarse estas montañas con el último sol de la tarde.
Hoy no me
despertó ninguna tormenta, que aunque parezca mentira pude dormir con la puerta
abierta de manera que solo tenía que abrir los ojos para desde mi saco poder mirar la sombra oscura de la silueta de
la Civetta ,
las estrellas, la noche allí arriba magnífica dejando con su impenetrable
misterio un noséqué (otro cuerno para la
RAE ) de infinitud en el somnoliento espíritu del caminante,
que aún así cada vez que despertaba parecía tener necesidad de elevar alguna
oración de gracias a un dios en el que no cree. Porque de existir Dios, como
cándidamente creía de niño, otro gallo cantaría. Sí, entonces, ¿a quién
deberíamos dar gracia por este milagro de estar vivo en medio de este hermoso
mundo? ¿A quién? Y es que el caminante a veces piensa, solitario él por los
caminos de las montañas, que no estaría mal tener a un dios con quien charlar
de vez en cuando en las largas jornadas de camino, en las noches como éstas tan
llenas de profunda belleza y silencio. Anacoreta de los caminos, ateo hasta la
médula, que quisiera carecer de razón en algún momento para arrodillarse como
los mahometanos varias veces al día mirando el bosque, las montañas, el cielo y
sus cumulonimbos y dar gracias a un altísimo por tan hermosos regalos, por la
brisa que mece las altas hierbas, por esas atractivas paredes del Sorapis que
en este momento acarician las nubes, por las arrogantes aristas, las macizas
cumbres, el color suave de la tarde como una pintura al pastel de Degas.
Pero puestos a
dar gracias, también, oh dios, he de serte sincero y recordarte que de cuantas
hermosas cosas de la
Naturaleza existen, decirte que este mediodía, pese a que la
luz plana de la hora hacía que el paisaje dejara mucho que desear, tu
benevolencia hizo posible que pudiera contemplar a alguno de esos seres
seráficos que un buen día creaste de una costilla de Adán (anda, que Tú andabas
bueno aquel día. Se te podía haber ocurrido algo más poético, por ejemplo
podías haber imitado al joven Pigmalión, ¿no?). ¿Qué de qué estoy hablando?
Pareces tonto, Tío. Pues sin ir más lejos de esos dos culos bonitos precedidos
de dos maravillosas sonrisas con los que me tropecé después del desayuno. ¡Oh,
beldades, culos y culitos perfectos de inspiración divina capaces de poner al
caminante, que en estas cosas no se come dos roscas desde hace un siglo y
medio, en la azarosa situación de caer de rodillas, como Moisés ante la zarza
ardiente, para dar gracias al Altísimo que hizo que los céfiros consiguieran
que su cabeza comenzara a dar vueltas como un parapente loco al que las
térmicas sumieran en una borrachera de gozo.
Joder, vamos, y
que esto pretenda ser una crónica de un día de caminar por los Alpes… Pues sí
señor, qué pasa, cree usted acaso que el caminante es ciego, bueno algo sí,
estrábico se dice, que mientras te está mirando, el ojo derecho se va por
peteneras, pero aún así con el ojo que le queda todavía le da para saber
apreciar el mundo que le rodea.
Me estoy quedando
sin papel y todavía no he dicho ni mu de mi caminata de hoy. Así que ahí va. A
este paso un día me voy a despertar al mediodía. Hoy fue el calor el que me
despertó, un solazo de mil demonios sobre la tienda. Me excuso, probablemente
tanta contemplación de las estrellas y de todo lo demás tuvo la culpa. Nada más
salir de la tienda di los buenos días a la Civetta , mi vecina inmediata, y luego me largué
ladera abajo. Cielo azul sin nubes, paisaje sin matices, las montañas una
birria en comparación con otros días, desayuno en el refugio Fedare, subida al
paso Giau donde aquello parecía una feria. Los collados de las Dolomitas
atravesados por carreteras siempre fueron como un trozo de Benidorm en pleno
verano. Un breve respiro sentado al sol para estudiar la toponimia. Una larga
caminata por un paisaje heterogéneo con las Tofanas a mi izquierda y pronto con
el señor del lugar de frente, el monte Pelmo, a continuación el encuentro con
los dos culitos bonitos y sus sonrisas respectivas, un paisaje lunar en algún
momento que hace que me acuerde de Picos de Europa, un par de collados, un
bosque de abetos y una escarpada ladera a la izquierda de pinos enanos y, casi
fin de etapa, el refugio Cittá di Fiume, donde casualmente cuentan el consabido
cuento de que la maquinita de las tarjetas bancarias, como dicen aquí, no
funciona. Un cuento bastante común que me jode montón porque se me esta
acabando la pasta, que de tanto andar más cerca de las nubes que de los cajeros
el dinero efectivo termina por volar. Hace ya ni se sabe que cogí dinero por
última vez. Son las tres y dos minutos. Me dirijo a la camarera para decirle
que quiero comer. Me dice el cuento de otras veces, que bocadillos. Miro la
carta y leo que se sirven comidas desde las doce hasta las tres. Se lo enseño. Per due minuti non posso mangiare come Dio
inviato? No, decididamente no, una minestra sí porque algo les ha sobrado.
Le explico que un refugio no es un restaurante, pero parece no entenderlo.
Paciencia, amigo Sancho. Cuando me he terminado la cerveza a mitad de comida,
le pido que si me puede llenar la cantimplora. Otro cuento más, es que el agua
no es potable. Le pregunto por los servicios y allí me voy. Volviendo le
restriego la cantimplora llena por las narices. No venden botellas grandes de
agua, sólo de medio litro a tres euros, vamos como la cerveza casi. Si el agua
del lugar no es potable el negocio crece. Vamos, que me
joden los listillos y estos son un montón.
Ya está, y se
acabó, que el sol ha desaparecido y tengo que poner la tienda todavía.
2 comentarios:
Sigo tu andadura por sitios conocidos, y en tus fotos reconozco los lugares donde pateo en verano y esquio en invierno, reconozco que me sube un hormigueo de querer estar alli, pero no este año. te envio algun relato para que te entretengas o los tires a la papelera.
Pese a la tormenta inesperada de ayer aquí parece haberse instalado el verano. Hay algo en el ambiente que lo diferencia de semanas anteriores. No he visto el correo todavía. Una lectura más para mi tarde bajo el techo de la tienda. No vemos.
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