Mi reencuentro con Nietzsche y Holderling




Entre Bagni di Vinadio y Passo di Bravaria, 20 de agosto de 2017


Una ruidosa chorrera de agua se precipita en pequeñas cascadas a mi lado derecho sobre una pendiente en la que el sol deja la sombra de la ladera opuesta. En el frente se dibuja el perfil de una montaña de forma roma que cae lentamente hacia levante vestida del pajizo color intenso de los pastizales abrasados por el sol. Bajaba yo al mediodía por ella cuando, aquel llano, aquellos colores repartidos uniformemente por lo que podía ser el castillo de proa de un gran barco que avanzara sobre el valle, empezaron a carraspear en las puertas de mi memoria. Carajo, me dije, si por aquí creo que he pasado yo. Y añadí, de ser así en algún sitio deben de estar las ruinas de un antiguo convento, insólito en un lugar así pero cierto. Y efectivamente, tras un saliente no tardaron en aparecer aquellas ruinas. No, si ya te digo. El día anterior, al alcanzar un collado, me sucedió algo parecido con un paisaje lunar color fuego al fondo del cual se elevaba solitario un bello picacho; su nombre creo que es Sambuco. Era curioso que la memoria se hubiera circunscrito solamente a estos dos lugares y a lo que en ellos sucedió y hubiera olvidado totalmente el antes y el después de ese espacio. Donde dormí, el interior del refugio que descansaba en el medio del valle solitario, la larga y polvorienta pista que tuve que ascender. Del segundo espacio el recuerdo era de otro cariz, de lo que entonces retuve fue parte de la vida de Holderling y Nietzsche  sobre las que estaba leyendo precisamente en un título de Stefan Zweig, La lucha contra el demonio. Que de bóbilis bóbilis, tras un pequeño resalte, se me apareciera la triste historia del final de la vida de Holderling junto a la de aquel carpintero que le acogió en su casa en los últimos años de su vida, al lado de estos prados quemados de sol, en un principio me pareció cosa de encanto, sin embargo, tras ese elogio que hacía días atrás del pasado y la memoria, lo que cuadraría sería seguir celebrando que este paseo alpino siga siendo capaz de suscitar esta clase de curiosas conexiones que tanto me agradan. No es fácil encontrarse con fragmentos del pasado de esta manera tan inesperada e intensa. La compasión que volví a sentir por Holderling y Nietzche en los últimos años de sus vidas tenía también mucho que ver con la admiración con la que apreciaba sus obras. Recuerdo además la temprana lectura de Así hablaba Zaratustra como uno de esos débitos tempranos que ayudan a enderezar una personalidad en plena formación; precisamente una obra que circulaba bastante entre los aficionados a los libros con los que a veces compartíamos cordada, como fue el caso con Faustino Palacios, el Mueble (sí, milagro que recuerde el nombre y apellido de aquel compañero).


 Antes de haber alcanzado aquel monte de color pajizo, mientras desayunaba en medio del camino al calor del primer sol de la mañana, tuve una visita, Domenico y Silvana, una pareja de madrugadores caminantes que bajaban ya de su temprana ascensión al monte Vaccia. Habían estado recientemente en Madrid y por ahí comenzamos el hilo de una precipitada conversación que fue de un lado para otro en un visto y no visto. De momento Domenico me solucionó uno de lo problemas inmediatos que tenía en mente. Mis apuntes habían empezado a errar en cuanto a la posibilidad de que los refugios que aparecían en mis notas estuvieran abiertos y con servicio de comida, lo que ya en mi última jornada me obligó a cambiar mi itinerario. Se mostró como un excelente conocedor de toda la zona que tenía en proyecto recorrer en los próximos días. Tenían una casa en los Bagni di Vinadio a donde yo me dirigía. Tienes que pasar frente a nuestra casa, así que seguramente nos vemos más tarde, me dijo él cuando iniciaron su camino de descenso mientras yo lo hacía en sentido contrario. Efectivamente, bajaba por la carretera buscando un restaurante cuando pasé junto a una casa en cuya terraza charlaban dos parejas, eran ellos con unos amigos. Me invitaron a tomar un licor y podíamos habernos quedado a charlar largamente pero yo estaba preocupado por mi comida, no quería volver a comer de bocadillo; eran cerca de las tres, así que me tuve que disculpar, casi tuve que dejarles con la palabra en la boca.

Los últimos comensales del restaurante estaban con el postre, pero no tuve problemas, así que pude tomarme un largo respiro junto a la consiguiente cerveza. Tan bien comí y tan bien lo acompañé que cuando salí del restaurante lo primero que hice fue buscar una sombra junto al río para hacer la digestión.


Tengo dudas por el camino a seguir. La Vía Alpina va a empezar en unos días a dar unas vueltas que no me gustan. Incluso hay un tramo en el que gira hacia el norte un buen pedazo y luego se va largamente hacia el este. No es que tenga prisa, pero la cosa me suena algo así como si estando en Manzanares el Real y queriendo subir al Yelmo antes tuviera que caminar pasando por Colmenar Viejo. Con la poca cobertura que tenía he tratado de localizar lo tracks del GR-5 que llevan más directamente a la costa y que seguí parcialmente en el 2003, pero apenas he conseguido unos cuarenta kilómetros en una aplicación que indicó Manuel Coronado, un llamada GPSies. Tendré que seguí buscando. No estoy dispuesto a marear la perdiz dando esas vueltas y vueltas que no me gustan. El GR-5, por otra parte, es uno de los itinerarios de Europa más interesante, empieza en Mentón, y sigue la columna vertebral de los Alpes hasta Chamonix, para dirigirse más tarde a Ginebra y desde allí a Bélgica.

Los Alpes en estos días se han vuelto amables y cómodos; sigue habiendo grandes desniveles que subir y bajar pero el tiempo se ha estabilizado y las montañas son algo más bajas. Ayer oí a los grillos por primera vez. Ahora las ardillas de los bosques casi comparten su espacio con las marmotas. Las laderas se han llenado de saltamontes que brincan de continuo ante la presencia de mis botas.







No hay comentarios: