En tierra conocida



 Cercanías del col de Merciere. Francia, 21 de agosto de 2017


Llevaba un rato desayunando en el collado de Bravaria cuando de pronto se hizo la luz y el nombre de un monasterio que un minuto antes no me decía nada se transformó en algo muy conocido y me trajo un manojo de recuerdos de unos años atrás. Donde no reconocía ni caminos, ni montañas, un paisaje sin ninguna referencia, se organizó un entorno y ya fui capaz de tener presente toda la geografía del lugar y dos o tres largas jornadas por delante que habían terminando el último día en una fuerte lluvia y en un ambiente tan hostil que me decidieron en el 2014 a precipitar el fin de una travesía que había comenzado dos meses y medio antes junto al Adriático en la ciudad de Trieste. Empapado como una sopa terminé aquel día en un gite d’etape donde, después de consultar el pronóstico del tiempo que daba lluvia y niebla para una semana, tomé la decisión de volverme a Madrid. Todo fue extremadamente rápido. Aquella misma tarde compré un billete de avión y al día siguiente por la tarde estaba en casa.


 Espero que éste año no suceda algo parecido, pese a encontrarme tan cerca del mar, preferiría seguir aprovechando estos días de sol hasta asomarme sobre las montañas de Menton para ver el mar. Fue precisamente en Menton donde comencé en el 2003 mi primera travesía,  el año en que el traumatólogo me desahució diciéndome que con la rodilla como la tenía podría hacer vida normal pero no cargar un macuto ni subir montaña. Ahora los años 2003, 2014 y este 2017 formarán una bonita triada para cocer a fuego lento en el horno de la memoria durante los inviernos por venir. ¡Bendito aquel año en que no hice caso al traumatólogo y quise ponerme a prueba! Fue el comienzo de una etapa nueva en que tuve que elegir entre vegetar entre las cuatro paredes de mi casa o intentar superar mis hándicaps y una gran inseguridad que no me permitía meterme ya en aventuras tan empeñativas y tan largas. Era un tiempo en que podía llegar a pensar que mis piernas ya habían cumplido su cometido caminando o corriendo maratones y que ahora tocaba algo diferente no más allá que cortos paseos por Guadarrama o la Pedriza. Y fue precisamente después de eso que vinieron las largas travesías de los Alpes o los Pirineos, un año caminando alrededor de la Península y miles de kilómetros caminados de uno a otro lado de España.

Cuando pienso en estas cosas, sólo le pido a la vida que regale un poco de salud a mis piernas, la suficiente para que éstas puedan seguir moviéndose por el mundo, aunque sea módicamente hasta palmarla. La verdad es que algo así sería muy bonito.


Ahora, después de pasar un buen rato, aprovechando la fluidez del wifi del bar del Monasterio de Santa Anna, mirando por aquí y por allá, dí por fin con mi antiguo itinerario que en esta parte del recorrido no era el GR5 sino el GR52.

Así que en el col de Lombarde abandoné definitivamente la Vía Alpina, que había seguido durante algo más de dos meses y que ahora que se dirigía al noreste para encaminarme directamente al sur a la búsqueda de los rastros de recuerdos que se pudieran haber quedado colgados de las ramas de algún árbol, remansado en algún collado o esperando frente a la vista de alguna bella montaña del macizo de Mercantour que el caminante reapareciera después de casi una década y media.


El paisaje me era conocido; la última vez era ya la segunda semana de septiembre y los pastizales estaban de un color fuego precioso; aquel día puse mi tienda en la lo alto de uno de los picos de la cuerda que lleva al col de Lombarde y el muestrario de colores a esa hora era de una gran belleza. Al mediodía de hoy la cosa era bien diferente, el sol cenital aplastaba las formas reduciéndolas a dos dimensiones y dejando la gama de los ocres y amarillos en pobre remedo de lo que fuera entonces. Había terminado el día anterior El sueño eterno y hoy correspondía cambiar de género. Elegí a Emmanuel Carrére. Tenía una deuda con este autor desde que Quique y Lucía me regalaron uno de sus libros, El Reino, del que sólo leí un tercio porque el tema religioso que se ventila allí rozaba cierta saturación que tenía yo encima sobre el asunto. Entre los títulos de mi biblioteca elegí uno al azar, Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Durante un par de horas, el tiempo que empleé en alcanzar el col de Lombarde, me convertí en un lector curioso deseoso de saber cómo le iba a ir la vida a un controvertido escritor de libros de ficción.

Mientras leía me crucé con meda docena de gordas marmotas y algún que otra ardilla. Pareciera que todas las marmotas con las que me cruzo estuvieran preñadas de doce meses. Enormemente gordas como quien se prepara para pasar un largo invierno, tienen un correr graciosísimo moviendo todo su cuerpo como si no tuvieran patas y contoneándose como pavos que perdieran el culo para buscar su agujero antes de que el caminante se acerque más de lo debido. Yo las grito: marmota, tía, no corras tanto que no te voy a hacer nada, pero ellas nada, ni caso, salen pitando arrastrando su lanudo cuerpo y no paran hasta que han puesto entre ambos un espacio suficiente. Las ardillas no, las ardillas son todas pura elegancia; las ves cruzar el camino con su cola en lo alto como si con ésta estuviera cazando mariposas, se encaraman al primer árbol que pillan y cuando tu has sacado la cámara ella ya ha llegado a la picorota de un árbol o ha saltado a las ramas de otro.

Encontré un bonito y soleado prado y estuve tomando el sol junto a mi tienda como un lagarto. Cuando la sombra llegó allí, trepé a un cerrito cercano para aprovechar media hora más del calorcito de la tarde.







 



 




2 comentarios:

Paci dijo...

Cuando se llega a una edad provecta todavía quedan muchos placeres, una cerveza después de una larga caminata, el paisaje desconocido al alcanzar la cima de un collado o una montaña, la sonrisa y el saludo de una mujer bonita cuando se cruza en tu camino, la satisfacción de ver cómo tu cuerpo resiste el esfuerzo al que le sometes, pero sobre todo leer, leer un libro que te abre una nueva visión sobre un tema que dabas por cierto e inmutable... Y ¿sabes, amigo? Tú lo tienes todo.

Alberto de la Madrid dijo...

Todavía...
Me parece que en algún momento esa palabra va a ocupar el título de uno de mis post. Incluso a lo mejor me anima y a los Alpes que se me acaban en dos jornadas puedo añadirle un "todavía" de broche final, que no será un final porque después podremos poner aún un "todavía".