Laguna del Trampal |
Valle del Tormes,
28 de septiembre de 2017
"Belleza,
avanzo a tu encuentro en la soledad del frío" (René Char)
Camino de Gredos.
Pensé que llegar hasta allí podía ser un paseo y me lo tomé con calma. Cogí la
carretera de Aldea del Fresno; un recorrido muy apropiado para la memoria. Nací
en el cuarenta y ocho, tenía cinco o seis años… así que debió de ser
por el año 53 ó 54, pensé. En aquellos años nosotros pasábamos los veranos
acampados junto a la orilla de las caudalosas, entonces, aguas del río
Alberche. Por entonces mi padre tenía una Guzzi Hispania 65, su gran sueño por
aquella época. Por entonces, sí, también había un trenecillo que hacía el servicio
hasta el río. Cuando terminaba el colegio el grueso de nuestra impedimenta, la
tienda de campaña, una enorme de lona que diseñó y cosió mi madre, los catres y
los colchones, los llevábamos en el tren y el resto de lo necesario para pasar
julio y agosto junto al río lo transportaba mi padre en un pequeño remolque que
se había fabricado él mismo. Ambos, el tren y la moto y el remolque de mi padre
cargado como un camión son recuerdos muy queridos de mi primera infancia. Un
año, después de darle mucho la lata a mi padre, al fin consintió en llevarme en
la moto. El remolque, que debía de ser una imitación en pequeño de una de esas
caravanas que usaban los comediantes o los gitanos en su giras por España,
sobrepasaba en mucho el peso que podía arrastrar la moto y llegar hasta el río
era una aventura que colmaba por entero mis aspiraciones de niño de cinco años,
aunque aquello pareciera más una tortuga que una moto.
Ayer no había
rastro de la carretera de mi niñez, pero me daba gusto recordar el aire en la
cara, el zumbido renqueante y asmático del motor, el grito de mi padre para que
me agarrara fuerte a su cintura. Cuando, después de Aldea del Fresno, atravesé
el puente sobre el río, era lastimosa la visión de éste, casi un riachuelo en
comparación con el río de mi infancia que debía de parecerse al Misisipi de
Huckleberry Finn y Tom Sawyer. Aquel río caudaloso donde aprendí a nadar y donde se gestaron mis
primeras aventuras sólo eran patrimonio de mi memoria.
Más allá del
puente me cupo la desgracia de verme asaltado por el poco conveniente asunto de
Cataluña. El domingo había hecho una proeza: encendí el televisor para verle la
jeta a Puigdemont. Sólo resistí la primera parte. Después de oír aquel pugilato
en donde al señor Puigdemont ni le llegaba la camisa al cuerpo ni daba
mínimamente la talla para defender lo que defendía, pensé que no merecía la
pena la entrevista. Sin embargo lo poco que oí me sirvió para hacerme una idea
de lo que parte del establishment catalán tiene entre manos. Daba rubor comprobar
la falta de coherencia que puede esconder el cerebro de la máxima autoridad
catalana. Es casi un aprieto para alguien, como es mi caso, que defiende la
libertad de expresión en este proceso (sí al referéndum, no a la
independencia), encontrarse con una situación así en donde tantas cosas están
poco claras y en donde entre unos y otros han convertido en un galimatías la
situación. Lo que en principio debería ser la lógica de defender una libertad
de expresión ha venido a convertirse en un jeroglífico del que ni siquiera el
hilo de Ariadna, ese que llamamos sentido común, puede sacarnos ya del
atolladero; y menos ahora una vez los tanques (esa invasión de Cataluña por la
policía y la guardia civil) han tomado la dirección de Cataluña. Y una vez roto
el jarrón, incluida esa gentecilla de Huelva gritando el “a por ellos”, a ver
quién es el guapo que pega todos lo trozos.
Después, menos
mal, vinieron el pantano del Burguillo y otros asuntos, las zigzagueantes
carreteras que llevan a Venta del Obispo y Venta Rasquilla, y entonces (joder
con los entonces) eran los año del final de los sesenta con el Pichón, Moisés
Castaño, Manolo el Dientes y su hermana Paloma, Fernando Vázquez, y tantos
otros más. Un seiscientos alquilado que ocupábamos cinco junto a otros cinco
abultados macutos llenos de herrajes, material de escalada, cuerdas, pertrechos
de vivac, y era el pío pío bajando el
puerto de Menga cuando el conductor se había sacado el carnet unos días antes,
por aquello de que nadie quería morir sin decir eso mismo. Y la venta Rasquilla
donde era obligado repostar no precisamente gasolina.
El viaje se me
hizo entretenido, sí. La panorámica de Gredos al final de la tarde la contemplé
desde la terraza de la casa de Paco y Teresa en Hoyos del Espino. Quizás hacía
veinte años de mi última visita a Gredos. Casi estaba para marcharme cuando
Paco desplegó sobre la mesa un mapa de Nepal para mostrarme el itinerario que
van a hacer los dos próximamente. No habían transcurrido cinco minutos cuando
sentí que en mi interior había empezado a sonar una campanilla, esos ecos que
vienen de lejos como llamando a misa y que a mí me reclamaban imperativamente
desde alguna parte de Nepal con el mensaje de acaso un nuevo proyecto. La cosa
no dejará de rumiar dentro de mí en los días sucesivos; seguro. Quién sabe,
quizás podría cambiar mi proyecto de recorrer el otoño del norte de la Península por un paseo
por Nepal y un viajecito a la
India antes de que llegue Navidad.
Tuve que
despedirme. Me había propuesto dormir bajo la laguna del Duque para subir al
día siguiente al Calvitero y se estaba haciendo tarde.
El día anterior
me decía Paco que esta zona es una de las zonas de firmamento más limpio del
mundo, lo que la hace idónea para la observación astronómica. Limpísimo y como
de tizón estaba hoy cuando eché a caminar junto a la pequeña estación
hidroeléctrica, tanto que me costó algo encontrar el camino. Después de un rato
enseguida me embargó una sensación de ligereza. Volver a caminar sin esos
trece, quince kilos que he tenido sobre la espalda durante tres meses debía de
poner muy contento a mi cuerpo que parecía moverse como si no tocara el suelo,
liviano y alegre como chucho que sacaran a pasear tras un largo encierro. Hoy
hasta me permití el lujo de cargar con la reflex, lo que sirvió, cuando el sol
empezó a dorar las laderas, para que empezara a mirar a mi alrededor con
parecido empeño al del cazador que rastrea su presa entre el roquedo. Mi
búsqueda tenía que ver con la luz y los colores, así que algo me entretuve
buscando capturar el movimiento del agua en un riachuelo, el bello color
tostado del pasto junto a la laguna del Trampal, el armonioso culebreo de las
algas sobre el agua. Un aliciente más el acompañar el camino con el ánimo
despierto del pintor que busca colores y formas para sus lienzos.
Laguna del Trampal |
La sierra estaba
plácida y solitaria. Respiraba el recogimiento de quien quedará a su suerte en
pocas semanas, las vacas idas, los pájaros emigrados, las cabras buscando en
los valles zonas más templadas. La cumbre del Calvitero es todo menos una
cumbre, tan desteñida es su prominencia que a nadie se le ha ocurrido todavía
honrarla con algún signo distintivo, ni siquiera el consabido mojón geográfico
tenía, o yo no vi ni me molesté en buscarlo, sólo atento a encontrar un rincón
protegido del viento para tomar un rato el sol.
De la vuelta por
la laguna del Duque ya había leído algo sobre los campos de piornos y de un
camino que no es camino, pero, como siempre, uno piensa que no, que a mí no me
iba a pasar. Ya. Hasta espeleología hice atravesando bajo los campos de piornos
los caminos que hacen los jabalíes. El que quiera subir al Calvitero por esta
ruta que se lo piense dos veces. El gps, los hitos, los tracks, el mapa… sólo
sirven para conocer muy aproximadamente donde estuvo inilo tempore, si es que lo estuvo alguna vez, el camino.
Laguna del Duque |
Laguna del Trampal |
2 comentarios:
Desde la Laguna del Duque, al Canchal de la Ceja, tienes que llevar una máquina perforadora para traspasar la gran cantidad de piornos, ya en el canchal, bajar a la cuerda y llegar al Calvitero es un paseo.
La primavera pasada proyecté caminar entre Tornavacas y Guisando, pero después de ver los piornales entre la Covacha y el Cancho no creo que lo haga. Todavía estoy curandome un esguince de tobillo que me hice entre él y Cancho y la garganta de Caballeros en uno de esos "maravillosos" piornales. Esos pornos son más peligrosos que los camino del GR-20 de Córcega. Sin quererlo metes el pie en un hoyo y ya la has jodido.
Publicar un comentario