Fotografía de Mario de la Madrid |
Alvorge, 19 de febrero de 2018
Etapa Alvaiazere - Alvorge
Esta mañana camino arrebujado en mi ropa de abrigo mirando el paisaje como quien viera la fría mañana desde el interior de una cálida cabaña. Camino tranquilo sin la premura de un lejano fin de etapa que deberé alcanzar a la tarde siempre, hasta ahora, con el cuerpo un poco tocado. Hoy espero terminar a la hora de la comida. No obstante sueño con ese momento en que caminar horas y horas no sea convierta al final del día en un pequeño suplicio, esa preparación física en que los kilómetros no se notan y los bosques y los senderos pasan por uno como una caricia, tranquilos, dialogantes, propicios para la contemplación y el demorar la mirada en los pequeños detalles de la ruta. Una ruta que precisamente hoy se hizo más bonita que de costumbre con estrechos senderos que se alejaban de las carreteras introduciendo al peregrino en esos parajes de encanto que desearía para todo el camino: sendas serpenteantes, brezos en flor, añosos olivos con sus troncos cubiertos de barbas de viejo, viejas casas abandonadas cuyos muros, vestidos con la pátina verde de los musgos, apenas tienen fuerza ya para sostener el tejado, antiguas granjas comidas por las zarzas y la maleza; esos fragmentos del mundo rural al que la vegetación y el olvido va cubriendo con la belleza noble de un mundo muerto que resucita en el tiempo para gozo del caminante.
En algún momento el ruido de una motosierra cercana evoca en el peregrino los tiempos de un otoño en que había tomado posesión de su puesto de maestro en una pequeña aldea de las riberas del río Narcea. Los primeros fríos y la necesidad inaplazable de acumular leña para un largo y lluvioso invierno. Las idas y venidas al bosque a recoger leña. Una mañana, como cazadores furtivos, adentrados en el hayedo que llevaba a Monasterio de Hermo, cargados yo y Luis, alias Primavera, nuestro vecino y amigo, con una motosierra seleccionando algunas grandes hayas. El runrún de la sierra, a punto ya de desplomarse aquel gigante lleno de vida, el grito salvaje de su expiación en el incierto momento de dar su adiós, ese doloso desgarrarse al que seguía el estrépito horrísono de la inerte caída del árbol arrastrando tras de sí pequeños arbolitos y arbustos hasta dar con su entero cuerpo en el suelo. Luis y su memoria me acompañan esta mañana. Su generosa acogida, junto a su mujer Nieves, llenan mi alma de agradecimiento por aquella familia que más de cuarenta años atrás acogía a una joven pareja de maestros en un mundo rural cerrado en donde no era fácil abrirse paso.
La familia Primavera: Nieves, Luis, Josín y Toño |
Y más allá unos narcisos que asoman por la valla de un jardín me sugieren el recuerdo de lo míos frente a mi cabaña a punto de despuntar cuando salí rumbo a Lisboa. Los narcisos que mis primeros años de Pedriza recolectaba en primavera después de nuestras escaladas para ofrecérselos a mi madre por la paciencia que gastaba con un hijo de aficiones “tan raras” y que tan de cabeza le traían. Ella siempre esperándome pacientemente tejiendo sentada en una silla de enea cuando mi vuelta de Galayos o Gredos se demoraba a hasta las tantas de la madrugada.
Retomo y termino esta mañana un libro que había dejado a
medias, se trata de El aroma del tiempo, de
Byung-Chul Nan. Y nada más empezar la lectura irrumpe en sus páginas, como tantas
veces con el ímpetu de aquel libro de siempre, Así hablaba Zaratustra, Nietzsche: “Todos vosotros que amáis el
trabajo salvaje y lo rápido, nuevo, extraño os soportáis mal a vosotros mismos,
vuestra diligencia es huida y voluntad de olvidarse a sí mismo”. Entiendo mejor
desde que camino tantas horas pateando cualquier sendero del mundo esa fuerza
que desde la filosofía intenta alejarnos de una actividad sin freno en donde es
difícil encontrarse a sí mismo. Hoy busco la compañía de las ideas que me invitan
a la contemplación, “La vida contemplativa presenta un modo de vida que hace
perfectos a los hombres” escribe Tomás de Aquino, «In vita contemplativa
quaeritur contemplatio veritatis inquantum est perfectio hominis.» Cuando se
pierde todo momento contemplativo, la vida queda reducida al trabajo, a un mero
oficio. El detenimiento contemplativo interrumpe cualquier tiempo que sea
trabajo. Leo regularmente algún libro de Byung-Chul Nan, porque, aunque a veces
me cuesta mucho seguirle, su brillante análisis de la realidad de nuestras
ideas siempre es un acicate para no perderse en este controvertido mundo
nuestro. También me sucede con el reciente fallecido Zygmunt Bauman. Nuestro
mundo se hace tan complejo, y las trampas son tan numerosas, que no está de más,
como quien de báculo se sirve, echar un vistazo a los libros de quienes con su
trabajo rastrean y desgajan la realidad.
Mientras como en un bar de Alvorge, mi fin de etapa, miro
una telenovela en portugués y pienso que está bien esto del mundo de los
hombres y de las mujeres, especímenes ambos pobladores de este mundo en que
vivimos, donde unos y otras se encuentran y se desencuentran, se buscan, se
odian, se aman o sufren la indiferencia del otro. El conmovedor mundo de
hombres y mujeres intentando saber del otro, comprender, siempre como si uno y
otro pertenecieran a planetas diferentes aunque viviendo puerta con puerta.
Es el primer día de mi recorrido que saboreo una cerveza, no
el primer momento en que me tomo una cerveza. El razonable cansancio, la falta
de esa pizca de agobio que empaña el momento del placer de gustar unos sorbos
lo hacen posible.
“En este pueblo no hay restaurante, no hay apenas nada,
escribo en un whatsapp a mi familia, sólo un bar, pero tienen un queso de cabra
que el dueño elogia: lo hace un cabrero que tiene su rebaño a tres kilómetros
del pueblo. Exquisito el queso, exquisita la cerveza al fin de mí jornada”. Y
ello me lleva a hablar de mi hijo Mario que días atrás, como amante que
recuerda los principios de un viejo flechazo amoroso, hacía memoria de sus primeros días con rebaño
propio con un “Amor de madre, el día en que la Sierra parió a la Loma , hace ya 9 años. Venía
siendo la tercera generación de la primera cabra que vi nacer. Hoy son 98
tratando de recuperar el carácter de nuestra querida Sierra Norte de Madrid, la
también llamada Sierra Pobre. Comparte nuestra historia, comparte la historia
de nuestros abuelos, comparte la recuperación de los oficios, las mañas y los
cantares, que en los pueblos aún se escucha eso de "todo vuelve".
¿Quien dijo que porque hayan cambiado las cosas en poco tiempo han de
mantenerse en la eternidad? ¿Acaso no siguen las flores funcionando?, ¿el
viento soplando?, ¿la luna asombrando?”.
Y como mi hijo contestara en el WhatsApp de la familia con
un “qué gusto papa, qué bien te lo montas” seguí escribiéndoles: “... Lo que
inevitablemente me va a llevar hoy a hablar en mi post de mi hijo el cabrero y
de aquellos flechazos de su enamoramiento de todo ese regimiento de cabras
que desde el mismo principio, sin necesidad de pasar por el registro civil,
tuvieron su nombre como si de hijos e hijas del cabrero se tratara". Esta mañana,
les decía a mis hijos, “pensaba en lo imposible que puede ser que me podáis
leer siquiera en un momento de imprecisa iluminación, debido especialmente a lo
prolífico de mi escritura, solamente mi blog de los Caminos se acerca ya al
millón de palabras, y se me antojaba que han sido tantos, tantos los momentos
en que he compartido trozos de vida, que siendo vuestra es mía, por aquí y por
allí, que nunca en esta vida ni en otras será posible saber en profundidad lo que unos y otros gustamos del aroma de nuestras propias querencias comunes”.
La lejanía siempre acerca y es que hoy, en este tan caminar
en solitario, me siento especialmente cerca de mis hijos, los chicos, chicas de
mis hijos, mis nietos, mi chica la hortelana, tanto que no he podido resistir
la tentación de mandarles la tarjeta postal de mi post vía Internet.
La jornada de hoy ha sido todo lo larga que deberían ser
estas etapas, apenas 23
kilómetros , jornada para caminar, leer, escribir,
disfrutar del camino, comer, charlar un poco con la gente y hasta dormir un
poco la siesta.
Referencias:
La quesería de mi hijo en Valdemanco (Madrid):
El Cancho de las Pilatas (Ganadería-Carnicería-Quesería).
Productos ecológicos de la Sierra Norte de
Madrid.
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