¡Aniki-Bóbó!





Molino Hostal Moinho García, Pinheiro da Bemposta, 24 de febrero de 2018
Etapa Agueda - Pinheiro da Bemposta

Quila quilete
estaba la reina en su gabinete
vino Gil apagó el candil
candil candilón
cuenta las veinte
que las veinte son,
justicia y ladrón.

Que de qué parte de mi memoria surja esta cantinela de la temprana infancia es imposible saberlo. Al grito de guerra de ¡Aniki-Bóbó! los niños de la película de Manoel de Oliveira rememoran los juegos de la infancia de policías y ladrones. Tendría que haber recurrido aquí a la buena memoria de mi amigo José Luís Moreno que desde Bilbao me recordara aquella retahíla de palabras con que nosotros, al modo de los personajes de Oliveira, sorteábamos a quienes de la pandilla les correspondía jugar de policía y a quienes de ladrón, pero no fue necesario, mi memoria de golpe encontró los versos de la cantinela. Los juegos de la infancia constituyen una de las mejores cosas que la memoria de todo adulto guarda dentro de sí con cariño. El neorrealismo, tanto italiano como portugués rescata muchas horas de esa infancia nuestra, sus entornos, sus habilidades, sus juegos, las inquietudes que teníamos los niños de los años cincuenta. Ver anoche el film de Oliveira, amén de contemplar una muy buena y sensible película supone recuperar esas partes de la infancia que Delibes, Ana María Matute o Arturo Barea rescatan desde el campo de la literatura para todos nosotros. Recuperar la infancia y volver a la edad de la inocencia parece el objetivo de este director portugués acaso demasiado poco valorado en relación a De Sica, Giuseppe De Santis o el primer Visconti con su Bellissima o La terra trema. 


La deliciosa película de ayer, ¡Aniki-Bóbó!, de Oliveira, con un preciosista blanco y negro, la copia era excepcionalmente buena, era un homenaje a la infancia y a esos primeros sentimientos que por el hecho de ser humanos tenemos la gracia de experimentar. El mundo adulto en gestación, un primer amor, el valor de la amistad, el sufrimiento del rechazo de lo otros. Y la música a lo largo de toda la película, subrayando, llenando de poesía los versos de un film que merecería estar en un puesto muy relevante del neorrealismo de la época.


Hoy me escribió mi amiga desconocida que, a lo que veo, comparte conmigo “una enorme simpatía” por el autor de La casa verde, que tanto gusto leí el pasado año haciendo, eso sí, de tripas corazón. Mis amores por este señor, Cela o el creído Javier Marías, que no su padre, me han planteado frecuentemente dudas (de no leerlo, claro) que en el caso de Vargas Llosa, pese al repelús que me da su persona, no logré vencer. También días atrás me daba repelús Pessoa y esta mañana, al fin, entre su desprecio por el mundo surgieron exóticas flores en los baldíos campos de la soledad y el tedio. La prosa de Pessoa esta mañana era como un hermoso y gélido paisaje invernal en donde la desolación constituía un bello poema aunque caminara envuelto en la peor tristeza de la vida. La lucidez de Pessoa era capaz de sacar un magnífico brillo a unos zapatos totalmente llenos de barro. “En el fondo, ningún otro placer que el análisis del dolor, ni otra voluptuosidad, que la del culebrear líquido y doliente de las sensaciones cuando se desmenuzan y se descomponen —leves pasos en la sombra incierta, suaves al oído, y nosotros ni nos volvemos para saber de quién son, vagos cantos lejanos, cuyas palabras no tratamos de captar, pero donde nos arrulla más lo indeciso de lo que dirán y la incertidumbre del lugar de donde vienen; tenues secretos de aguas pálidas, que llenan de lejanías leves los espacios (…) y nocturnos; campanillas de carros lejanos ¿regresando a dónde?" Ah, magnífico Pessoa, rallador de gemas, urdidor de sensaciones…. Y aún cita a Condillac que comienza su libro célebre: "«Por más alto que subamos y más bajo que bajemos, nunca salimos de nuestras sensaciones». Nunca".

Decía que mi amiga desconocida respondió a mi exordio sobre el deseo de mujer que asalta a veces en el camino al peregrino: “Y… sí, no lo dudes, las mujeres también tenemos hormonas. Imaginamos, soñamos, se nos eriza la piel y el pensamiento y a veces escribimos y sobre todo callamos”. A lo que yo contestaba: “Yo creia… Bueno, mejor dejemos la fiesta en paz, que con lo soliviantado que está el mundo femenino en estos últimos tiempos, no digo yo que sin razón, las cosas de éste hay que cogerlas con la punta de las pinzas porque a poco que te descuides a la vuelta de la esquina te puedes encontrar una feminista que te arree un mordisco en el sitio que más duele. Y es que al peregrino, que tiene ya unos cuantos años, pero que vive aún la tentación de enamorarse de cada moza con la que se tropieza en el camino, se le hacen los ojos chiribitas viendo las cosas, con perdón, bonitas que pasean por el mundo”. Hoy sin ir más lejos recordando a la peregrina italiana que se ha perdido en la bruma del camino ya que ayer no apareció por albergue, andaba como loquito pensando cómo recuperar la compañía de la amiga extraviada a las pocas horas de encontrarla; sin señas, sin teléfono, sin saber su nombre, así que se me ocurrió redactarle una nota, la pinché en un palo y la dejé oscilando sobre el camino como se tira al mar un mensaje dentro se una botella para probar la suerte de que lo leyera: call me back! , chiama me!, decía mi mensaje.


Que lo que escribo sea hacer o no literatura que lo decida el lector, que al peregrino escribidor lo que le cabe es divertirse sea con la escritura o con lo que se tercie en su camino. Que ya se sabe que no siempre dos más dos son cuatro.
(… y que haya que explicar estas cosas…). Y no lo digo en balde que hace un par de días un peregrino o peregrina, alertado por la cosa extraña de que yo pudiera hacer el Camino de Invierno y el de Madrid en el sentido contrario al común de lo mortales, muy serio me decía que eso iba en contra del espíritu peregrino, amén de lo difícil que me sería seguir las señales al revés, cosas éstas que al peregrino le hacen gracia porque al peregrino ni le va ni le viene llegar a Santiago, que lo que él pretende es vivir y empaparse de las cosas del camino, coleccionar sensaciones y beberse a grandes sorbos jarras grandes como de cerveza de este hermoso mundo en el que vivimos. Que algunos crean en milagros y en ganarse algunas prebendas para dejar de purgar algunos añitos de Purgatorio en la otra vida, es asunto que no incumbe al peregrino que piensa que el mejor objetivo en la vida es tratar de hacer la puñeta lo menos posible a sus contemporáneos y encontrar el camino del bienestar lo mejor que pueda, cosa que muchos consiguen dándose a los demás y otros pisando la tierra de los caminos.

Y más tarde oigo a Saramago en La muerte de Ricardo Reis citar a Chateaubriand y siento la punzada de un deseo, acaso marcharme a caminar por Francia a dar continuidad a la lecturas de sus Memorias de ultratumba, que una vez comencé y que dejé sin terminar. Y sí, soy consciente de que mi peregrinaje es más peregrinar por lo libros y por el alma de sus autores que el recorrido físico de un itinerario, y si pienso en Francia lo que me viene a la cabeza son los libros de Chateaubriand, Balzac, Stendhal o Flaubert. Realmente yo no peregrino por el camino portugués, yo peregrino por las páginas de Pessoa, por la filmografía de Oliveira, por Saramago, por el mundo de Eca de Queiroz.


Hoy fui de tasca en tasca, leyendo, escribiendo, tomándome un café aquí, una cerveza allí y unas judías pintas ya en Albergaria-a-Nova. Y aún así cubrí una distancia de veintitrés kilómetros por bosques de eucaliptos y caminos vecinales. No obstante todavía me quedan seis kilómetros por delante, espero pasar la noche en un hotel cercano a Pinheiro da Bemposta.



Creí que ya había terminado mi jornada de hoy, pero no, todavía me quedaba una pequeña aventura que cumplir. En Albergaria-a-Nova llamo por teléfono a un hostal de Pinheiro da Bemposta, a seis kilómetros y hago una reserva. Cerca de Pinheiro el Google me dirige hacia una colina cercana a la derecha. Sudo tinta. La cuesta me pilla a traición. Cuando llego a la cima nadie conoce ese hotel. Vuelvo a llamar, debe de haber un error, no sé dónde estoy. Un vecino toma el teléfono. Se entera de que efectivamente el hotel está muy distante de allí, a cinco o seis kilómetros. No tengo cobertura para localizar la nueva dirección. Bajo por la carretera con la esperanza de que en algún momento la haya. En el pueblo pregunto al conductor de una furgoneta, no sabe, pregunta a un vecino. Al final me ofrece llevarme en el coche. Salimos del pueblo, tomamos un camino vecinal, desaparecen las casas y al final una estrecha pista forestal se hunde en un profundo valle. Encontramos una indicación, Hostel Moinho García y más abajo la inclinación es tanta que decido seguir a pie. Me despido del conductor lleno de agradecimiento. Veo una casa pequeña junto a un río. Hay una campanilla en la puerta. Al rato sube alguien: por fin. Es un alemán de cuerpo enorme y de mirada apacible. Sí, hay algún error en el Google Maps. Estaba fastidiado porque todo esto me queda lejos del camino, pero cuando más abajo contemplo el lugar me alegro. Es un sitio encantador. La casa es un viejo molino de agua; un estanque, una pequeña cascada, no podía haber encontrado un lugar más acogedor. Lo llevan un grupo de alemanes y por todos los lados hay signos de esos que va dejando la gente sencilla que vive una realidad muy diferente a la del resto del mundo. Tiene todo el aspecto monacal y austero de una vida sencilla.

Este es el encantador entorno del albergue Hostel Moinho Garcia


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2 comentarios:

Cive Pérez dijo...

Spero che la donna toscana abbia visto il tuo messaggio e ti abbia chiamato!. En cuanto a regresar por un camino al revés, aparte de perder indulgencias, lo de no ver las señales amarillas sí que va a ser un problema :-)

Alberto dijo...

Caro, la mia amica è scomparsa. Ya sabes que no se encuentra lo qi ese busca, así que con señales o sin ellas lo mismo el camino me depara algún ángel. :-)