Vila do Conde, 27 de febrero de 2018
Etapa Oporto – Vila do Conde
Hoy me desperté triste, como aquejado por un gusanillo que
se me metía por las rendijas del alma. Llovía. Recordé aquel cuento de Khalil
Gibran que relata un día en que Alegría y Tristeza se encontraron a
orillas de un lago. Saludáronse, relata el poeta, y se sentaron junto a las
tranquilas aguas y conversaron.
Alegría habló sobre la belleza que reina sobre la Tierra , del cotidiano
encanto de la vida en el bosque y entre las colinas, y de las canciones
escuchadas al amanecer y al anochecer.
Y Tristeza estuvo de acuerdo con todo lo que Alegría había
dicho; pues Tristeza conocía la magia de la hora y la belleza de aquellas
cosas. Y Tristeza habló con elocuencia cuando se refirió a los campos y a las
colinas de mayo. Alegría y Tristeza conversaron un largo rato y estuvieron de
acuerdo con todas las cosas que conocían.
Más al rato pasaron por la otra orilla dos cazadores y ambos
discutían de si lo que veían al otro lado eran una o dos personas. Uno sostenía
que se trataba de una persona, mientras que el otro estaba convencido de que se
trataba de dos.
Yo sería de la convicción del segundo cazador, pero sin
embargo sí es cierto que ambas, tristeza y alegría, tienen muchas cosas en
común. La suavidad de su aliento sobre el alma es parecida, el tacto suave de
sus dedos sobre nuestra piel es similar. Hay quien huye como del demonio de la
tristeza, si ello fuera posible, pero quien no ha experimentado las sensaciones
profundas con que ésta susurra en nuestro oído, creo que se pierde una parte
importante de las cosas de la vida. Schumann y Chopin han creado bajo su
influjo páginas de música inolvidables.
La soledad es buena tierra de cultivo para esa rara flor que
es la tristeza, manjar para gustos selectos, no por su excelencia sino por lo
poco común, que bajo su influjo aligerando el alma de lo superfluo para sumirla
en el regazo de una a veces dulce autocontemplación, tiempo para mirar el
mar y su horizonte sin límites, tiempo para fundirse con la lluvia y las olas,
con esas gaviotas que solas o en bandadas rastrean el cielo de la playa.
Así que tras dos semanas ya está aquí el mar. Lloviendo
ahora, arrebujado bajo mi capa de agua, el viento agitando el cabello de las
olas, grandes, como ruidosos monstruos que vinieran a volcar sus fauces
contra las rocas intemporales, el agua saltando tumultuosa, el
horizonte de plomo, frío.
Y ya que bajo la lluvia y mi capa todo aparece como una
pequeña capilla desde la que contemplar la vida, le dedico un rato al amigo
Pessoa, que divaga, sufre y a última hora se enamora, aunque a ello él le de
huidizos nombres que traicionan la realidad sobre la enamorada. Y siento
que me dará pena terminar con El libro
del desasosiego, hacia cuyo final me dirijo ya. Terminar con esta lucha,
con este profundo desacuerdo/acuerdo con que lo he leído tanto en la oscuridad
de la madrugada o, como hoy, bajo la lluvia que cae persistente sobre la costa y
sobre mi cuerpo. Y como camino solo y quiero compartir estas paradojas del
amigo Pessoa, le mando un whatsapp a mi amigo Jorge Túa convertido a última
hora en estudioso del autor lusitano:
“Hacia el final de El libro del desasosiego, el odiador de
la gente, el que nunca amó a nadie, termina cayendo, ah, de hinojos en un
diálogo que algo se parece a aquella noche oscura del alma en que San Juan de la Cruz sueña con su Amada:
¡Oh noche, que
guiaste;
oh noche amable más
que la alborada;
oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada, con el Amado
transformada.
Helo aquí:
“Tal vez yo no tenga otro sueño que tú, tal vez sea en tus
ojos, acercando mi cara a la tuya, donde lea esos paisajes imposibles, esos
tedios falsos, esos sentimientos que viven a la sombra de mis cansancios y en
las grutas de mis desasosiegos… Yo no sé quién eres, pero ¿sé con seguridad el
que soy? ¿Sé lo que es soñar para saber lo que vale llamarte mi sueño? ¿Sé si
no eres una parte, quién sabe si la parte esencial y real, de mí?...
¿Cómo no soñarte?
Señora de las Horas que Pasan, Madonna de las aguas
estancadas y de las algas muertas, Diosa Tutelar de los desiertos abiertos y de
los paisajes negros de rocas estériles…De tu cuerpo de ánfora inútil sepa yo
sacar /el alma de nuevos versos/ y a tu ritmo de ola silenciosa sepan mis dedos
trémulos ir a buscar las líneas pérfidas de una prosa impura de ser oída”.
Una alondra picotea en la arena de la playa, dos perros
abandonados ladran al peregrino, entre las dunas aparecen pequeños jardincillos
de adustas plantas que aman la arena, una gaviota trata de obtener algo dentro de una papelera, en
el largo sendero hecho de traviesas de madera nacen unos bellos líquenes
amarillo verdosos.
La dificultad de expresar lo que uno piensa, de dar forma al
pensamiento y a las ideas o nuestras creencias, o simplemente describir las
cosas que ven nuestros ojos, este mar, este viento, esta lluvia de esta mañana…
cómo expresarlo para que alguien que no somos nosotros mismos se acerque a
nuestra sensaciones, a nuestro sentir, esas olas que el viento levanta como
penachos de nieve, crines de caballo alborozadas…
Rachas de viento provenientes de tierra barren el sendero,
el agua golpea contra mi cara. Hace frío.
Como a media hora de Vila do Conde. La lluvia, que ha sido
persistente durante todo el recorrido, ha terminado por mojarme por dentro y
por fuera, incluidos los pies que estrenaban botas para esta ocasión, esas
botas de casi trescientos euros con goretex y no se sé qué más que dicen que no
calan pero que lo dicho termina siendo un cuento con el que no tenemos más
remedio que tragar.
Cambiado de ropa, caliente, con el cuerpo bajo el edredón
veo llover sobre el río Ave a través de la cristalera de un amplio balcón.
Sencillas delicias para un fin de jornada bajo la lluvia. Todo se mojó, todo. O
yo soy un hombre a la antigua usanza que todavía no ha descubierto el modo de
que el agua no le llegue a los huesos cuando llueve durante tantas horas o es que
la cosa no tiene remedio. O soy algo rácano y no quiero gastarme demasiado
dinero en esos materiales modernos que tanto prometen. Aunque ya probé con las
botas y las botas calaron la primera vez que vieron el agua.
Y cosas del exterior. Paco, desde Hoyos del Espino, se
interesa por la situación de este Portugal que atravieso a pie y yo no tengo
más remedio que confesarle mi ignorancia:
Bom Dia, Paco.
Imposible apreciar desde mi camino esas cosas. Veo movimiento parlamentario en
la tele y el congreso del partido socialista. Y muchos carteles del partido
comunista con las consiguientes reivindicaciones. Poco más. Un país tranquilo,
con precios muy asequibles y gente dispuesta a echarte una mano.
Desde otra parte del país mi amiga desconocida, que gasta
mucho tiempo ya vaciando una casa y que asume padecer cierto complejo de
Diógenes, dice soñar con Fahrenheit 451 y el lanzallamas. Y entonces le sigo la
broma: “Cuidado con los bomberos convertidos en lanzallamas, le escribo, puede
ser un mal sueño y se te puede ir la mano. Nosotros en casa cada cierto tiempo
llenamos un contenedor con lo que nos sobra. No querríamos ponérselo muy duro a
nuestros hijos cuando llegue la hora. Desnudos como la mar, que decía el poeta.
Aunque a veces sea difícil... el otro día Victoria me mandaba un artículo de
Monterroso titulado "Como me deshice de quinientos libros". El
lacónico Augusto Monterroso, el autor del cuento más corto de la literatura
universal (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.”) lo tuvo duro
para deshacerse de ellos; ni la imaginación de Bradbury hubiera encontrado
tanta dificultad para deshacerse de los libros. Hoy es día de mar, ese mar bajo
la lluvia que invita a la nostalgia y a un caminar meditativo, a ratos
acompañado por la prosa de Pessoa, a ratos pendiente de los matices de color con
que servir el apetito de mi cámara. Caminar bajo la lluvia, en mi casa de las
afueras de Madrid, el puro campo, me dicen que está nevando, se convierte hoy,
junto al encuentro con el mar, en un fino placer”.
Echo al final un vistazo a la las fotografías de hoy: ¡por
fin algo que merece la pena después de dos semanas! Estoy satisfecho.
Terminando esta crónica me llega un guasap de mi nieto
vestido de rojo sobre el amplio verde de la cancela de hierro de la quesería de
mi hijo Mario y Ana y no me resisto a recogerla aquí. Al abuelo, sí, se le cae
la baba.
Mi nieto Manuel, el peregrino camino de Santiago. |
Una advertencia última para aquellos que se decidan a hacer este Camino de
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