Caminar, una forma de meditar




Santervás de Campos, 17 de marzo 2018 

Camino de Madrid. Etapa Sahagún - Santervás de Campos. 

La agradable velada con Ina se ha prolongado hasta tan tarde que hoy  casi me dan ganas de pasar por alto mi crónica. Por una razón u otra el día se hace tan denso y son tantos los temas que revolotean por las horas de la jornada que apenas me deja tiempo para escribir. Ina, una chica muy joven de origen kirgistaní que ha comenzado su camino en Segovia, se convierte al hilo de la conversación, en una majísima tertuliana con la que dan ganas de quedarse de charla hasta la hora de dormir. Viajera, y tan joven, de medio mundo que comparte con nosotros un castellano elemental, se muestra tan curiosa y a la vez tan expresiva que en un par de horas hemos dado la vuelta al planeta, hemos hablado de libros y repasado la filosofía de El poder del
ahora, de Eckhart Tolle. A última hora compartimos con ella las experiencias de nuestro viaje por Asia Central y nuestro paso por el Pamir y las montañas de Ala-Achar, una bella experiencia de la que lo más notable fue el paso de un gran río que hubo que atravesar con aguas violentas hasta casi la cintura. Contamos nuestra experiencia con gusto. Ahí dejo una foto de recuerdo. 

Demos marcha atrás a la jornada. El viaje en autobús entre Ponferrada y León fue una imprevisible sorpresa. Campos nevados, niebla, de golpe parecíamos estar viajando por un país de otras latitudes. El paso de la lluvia de Galicia a las nieves del alto Bierzo nos había transportado a otra dimensión. Miramos por la ventana, hablamos distendidamente. Mi chica aparece algo seria, le tomó la mano, le hago una carantoña, apoya su cabeza en mi hombro: somos una pareja afortunada. Le cuento de una novia que me he encontrado estos días a través del ciberespacio y me sonríe como se hace a un chiquillo que ya está cometiendo otra travesura. Mientras tanto el espléndido paisaje nevado pasa velozmente ante nuestros ojos, pero no dura mucho, cuando bajamos un poco el blanco da paso a los prados verdes y a los apuntados álamos. Entramos sin darnos cuenta en el tema del feminismo. Mi chica sabe que yo no soy nada feminista, un asunto en el que algunas veces no estamos del todo de acuerdo. No me gustan esas feministas para las que las diferencias de género han de saldarse en medio de un despliegue mediático que parece buscar la confrontación y reivindicación de sus razonables derechos echando mano a la megafonía y a timbales y trompetas. Nunca sentí en mí ninguno de esos problemas que aquejan, es verdad y con razón, a esa mitad del género humano. Y sí, me siguen admirando, de parecida manera a como lo hacía días atrás una madre que se había levantado a las cuatro de la mañana para prepararme el desayuno, o mi propia madre, tantas mujeres que anónimamente y sin la fanfarria del protagonista con que actúan tantos hombres, cumplen con su papel. Uno se siente hijo de un mundo en donde hombres y mujeres son iguales y por tanto le caen lejos esas llamaradas, justas, por supuesto, que inundan lo medios y las redes; lo que no se contradice con el hecho de que el día de mi llegada a Santiago me sintiera inmediatamente deseoso de asistir a la manifestación del día ocho. Hombres y mujeres juntos llamando la atención al macherío y a los machirulos que todavía pueblan nuestra sociedad… y que no son todos, pero que son muchos. 

Y me entra un guasap de mi amigo Jorge que en esta ocasión le ha tocado predicar en la universidad de Sevilla. Estos sabios de la universidad me admiran, especialmente Jorge que con sus mucho años sigue haciendo de la universidad su vida. Jorge, al hilo de la mitología que va apareciendo últimamente en este blog, me estimula para que siga contando en estas crónicas de lo cíclopes y lestrigones que me vaya encontrando en el camino. Pero sobre todo me alerta de la necesidad de unos buenos tapones de cera a fin de no sucumbir a los cantos de sirena que pueda encontrarme en el camino. Y le contesto que de cera en los oídos nada, ni siquiera pedí que me ataran al mástil, que estoy a punto de sucumbir al canto de una sirena que me he encontrado en el camino y que eso me llena el cuerpo de expectación y de una delgada felicidad. 

Y Julio Medela, un peregrino con quien pegué la hebra, también en el ciberespacio, a modo de comentario me pega mis propias palabras del día anterior: “Las largas horas del camino terminan agudizando mi olfato. Caminar, dormir bajo las estrellas, hablar con el hombre que va conmigo, pegar la hebra con algún lugareño, en fin, esa cosa que debería ser tan sencilla: vivir”. Y viéndolas escritas en su comentario me parecen palabras sabias descubiertas en algún libro de la vida. 

Y el paisaje es nuevo esta mañana abandonando Sahagún, un paisaje como estrenado en un día de reyes. Tras la Galicia lluviosa y las colinas cubiertas de robles y castaños ahora aparece el paisaje llano de Castilla, llano como la superficie del mar, un mar de grandes y algodonosas nubes que cabalgan sobre el cielo como una tropilla que siguiera los pasos de El Cid Campeador camino del robledal de Corpes donde las hijas fueran golpeadas y abandonadas por los infantes de Carrión. De todos modos no me cuadra con el frío que hace, frío y soleado, a un Cid cabalgando sobre Babieca en esta época, que más bien es cosa del verano como tan bellamente escribiera Manuel Machado:

El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
Polvo, sudor y hierro el Cid cabalga.. .

Caminar, una forma de meditar. Echo una mirada a mi derecha, Victoria después de una charla que hemos mantenido de una hora, ahora camina ensimismada oyendo uno de sus acostumbrados podcast que oye habitualmente. Hoy sobre una mujer que ha recorrido sola en bicicleta 28000 kilómetros y que después me pasará para que a su vez lo pueda oír yo. Y que sí, oiré con sumo gusto. Un eslabón más en mi admiración por las mujeres. Decía: caminar es una manera de meditar. Recuerdo perfectamente dónde leí esto por primera vez. Se trataba de una novela de John Berger, Puerca tierra. Retuve esta idea que conservo con cariño desde hace décadas. Su sonsonete: caminar una forma de meditación hacen de mi un budista que se pasea por el mundo convencido de que ese caminar puede ser equivalente a los cuarenta días que se pasó Buda de meditación a la sombra de un árbol. 

Y mientras escribo esto se me acerca Ina y charlamos, y hablamos,  y mientras le cuento algo sobre lo que me ha preguntado, la miro y me voy diciendo por dentro: ¡pero qué bonita eres! 

Sola en bici. solaenbici.com para quien quiera más información. Cristina Spínola. No me da tiempo esta noche a hablar de esta mujer. Intentaré hacerlo mañana. 

Y el día se me acaba, hoy hubiera necesitado un día de cuarenta y ocho horas. Mi amiga desconocida tendrá que esperar a mañana mi email. Buenas noches. 


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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Como decia David Le Breton 《 Caminar es una apertura al mundo. Restituye en el hombre el feliz sentimiento de su existencia 》

Alberto de la Madrid dijo...

Una buena referencia a tener en cuenta. Con tu permiso la usaré en la proxima entrada.

Anónimo dijo...

Gracias , qué bien escrito :)
Un abrazo de Ina- todavía en Alemania