Arcade, 5 de marzo de
2018
Etapa Vigo – Arcade
En el amanecer de las
calles de Vigo no era hoy el canto del ruiseñor como otras veces, hoy era el
canto de unas bonitas piernas, altas y elegantes, vestidas de un lujoso negro
que se perdían en lo alto bajo una minifalda más bien impropia de la hora y la
circunstancia. Pero su dueña las lucía con tanto glamour, encanto, seducción,
gracia, garbo, salero, que dejaba pequeños todos los trinos de cuantos
ruiseñores pudieran ejercer de don juanes al filo de la madrugada. La dueña, de
las piernas, claro, armada de un paraguas no parecía otra cosa que haberse
ataviado de tenoria para rendir las puertas del castillo de algún amante
inabordable, sólo que puesta ahí en el tránsito matinal de los currantes que
andaban apresurados camino del trabajo, parecía un pavo real salido de un
cuento de Las mil y una noche.
La Senda del Agua comparte su trayecto con parte del Camino de la Costa |
Me recojo temprano muy
temprano en el interior de mi capa de agua. Camino. Llueve. Calentito como
dentro del útero materno sigo un sendero desde el que el que se ve el brumoso
entorno de la ría de Vigo, sus mejillones, una carretera de mucho tráfico, las
nubes que se desperezan sobre las colinas del otro lado de la ría. Cuando estás en
casa y ves llover no te puedes imaginar caminando de madrugada bajo la lluvia,
es algo incoherente, si acaso te lo imaginas como propio de gente excéntrica o
de una voluntad de hierro; desde el calor del hogar el mundo de fuera no es el
mismo que el del que ya está metido en el fregao de una caminata de muchas semanas.
El cuerpo se hace, a las plantas de los pies le salen costras, la lluvia se
convierte en amiga de andanzas, la noche se transforma en una caricia, fría caricia de invierno, en susurradora de músicas que siendo al principio exóticas
terminan convirtiéndose en amigables interlocutores: los cantos de los gallos,
los ladridos de los perros, los ruiseñores, el alborozo de los gorriones algo
más tarde.
Pronto desaparece el
asfalto y queda la monotonía de la cantinela ininterrumpida de la lluvia. No
hace realmente frío, tampoco viento; el ruido de mis pasos, amortiguado por la
tierra reblandecida, ahíta ella también de agua, se suma a la música de la
mañana formando un dueto junto a la cortina de agua que cae ininterrumpidamente
durante toda la mañana.
La serenidad del que camina.
De eso hablan las páginas de Andar, una
filosofía, que leía esta mañana bajo la lluvia. “Cuando se sale a caminar
un día entero, y se sabe que se tardan tantas horas en llegar a la siguiente
etapa, no hay más que andar y seguir el camino. La serenidad consiste en seguir
sólo el camino. Y, andando, la serenidad hace también que todas las
preocupaciones y los dramas, todo lo que excava surcos vacíos en nuestras vidas
y nuestros cuerpos, todo parezca absolutamente en suspenso, porque está fuera
de alcance, demasiado alejado, incalculable. Las grandes pasiones que
desgastan, el irritante hastío de las existencias activas, comprimidas hasta
reventar, se han sustituido por fin por el cansancio implacable de la marcha:
solo andar. La serenidad es el goce inmenso de no esperar ya nada: solo
avanzar, andar”.
Y mi lectura, que cae
sobre mi ánimo de parecida manera a como lo hace la lluvia, es una lectura
desatenta que aquí retiene unos versos, allí una idea y que en algún momento
llega a mí como un susurro. De parecida manera a como la lluvia empapa con su
persistencia poco a poca la tierra, mi ánimo se hace esponja, se llena del
rumor de las palabras, del sonido cantarín del agua sobre mi capa, de la
melancolía que campa por los bosques llenos de bruma. Y yo soy yo, pero soy
también la lluvia, el ruido de algún arroyo, algún aforismo de Khalil Gibran, Arena y espuma en esta ocasión, que me
acompaña más tarde:
“Muchas veces he
despreciado a mi alma: La primera vez, cuando la vi desfalleciente, y debía
llegar a las alturas. La segunda vez, cuando le dieron a elegir entre lo arduo
y lo fácil, y escogió lo fácil”.
Y debo sortear grandes
charcos. Más adelante saltar un riachuelo. Y vuelve Khalil Gibran: “La
importancia del hombre no reside en lo que logra, sino en lo que ansía lograr”.
O: “Los árboles son poemas que escribe la tierra en el cielo. Los abatimos y
los transformamos en papel, para consignar en él nuestro vacío interior”. Y
también: “No puedes consumir más allá de tu apetito. La otra mitad de la hogaza
de pan pertenece a otro, y debe quedar otro poco de pan para el huésped
inesperado”.
A Khalil Gibran hay que
leerle a poquitos, es manjar delicado y pura esencia. Diez minutos de su libro
me bastan para poner en mi ánimo, como siempre, que diría aquel personaje de Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, los
puntos sobre las haches.
Y llegando a Redondela,
en principio mi final de etapa me encuentro bien, es pronto, consulto la
disponibilidad de albergues camino de Pontevedra, encuentro uno muy apañado de
precio en Arcade, a ocho kilómetros, llamo por teléfono y me vuelvo a echar al camino. Sí, el camino es mi patria y mi hogar. Después saldría un poco
el sol y, mientras oía sobre la costumbre de Kant de su puntual paseo o la
afición de Nerval a las grandes caminatas descargué y me tumbé al sol para
escuchar más atentamente a este último: “En Nerval, la marcha es melancolía.
Está la melancolía de los nombres y los recuerdos. Dulzura y melancolía: bañada
en luces siempre tenues y trémulas, la marcha de Nerval acuna al espíritu,
zarandeado entre recuerdos que resurgen. Y a través de esas marchas dulces y
fáciles vuelven las largas tristezas de la infancia”.
El caminar, los recuerdos
que alimenta, las sensaciones que suscita, el espíritu zarandeado, como cita
Frédéric Gros, en Andar, una filosofía, agraciada
sugerencia de mí amiga desconocida, por la memoria del caminante sumido en sí
mismo y en el entorno que atraviesa.
Ah, por cierto, que el
posadero en cuya casa he caído hoy, me dio una grata sorpresa. Como desde hace
diez kilómetros el camino Portugués y el de la Costa se han juntado, y aquella peregrina
italiana con que trabé amistad cerca de Coimbra y a la que tanto eché de menos,
hacía el camino del interior, pensé que acaso en algún lugar entre Redondela y
Santiago podría dar con su rastro. Amigo Cive, que te interesaste por ello, si
lees estas líneas, pues tras sus huellas voy. Averigüé que se llama Lucía y que
salió esta mañana a la diez de este mismo albergue.
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4 comentarios:
gracias
A ti.
Si por aquí estamos llenos de agua por donde estas no vas andado sino nadando. Besos.
¿Quien eres Unknown amigo?... Sí, casi nadando.
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