“Namu Amida Butsu”





Padrón, 7 de marzo de 2018 
Etapa A Portela – Padrón

Ayer, cuando parecía que en el albergue iban a seguir sonando las palabras apaciblemente en el remanso del dormitorio, en la voz de Isabel, la muchacha en flor alemana, en la mía propia, más tarde en la de José el Peregrino, una repentina tromba de gente inundó el albergue, dos parejas de alemanes y una incontable purrela de portugueses. El encanto de una lluviosa tarde de invierno en una pequeña aldea gallega quedó roto. La cosa no estuvo mal después, pero era otra cosa.


Unas palabras antes sobre José el Peregrino. Teclea, teclea, me dijo sentado en el extremo de mi litera, viéndome con el teléfono en las manos. Y teclee “José el Peregrino”, él mismo en un puñado de páginas de los periódicos de Galicia aparecía contando las aventuras de los diez últimos años de su vida. José era marinero y su barco había naufragado en las costas noruegas. Pereció toda la tripulación excepto él. Se salvó agarrado a los cadáveres de dos de sus compañeros. Una historia propia de García Márquez que dedica un libro a una historia similar en Relato de un náufrago; aunque de lo primero que me acordé fue de Lord Jim. Me sucedía una cosa curiosa mientras oía contar su historia, y es que me parecía mucho más ficticio su relato que los hechos que se narran en la novela de Joseph Conrad o García Márquez. Su relato plano resaltando únicamente el aspecto más macabro de su aventura, esos dos cadáveres sobre los que había sobrevivido, daba a la historia un aire de cierta inverosimilitud, que se acrecentaba todavía más cuando me contaba la historia posterior, la de que había recorrido a pie más de cien mil kilómetros alrededor del mundo acudiendo a hacer sus plegarias de reconocimiento a todos los santuarios de todas las religiones del planeta. Fue imposible que añadiera detalles de sus correrías. Soltaba a voleo el nombre de países como Tíbet, China, India, pero nada más. Sospeché enseguida la historia de un vagabundo que se había buscado una historia sobre la que cimentar razones para conseguir alojamiento y manduca. Era excesivamente sospechoso que un hombre que ha rodado durante diez años por todo el mundo no manejase ninguna palabra que no fuera el castellano. De aspecto rudo y curtido, eso sí, tenía la labia propia de quien debe ganarse la confianza de los otros primero con su historia y después con un desparpajo destinado a animar cualquier velada. Esa forma de hablar de alguien que a los dos minutos se convierte en el tocayo de toda la vida y en el urdidor de todas las bromas posibles que tanto hacen reír a la concurrencia restaba marras a la historia sobre la que se sostenía.


Estaba, sí, su imagen en los periódicos de la región y su historia contada a los distintos periodistas y reproducidas con variantes en uno y otro medio, que eran quienes en realidad daban consistencia al relato. Ya se sabe, cuentas una historia en las páginas de un periódico y por el solo hecho de aparecer negro sobre blanco en los medios tu historia se hace verosímil hasta el punto de convertirte en un héroe. No podría decir a ciencia cierta que se trataba de un farsante, pero uno, que por una parte está acostumbrado a la literatura y su capacidad envolvente para rodearte de detalles que terminan por hacer creíble la historia y por otra, como conocedor de muchas decenas de países a través de los viajes de toda una vida, no podía dejar de sospechar que tras la historia de José el Peregrino, como le llamaban los periódicos, se abría una razonable sospecha de inverosimilitud.


El grupo de peregrinos portugueses, ruidosos pero tremendamente comunicativos y con ganas de integrar a todo el mundo en su fiesta invitaron a cenar a todos y al rato aquello era una reunión multicolor de gente de cuatro países diferentes dispuestos a comer y más tarde a bailar al son de tonadas populares portuguesas. Hasta a mí consiguió hacerme bailar una morena de cuerpo de ánfora, que decía el otro día Pessoa, y que tenía encima unas inusitadas y contagiosas ganas de vivir. Me veía tomando la estrecha cintura con mis manos como un tosco aldeano de manos callosas que no termina de creer lo que tan inesperadamente tiene entre ellas. Y vueltas y más vueltas, y después la danza en corro y las palmas y… Daba gusto encontrarse entre aquella gente envuelto por la música pegajosa y el calor de tanta compañía cinco minutos antes totalmente extraña.

Ahora, ya se sabe que la fiesta no va muy bien con la disposición madrugadora. Si los portugueses habían llegado al albergue cuando ya la noche caía, me imaginé que de madrugar nada. Había muchos que parecían querer prolongar la fiesta hasta altas horas de la madrugada. Debía de ser más de la una de la mañana cuando me dormí en medio de las risas y los gritos que cruzaban de un lado a otro lado de las literas. Y mi despertador estaba puesto a las seis. Y sí, escribiendo estas líneas ya caigo yo en por qué tengo esta tarde un inmenso cansancio encima.


No eran excesivos kilómetros, treinta, pero mi falta de sueño me hacía caminar como un sonámbulo en la ultima parte de mi jornada entrando ya en Padrón. Estoy muy cansado, más, estoy hecho unos zorros. Me metí en un hotel para que me resolvieran el problema de las comidas y la lavandería sin salir a la calle y, cuando subí a mi cuarto, no tuve fuerzas ni para ducharme, me metí tal cual bajo las mantas esperando que me recuperaría en un par de horas.

Y me despierto abotargado y hace frío en la habitación. Me han dicho que la calefacción la encendían más tarde. Y repasando mis notas observo que poco a poco se va templando mi habitación. Me ducho, ordeno mis cosas. Recupero un par de citas que subrayé en el libro de Khalil Gibran:

“Soy un viajero y navegante, y cada día descubro una nueva región de mi alma”.

“En el otoño reuní a todas mis tristezas, y las enterré en mi jardín. Y cuando regresó abril y la primavera llegó a celebrar sus bodas con la tierra, crecieron en mi jardín flores hermosísimas, como ningunas otras flores”.


Y como por la mañana, cómo no, llovía, pues mi paseo por los bosques y los caminos adquieren cierto aire de recogimiento. Y, hacia el final del libro Andar, una filosofía, me encuentro, a este Frédéric Gros, tan exhaustivo con todos los aspectos del caminar, recreando un aspecto místico que me suena bastante. Se refiere al ejercicio de peregrinos de otro tiempo que en su camino, recitaban como un mantra una corta oración,
Tan sólo una frase que repetir incansablemente: «Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador». Tras unos minutos, tras unas horas, ya no se trata de un hombre que reza, sino de un hombre hecho oración. “Señor Jesucristo, hijo de Dios”, en la inspiración y “ten piedad de mí, pecador” en la expiración. La repetición se vuelve espontánea, fluida, sin esfuerzo, absolutamente comparable al latido del corazón. Con la repetición monótona de esta breve oración surge de pronto una quietud absoluta, escribe el autor. Y es que algo de esto practiqué yo en alguna ocasión, parte de una cancioncilla que a veces me sorprende en mi interior y que se ajusta perfectamente al ritmo de mi paso y que a veces me puede acompañar durante horas. Concretamente, en un tiempo en que leía cosas sueltas sobre budismo, encontré que algún maestro budista recomendaba con mucha insistencia una práctica que consistía en repetir durante mucho tiempo y de manera continuada las palabras “Namu Amida Butsu”, que son palabras derivadas del sánscrito y que vienen a significar “Confío en el Buda de la Vida y de la Luz”. Bueno, pues aquel recitado, que yo llegué a repetir interiormente miles de veces mientras caminaba y del que entonces no conocía su significado sí tenía sobre mí un efecto apaciguador grande. Por lo que recuerdo hoy no creo que la referencia a Buda o a Cristo tuviera mucha importancia en sí, aunque el pensamiento de sentirte parte del Todo sí estaba presente. El hecho esencial, sin pretender analizarlo desde el punto de vista religioso, es que, caminando, una práctica así sí tiene connotaciones benéficas para el caminante. A mí aquella reiteración una y otra vez del “Namu Amida Butsu”, “Namu Amida Butsu”, “Namu Amida Butsu” pronunciado en largas horas de soledad por los caminos de las montañas o el llano, me dejaba muy bien.


 En Caldas de Rey, albricias, suena la entrada de un mail de mi amiga desconocida. He aquí su texto:
“Me levanto a las 6.30 y pongo la radio. “Feliz día de la mujer”. No entiendo esa felicitación. Independientemente de adelantarse un día ¿acaso se felicita a los refugiados en el día mundial de los refugiados? El sistema ya ha fagocitado lo que un día fue reivindicativo. La máquina de hacer dinero, con lo que sea, ya está a pleno rendimiento.
Leo el siguiente titular: “El Corte Inglés da libertad a las mujeres que quieran participar en la huelga feminista del 8 de marzo.” ¡Vaya! ¿Qué ahora te tienen que dar permiso para hacer huelga? ¿No era hasta hace poco un derecho constitucional? ¿O es que ya han derogado la Constitución?
Lo siento, hoy me he levantado reivindicativa. Imagino que inmerso en tu realidad de la caminata y el libro de turno, mi indignación te sonará extraña. Y quizá lo sea.

¡Salud y República!”

Y es que me ha de perdonar mi amiga que aunque ella no escriba un blog yo me permita poner sus palabras en el mío. Y la única razón es que estoy completamente de acuerdo con ella. Amén de que algo tendría que decir yo sobre la fecha de mañana, un día al que querría aportar mi grano de arena de reconocimiento a esta febril y bien organizada manifestación con mi asistencia en las calles de Santiago de Compostela. El sistema fagocita absolutamente todo, sí, lo envuelve en la masa blanda de la mediocridad, priva a las pasiones primeras cualquier idea para convertirlo en mercancía, eso que hace El Corte Inglés con hipócritas “concesiones” a sus trabajadoras.


Una nota curiosa para los amigos que siguen los avatares de mi encuentro con Lucía, la peregrina de la Toscana. El amigo Santiago Pino se interesaba esta mañana preguntando si había logrado contactar con ella. En el Camino no es difícil saber de la gente que lo transita, basta preguntar a los posaderos y hospitaleros por alguien para que te ponga al día. Al final logré ponerme en contacto con ella a través del Messenger. Me sugería encontrarnos mañana en Santiago… pero pretendía quedar a la vez con todos los peregrinos con los que había hecho amistad a lo largo del camino y que llegaban precisamente mañana juntos. Y entonces yo le respondo a Santiago aquello de ya sabes que para mí, chico casi siempre solitario, más de dos personas son multitud y más si se trata de mujeres. Y sí, hay multitudes que no me gustan.


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