Santiago de Compostela, 8 de marzo de 2018
Etapa Padrón – Santiago de Compostela
A dos horas de Padrón paro a desayunar. Me quito la ropa de
agua, pido un croissant, un café con leche y un vaso de agua y, mientras me lo
traen escucho distraído la televisión. Mando unas líneas de buenos días
a mi amiga desconocida: “Mañanita de lluvia en un cafetín del camino. En la
televisión el mundo parece descubrir en este ocho de marzo que las mujeres
existen en un ámbito más allá de limpiar culos de bebés y atender las tareas de
la casa, empieza a sonar que eso de la diferencias de género no es un cuento; a
los políticos se les hincha la boca repitiendo el mantra de la necesaria y
justa igualdad de derechos de hombres y mujeres; Feijó lee un papelito que alguien
le ha escrito ayer tarde en pro de la igualdad real de género; en fin, los del
PSOE se dedican a hacernos creer que son
de izquierda; veo en la calle a Junquera y no sé si todavía lo mantienen en la
cárcel este puñado de obsesos. En Portugal no me enteraba aunque tuviera ahí la
tele a todo trapo, aquí me entero y me reafirmo en la idea de seguir ausente
del ruido de los medios. Me deprime. Si volviera a nacer tendría serios
problemas para decidir qué hacer en la vida en un país como éste, tan hermoso y
tan maltratado por la mafia de todos los colores.
Me habría gustado asistir esta tarde a la manifestación en
Santiago, pero temo que me saque a mitad de camino de la burbuja en que me
encuentro.
Sigo la flecha.
Un abrazo”.
Cuando voy a pagar el dueño del bar me pregunta que si
quiero que me selle la credencial. Le digo que sí y, cuando va a poner la
fecha, me pregunta por qué día es hoy. Y a continuación, ah, sí, ocho de marzo,
día de la mujer. Hoy mejor guardar las distancias, agrega. Y diciéndole que soy
de Madrid va y me saca un sobre dentro del cual hay una foto de Raúl, para mí
un tal Raúl, futbolista. Que se la había mandado un peregrino de Madrid amigo
del tal Raúl dedicada a él personalmente. Y al hombre se le pone una cara de
lelo con eso de la dedicatoria de la eminencia de uno de esos señores que se les da muy bien pegar puntapié a un trozo de cuero lleno de aire. Eminencias de
este mundo en donde vale más un buen puntapiés que una vida dedicada a la
investigación de una enfermedad que afecta a una parte significativa de la
población.
A punto de terminar esta primera parte de mi peregrinación
invernal, ya en las puertas de Santiago de Compostela, después de tantos
esfuerzos y tantas lluvias, al peregrino se le ocurre pensar que al final lo
único que echa de menos en esta peregrinación es no haber dormido una sola
noche entre los brazos de una peregrina.
"Hombres y mujeres, mujeres y hombres, crearon a Dios a su imagen y semejanza" |
Y llovía recio y atravieso un túnel bajo la carretera y me
encuentro una gran verdad sobre los muros de hormigón: "Hombres y mujeres,
mujeres y hombres, crearon a Dios a su imagen y semejanza". Una verdad de
perogrullo, pero que puesto ahí, como quien no quiere la cosa en el pizarrón de
lo público, ese lugar donde antes unos escribían obscenidades y que ahora sirve
para declaraciones de amor y consignas políticas, aparece sorpresivamente
cierta. ¿Quien pudo estar tan lúcido como para resumir en una pintada todo el
contenido de la historia de la teología? ¿Quiénes fueron los que crearon a Dios
sino los hombres y las mujeres? Gran verdad a la que sí Dios existiese debería
corresponder con algún meritorio presente. Cioran escribió en alguna parte que
si Dios tenía que dar las gracias a alguien sería a Juan Sebastián Bach. Una
situación más restrictiva que la proposición anterior pero que también vale,
que eso de que haya que amar a Dios sobre todas las cosas, una cuestión
evidentemente de paranoia divina, cuadra mal con alguien que debe derrochar sus
agradecimientos, primero a hombres y mujeres por haberlo creado y después con
Bach por haber hecho en su honor las más maravillosas de las músicas.
Y me alejo del túnel pensando en la humanidad fabricadora de
dioses que, como quien construye un cobijo para guarecerse o fabrica una varita
mágica para librarse de la muerte, inventó dioses y vírgenes para parar un tren
y asustar así al destino que todo termina convirtiéndolo en cenizas.
Hembra de pato mudo. Un pato originario de Sudamérica. |
Sí, y sigue lloviendo y al rato abandono el
asunto de tan alta teología para sumergirme en Insolación, la historia de Asis y el gaditano Pacheco de la novela
de Pardo Bazán, que en este momento, saltándose todas las convenciones sobre el
papel de la mujer como mujer florero y ama de su casa, se atreve a hacer
coquetear a doña Francisca Taboada con el tenorio gaditano señor Pacheco. Pardo
Bazán, rodeada por el macherío de la época, trata de abrir un resquicio en la
literatura de la época regentada por cavernícolas personalidades literarias
como Leopoldo Alas Clarín y José María Pereda, el primero, ya lo dije, poniendo
a Pardo Bazán de “jamona atrasada de caricias”, y el segundo moralizando a los
lectores del El Imparcial y
declarando que los protagonistas de la novela de Pardo Bazán vivían
amancebados. Sin embargo, y pese a todo, la novela viene a terminar en boda, o
quizás no, que está por ver si el mariposeo de Pacheco no encontrará antes de
presentarse ante el altar alguna moza a quien galantear para seguir así el
destino de los de su raza. De todas maneras a doña Francisca Taboada, al decir
de la autora, no se le van a caer los anillos, ya que “la mujer es un péndulo
continuo que oscila entre el instinto natural y la aprendida vergüenza”.
Los mimbres, en esta época desnudos de hojas, pero
exhibiendo sus amarillos tallos junto al camino, alegran la lechada gris de la
mañana sobre un fondo de eucaliptos. Y de repente viene un gatito que busca
hogar, y maullando se mete entre mis piernas e intenta subir arriba bajo mi capa
de agua.
Este gato quería quedarse a vivir bajo mi capa |
En algún momento paso junto a una lavandería automática.
Estoy empapado hasta los huesos, así que resuelvo parar y secar toda mi ropa,
además de la colada de ayer que no llegué a secar del todo. Entro, saco mi ropa
mojada, la meto en la secadora, me quito la capa de agua, los pantalones de
lluvia, los calcetines, mi camisa mi camiseta… me quedo desnudo de cintura para
arriba, pues. Cierro la puerta de la secadora, elijo el programa de cincuenta
grados, echo las tres monedas de un euro por la ranura… y la máquina me
devuelve el dinero. Pruebo varias veces: igual. Termino llamando a un teléfono
que aparece sobre el muro. Al otro lado del teléfono me responde una voz de
hombre: “No, es que hoy no abrimos. Estamos apoyando la huelga de las mujeres”:
¡Malditas mujeres! No me queda más remedio que volver a ponerme encima
toda la ropa mojada, volver a cargar el macuto y salir de nuevo a la lluvia de
la calle.
En las calles de Santiago una mujer de rodillas en mitad de
la calle pide limosna bajo la lluvia. Le doy todas las monedas que llevo
encima. Levanta la cabeza sorprendida por el tintineo repentino de tanta moneda sobre su platillo metálico.
Y mientras espero mi postre en el restaurante escribo en el
Messenger una nota para mi amiga la peregrina italiana: “Me habría
gustado encontrarme contigo, pero a este caminante habituado a la soledad
aunque amante de pasar buenos ratos de conversación con otros peregrinos, la
compañía de más de una persona le parece mucha gente. Ci vediami oltra volta. Posiblemente esta tarde, si no voy a la
manifestación de las mujeres en Santiago coja el autobús para Lalín, el pueblo
donde comenzaré el Camino de Santiago de Invierno rumbo a Madrid.
Fue grata tu compañía.
Ci vediamo. Ciao!”
En plaza del Obradoiro llueve, siempre llueve desde hace más
de dos semanas. Hay que hacerse la foto de rigor. Se lo pido a una mujer joven
que se protege del agua bajo un paraguas color rojo. Nos reímos un poco a costa
de la postura cómica que adopta para fotografiarme a a mí y la entera fachada.
La fachada está fea, deslucida. Cuando voy a entrar en la catedral me encuentro
con un cartel: prohibido entrar con macutos. Me alejo, busco un punto para
tomar una fotografía y después me doy media vuelta y dejo la catedral a mis
espaldas.
Si señor, no pares. Lo tendré en cuenta |
Y en este punto, mientras escribo mi crónica en la litera
del albergue y espero que el gerente me traiga la ropa que le di para secar,
sólo me quedé con unas mallas largas, me asomo al balcón y compruebo que sigue
lloviendo. En media hora comienza la manifestación. No hay cáscaras, no voy a
meter prisa al gerente para que me traiga la ropa, en realidad la comodidad en
el calor de la habitación me puede.
Apenas han pasado cinco minutos cuando llaman a la puerta. Mi ropa está lista. Me visto, salgo a la calle. Lejos todavía de
la plaza 8 de marzo se oye ya la fanfarria que acompaña a la manifestación.
Imposible atravesar la plaza, el gentío ocupa todas las calles laterales.
Pancartas, consignas, rostros con el signo femenino sobre las mejillas,
ambiente festivo y distendido. Me acerco a una mujer que porta una pancarta con
un ostentoso: “Libre te quiero”, el título de unos versos de Agustín Calvo que
me sirvió a mi para un libro de correspondencia que publiqué con el pseudónimo de Jordi Luchewolski hace
años. Libre te quiero debería ser, pienso, uno de esos mandamientos divinos de
obligado cumplimiento para todos los hombres y mujeres del planeta. Si no eres
libre eres una patata frita, me dice un enanito que tengo al lado y que me
está avisando de que termine de una vez porque si no el caldo gallego se va a
enfriar. Termino.
"Libre te quiero" |
Por último, se me perdone el título de este post que no
tiene otro objeto de saber qué repercusión tiene un título así sobre el número
de lectores en relación con otras publicaciones. Partí de la hipótesis de que
si lo hubiera titulado por ejemplo Última
etapa, Mi llegada a la plaza del Obradoiro o algo así las visitas habrían
sido menores. Mañana lo compruebo.
Otras publicaciones del autor:
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