En el sendero La Estrella. El placer de la conversación.



Refugio de la Cucaracha. Cortijo de los Lirios, 30 de mayo de 2018 

Una luz repentina traspasó mis párpados. El sol llegaba en ese momento a las cabañas del Hornillo. Habíamos trasnochado enredados en largas conversaciones. Con José Antonio los temas surgían y desaparecían como por encanto de nuestras bocas con el gusto que dejan las palabras cuando éstas por sí mismas son parte del placer de una conversación y, pese a que hacía frío, aquello parecía no parar en todas las horas de la noche, experiencias comunes en Picos de Europa y Pirineos, asuntos de filosofía y economía, historia... el saber enciclopédico de José Antonio daba para desempolvar viejas lecturas y llenar la noche de la cabaña con el dulce sabor del placer de la conversación, uno los más sofisticados y gratificantes que el hombre puede probar. Está el placer de la cocina, el de la música y la literatura, el de la contemplación de la naturaleza, pero está también ese perdido gusto de conversar que por razones bien diversas tan poco practicamos. No intercambio de información ni el sonido de nuestras propias palabras como eje principal del diálogo, hablar como quien se abre camino en la realidad utilizando para ello el barreno de la inteligencia, la sosegada exposición de los argumentos. Habíamos estado hablando durante seis horas seguidas. Fuera llovía y dentro de la cabaña de piedra había ido quedando una leve oscuridad que se fue espesando poco a poco hasta no podernos ver unos a otros. El perfil de José Antonio, a cuyo rostro junto a la ventana llegaba una débil luminosidad, se recortaba contra la oscuridad. Victoria era sólo una voz en la negrura del interior sentada sobre un poyo de piedra; yo, tumbado cómodamente sobre una tarima y cubierto por el saco de dormir, intervenía como si hablara a la noche. El sonido de las palabras llenaban la intensa oscuridad de la cabaña. 

Recordaba una noche en Vega Huerta bajo la pared de Peña Santa, el cielo un manto de estrellas, el silencio una diáfana presencia flotando en la noche, tres desconocidos cuyos rostros no veíamos, mis tres hijos, Victoria y una larguísima conversación mientras en corro tomábamos te y conversábamos. Habíamos instalado nuestro vivac y en la oscuridad vimos que había otra gente a unos doscientos metros. Nos acercamos. Nadie encendió la linterna. Conversamos durante horas. Fue una de esas noches agraciadas que recordarás siempre en que las palabras brotaban apacibles y como acariciando la hora. A la una o las dos de la madrugada nos despedimos de nuestros amigos, a los que no habíamos visto el rostro, camino de nuestro vivac con la sensación de haber vivido un momento mágico cuyos protagonistas habían sido el timbre de una voz, el calor compartido de nuestra pasión por la montaña, el placer de conversar, hablar y escuchar, compartir, el breve silencio, un ángel que pasaba en algún momento, pero enseguida las palabras, quedas, fluían como el agua por un prado. 

Tuve que salir apresuradamente al llamado de Victoria, el espectáculo fuera merecía la pena que abandonara el saco de dormir. Salí escapado. El sol rasaba las colinas de enfrente sobrenadando un pomposo mar de nubes que subía el valle del Genil. 

La mañana se prestaba para el caminar tranquilo. Desde las cabañas del Hornillo el sendero pierde altura hasta las cercanías del barranco donde el río, caudaloso, cantaba su acostumbrada nana. En esta parte del valle la primavera parecía haber comenzado ayer, los robles melojos exhibían unas hojas pequeñas y aterciopeladas, los escaramujos dejaban ver pequeños capullos en sus ramas, en el espino blanco todavía se veían algunas majuelas entre sus hojas; por el contrario los llantenes ya se mostraban erguidos y señoriales con sus manojos de flores blancas en el vértice de sus tallos; los tojos y las retamas con sus flores amarillas ocupaban parte del sendero; los enebros, algunas matas de romero, cantos de pájaros que acompañaban la trocha de descenso siempre con la vista del Mulhacén y la Alcazaba frente a nuestros ojos. 

Corriente arriba, donde el río pierde el nombre de Genil para pasar a llamarse Real; la senda, ahora ya acompañando al río, atraviesa las laderas que caen abruptas encajonando la corriente que baja violenta y espumosa tras los tributos de agua de los barrancos superiores, el de Valdeinfierno, de Valdecasillas y Chorreras. 

Un poco antes de la confluencia de los tres barrancos cruzamos el río por un puente de madera y nos elevamos por la ladera opuesta por un trocha que describe continuos lazos sobre la pendiente. En lo alto del repecho espero a José Antonio, al que las pulsaciones se le han disparado a ciento cincuenta. Resiste bien, pero debe dar tiempo a su corazón. Victoria me ha pasado hace un rato, para ella el problema es el pinzamiento lumbar el que merma su excelente forma física. Ah, tres septuagenarios, recién entrados en ese club de la edad madura, por estos andurriales no es poca cosa. Resistir los achaques de la edad y tirar palante como está mandado es una apuesta que mantenemos los tres, pese a algún que otro hándicap. 

Esta mañana me encuentro algo nervioso; durante el camino empecé a acordarme de mi próxima partida para los Alpes, otros tres meses de vagabundeo solitario por esas montañas que son parte tan esencial de mi vida, y enseguida noté que mi sistema nervioso estaba dando una respuesta que ponía en dudas una vez más la conveniencia o no del proyecto. Son muchas las veces que he pasado largas temporadas caminando solo por el Pirineo o los Alpes; debería estar acostumbrado, son mi casa incluso aunque haya tenido que soportar tantos días bajo la lluvia o metido en la tienda aguantando, encantado siempre, esas enormes tormentas que cubren las montañas de rayos y truenos, pero cada vez que se acerca la fecha no puedo remediar ese leve nerviosismo que corre por mi cuerpo pensando en esa larguísima soledad que me espera, valles remotos, collados cercanos a los tres mil metros no siempre fáciles de atravesar, en tantas ocasiones días enteros sin cruzarme con un caminante, el peso, los problemas con los pies… Sé que después de tres o cuatro días de caminar estaré como en mi casa, pero… ahí está mi organismo sopesando las dificultades. 

Pensábamos comer en el refugio del Aceral, un refugio de piedra en medianas condiciones que está situado un poco más al norte del barranco del mismo nombre, pero amenazaba lluvia y decidimos continuar hasta el cortijo de los Lirios, un bello balcón sobre los barrancos del río Genil. 











1 comentario:

Cive Pérez dijo...

Magnífica reseña de lo acontecido en una de esas excursiones [¿o habría que decir 'incursiones'?] por ciertos parajes abruptos de la montaña que nos permiten reconciliarnos con el hecho de vivir. Pese a que Macbeth tenga su punto de razón cuando dice que 'the life is a tale told by un idiot full of sound and fury'.

Pero a veces, conseguimos alejarnos del ruido y la furia cuando, como dice Alberto, "está también ese perdido gusto de conversar que por razones bien diversas tan poco practicamos. No intercambio de información ni el sonido de nuestras propias palabras como eje principal del diálogo, hablar como quien se abre camino en la realidad utilizando para ello el barreno de la inteligencia, la sosegada exposición de los argumentos. Habíamos estado hablando durante seis horas seguidas."


Sin ruido ni furia, añado yo.