Lago
Ponti di Ghiaccio, 13 de julio de 2018
Collado
Gliederchaste – Fundres – Lago Ponti di Ghiaccio
Calculé
mal la orientación del sol; pensaba que a las seis de la mañana lo tendría
calentando mi tienda, pero no, debería haber aserrado anoche la montaña que
esta mañana me lo robaba para tenerlo ahí a la hora de levantarme. Hacía un
frío desacostumbrado. A las siete salí del saco. El azul del cielo bañaba el
espacio por encima de las montañas. Se mascaba una soledad salvaje entre
aquellas montañas desconocidas apenas surcadas por un humilde sendero. Tienen
mucho de especial estos parajes apenas visitados donde los pequeños lagos, las
aristas de granito o los diminutos glaciares parecen convivir silenciosamente un
tiempo geológico tan diferente al nuestro. La mineralidad del entorno, el
tiempo detenido desde hace milenios donde lo único que se mueve son las
marmotas o las aguas que nacen bajo los neveros, sugieren en su soledad ese
mundo que busca nuestro anhelo cuando el turismo y la barbarie de nuestra
civilización convierten las montañas y la naturaleza en un puterío al servicio
de las multinacionales. Ah, si nos fuera dado reposar nuestro cuerpo cansado,
todo lo que nuestros tiempos no roban de nuestro estar con nosotros mismos, en
este espléndido aislamiento… llenar nuestra alma de sosiego y paz para volver
al mundo curado de todos los espantos, de todas las portadas de los periódicos.
Caminando
al sol pero con el pluma, los guantes y el gorro de lana, porque parecía
invierno, sorteé un pequeño lago y después me fui hundiendo en la profundidad
de un valle que todavía dormía en la semipenumbra de su hondura. Un millar de
metros de desnivel dio para recorrer praderías, angosturas y las orillas de un
precipitado río que se caía en continuas cascadas valle abajo. A mis oídos
llegaba la tranquila voz de un lector anónimo que hablaba sobre determinismo y
libertad, dos conceptos que parecían morderse la cola, o eso me parecía
mientras que el camino se asomaba ahora ante el abismo del río que rugía lleno
de ira más abajo. El tranquilo arroyo junto al que yo había paseado hacía un
rato, ahora, hinchado en su arrasadora soberbia de la abundancia de sus aguas,
se precipitaba hecho un basilisco montaña abajo. La historia, nuestra cultura,
la educación de nuestros padres, la boda con una señorita de un especial rango
social, estar casado o soltero, tener a tus padres enfermos o a tu hijo en una
silla de ruedas determinan parte de nuestra conducta. Pero no son situaciones
que puedan o deban osificarla. Para todos estos determinismos no hay respuestas
generales porque entre ellos se mueven fuerzas que de no ser liberadas
frustrarían nuestra capacidad de crecimiento y progreso. Si ante el
determinismo de un clima extremo no hubiera surgido la necesidad de protegerse
del frío confeccionando prendas de abrigo o construyendo habitáculos o
aprendiendo a usar el fuego, viviríamos todavía en cuevas. El determinismo
particular de cada uno debería ser una condición a considerar fríamente tan
pronto uno empiece a comprender que esa joya que es nuestro yo necesita de un
orfebre que no puede ser otro que uno mismo. Por mucho que el entorno y las condiciones
externas intenten integrarlo en un corpus social determinado, en una religión,
en un status, si el individuo no se quita de encima, la filtra, la criba, la
heredad recibida y no establece por sí mismo lo que ha de ser su vida, cuáles
han de ser sus dioses y no fija lo conceptos básicos de la realidad en que se
mueve, es difícil que pueda pensarse como ser libre.
Ser
libre, un concepto por demás ligado a dos comportamientos dispares, el que
viene dictado por la razón y el que es hijo de la pasión, de una compulsión
interior. La razón puede valorar el determinismo en que estamos encerrados y decidir
en función de las circunstancias traspasar o no ese círculo de tiza. Estaremos
ejerciendo en ese caso nuestra libertad en el sentido más propio. En el caso de
una opción tomada pasionalmente probablemente no deberíamos hablar de haber
actuado en libertad, dado el fuerte condicionamiento que ejerce sobre nosotros
nuestra naturaleza más biológica y compulsiva.
Resultó
que en el final de etapa que señalaba la web de la Vía Alpina no había un
miserable sitio donde tomarse siquiera un bocata. Me había mantenido el día
anterior con lo que me sirvieron de desayuno y había dejado como último recurso
un poco de pan con algo de embutido. Di cuenta de ello a la vera del camino. En
mi macuto no quedaba absolutamente nada de comida. Estaba en ello cuando pasó
una pareja cargada con pequeños macutos. Trescientos metros de desnivel más
arriba había una baita en la que servían comida, me dijeron. Respiré. Comí
bien, raviolis hechos en casa y una buena ración de strudel con crema, y además
me aseguraron que los dos refugios siguientes que aparecían en mis apuntes
estaban abiertos, eso sí, setecientos u ochocientos metros de desnivel más
arriba.
¿Y
qué con todo esto del determinismo y la libertad?, recordaría más tarde
mientras emprendía los primeros repechos hacia el refugio Ponte di Ghiaccio.
Una vez más sospechaba que al caminante no se le puede dejar a solas con sus
pensamientos, esos embrollos en que el vagabundo se mete tan pronto como la
monotonía de una pista se interpone entre la belleza del paisaje o las flores
junto al sendero y el fluir de las ideas. A fin de cuentas un vagabundo es el
ser más libre del mundo, y en cuanto a determinado o no la verdad es que es un
asunto que poco le afecta mientras conserve la salud y las ganas de seguir pateando
el mundo.
Un
hermoso abanico de montañas, de profundísimos valles en donde ellas se alzan
inermes, mezcla de pendientes herbosas en sus laderas y arrogantes pináculos de
granito en lo alto, se abre ante la vista del caminante cada vez que deja atrás
un valle y entra en otro más al sur. Con montañas me acuesto con montañas me
levanto… con la Virgen María y el Espíritu Santo…
Un
repecho herboso más y estoy en el lago Ponti di Ghiaccio. Mi reloj marca las
cuatro y media, así que c’est fini.
Sobre el lago, a escasa media hora de camino, se ve el refugio del mismo
nombre, lo que significa que mañana tengo el desayuno a tiro de piedra. Hoy no
hay apremio de lluvia y puedo pasar la tarde tomando el sol como los lagartos
junto a las aguas del lago.
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