Campo
Tures, 15 de julio de 2018
Collado
Mühlwalder Jochi - Campo Tures.
Sensación
de estar sumergido en un mundo fértil de vivencias, sensaciones y recuerdos que
son propiciados por la soledad, el esfuerzo y el mucho tiempo que dedico a la
"poesía" y a la contemplación. Hoy cumplo un mes de soledad y duro
caminar por las montañas de tres países. La naturaleza y todas sus
manifestaciones terminan filtrándose por ósmosis en mi ser. El final de la
tarde junto a un río caudaloso, tarde de sol después de alguna hora de lluvia,
invita a la relajación y a dejar vagar los pensamientos entre el alboroto de
las aguas que brillan como copos de nieve en los remolinos que el agua forma
entre las rocas. La paz junto a la tienda o dentro de ella, si llueve, es con frecuencia
un momento mágico. Hay algo diferente junto al río, lejos de las cumbres. Además
parece mentira que en los días quepan tantas cosas, tantos paisajes distintos,
hoy una larguísima crestería con el permanente paisaje de los mares de nubes y
las grandes montañas y las Dolomitas dominando el horizonte; un libro de Harari,
Homo Deus, que especula sobre el
porvenir de nuestra sociedad; más tarde las aventuras de Tartarín de Tarascón
según descendía mil cuatrocientos metros de desnivel parcialmente bajo la
lluvia; una larga conversación con mi hijo Mario; otra charla telefónica con
Victoria, que se reía de mí por la propaganda que hacía ayer en mi post de
alguno de mis libros; este mismo rato junto al río a donde llega el sol del
final de la tarde... tantas cosas.
Tan
metido estoy en ese mundo que apenas caben algunos asuntos más. Bueno sí, el
cine al final del día. Estas tardes terminaré llenándolo con la Trilogía de Apu (Pather Panchal), de Satyajit
Ray. Ayer veía la primera parte con el teléfono dentro del saco por el frío que
hacía, hoy la sesión será más relajada. Fue agradable pasar la última parte del
día en la India de hace décadas.
* * *
Hizo
sol ayer tarde, después se desencadenó la tormenta, que no duró más de un
cuarto de hora y volvió el sol. Llovió parte de la noche. Me desperté pensando
que acaso había hecho mal durmiendo en aquel lugar; un pequeño balcón sobre el
valle pero tras el cual el camino bajaba vertiginosamente para sortear la siguiente
estribación rocosa. Pensé que aquel tramo podría ser peligroso si el terreno era arcilloso. Mi preocupación se transformó en dos sueños, cada cual más
espeluznante. En uno el agua había transformado el estrecho sendero sobre el
abismo en un río imposible de descender. En el segundo el sendero se convertía
en una inclinada llambría que yo bajaba arrastrando el culo con más miedo que
vergüenza… y resbalé y ya me iba para abajo a hacer puñetas cuando me desperté.
Seguía lloviendo. Cuando amaneció aproveché un rato de tregua para levantar el
campamento. El camino efectivamente daba un poco de vértigo bajarlo, pero no mucho
más que en otras ocasiones. Después de media hora lo que hasta ahora había sido
cortar la ladera perpendicularmente se convirtió en cabalgar por las cimas de
una larguísima continuación de cumbres. Era el único caminante en aquel
fantástico miradero de dos mil cuatrocientos metros que parecía ser el centro
de un vasto mundo a cuyos pies las nubes se entretenían restregando sus lomos
entre los árboles del bosque. A la izquierda y delante las montañas vestían
grandes neveros y serradas cresterías; a la derecha, casi en el frente lejano
se alzaban las Dolomitas, soberbias con su perfil accidentado de verticales
paredes.
Hacía
frío y tuve que esperar a encontrar un lugar resguardado del viento para
desayunar. Sentado, en silencio, miraba ensimismado el paisaje que tenía
delante, las nubes merodeando a mis pies, la quieta soledad que respiraban las
montañas parcialmente cubiertas por las nubes. Dos soledades que parecían
mirarse a los ojos preguntándose si acaso todo es solamente una sucesión de
hechos, uno tras otro, para la montaña una especie de movimiento sísmico, un
levantamiento producido por fueras telúricas, erosión, degradación hasta que
las bastas rocas fueran convertidas por el agua y el viento en un llano para
más tarde volver a levantarse; para el hombre lo mismo, nacer, ir de aquí para
allá, ejercer las funciones para las que la evolución nos dotó, la razón, los
sentimientos, pero en definitiva nacer, reproducirse, morir, nacer,
reproducirse, morir. Sin más cuento ni razón de ser que la sucesión de los
hechos. La última vez, que recuerde, que me asaltaron este tipo de pensamientos
desayunaba también, en esa ocasión frente a un desolado paisaje de montañas sin
vegetación de la isla de Córcega. Igual sensación de irremediable sinrazón,
nada tiene sentido ni dirección, su condición es existir, y en el mundo vegetal
y animal reproducirse y cumplir un ciclo biológico hasta la extinción. Sólo
nuestra soberbia y el deseo de no morir son los responsables de las religiones
y sus dioses.
Mi
desayuno era un miserable trozo de pan con algo de embutido, más un trozo de
strudel que había reservado para la mañana. Desde que he entrado en Italia la
guía de la web de la Vía Alpina apenas sirve para nada. Los horarios están
hechos a voleo y al trazado de los tracks les sucede lo mismo. Se ve que nos
acercamos al Mediterráneo y el rigor y la seriedad se diluyen un tanto. En
Alemania y Austria la información era siempre bastante precisa. Así que si la
guía te dice que son dos horas hasta el refugio, esas dos horas tanto pueden
ser cuatro como ocho. Eso ha sucedido con esta etapa que ha de hacerse en dos
días y la guía les adjudica siete horas. De todos modos a las once y media
encontraría un restaurante que servía a los turistas de los arrastres.
Después
de comer, recogido bajo mi capa de agua, caminando ya por el mullido sendero
del bosque, entré un recogimiento de iglesia. Los dioses, aunque no existan,
también han traído cosas nuevas, esa herencia de los místicos, por ejemplo, aislados
en su mismidad, alimentando en desiertos o lugares apartados los manantiales de
la interioridad, los vínculos con la naturaleza, esa que acaso en el fondo
llaman Dios y es la comunión del hombre con el Todo, su intrínseca asociación
con la vida representada por bosques, marmotas, pájaros, todos los seres que
pueblan el planeta y el planeta mismo. Un estrecho sendero, la lluvia, las
rocas cubiertas de musgo, los árboles muertos, el rumor del agua sobre las
hojas.
Terminé
el día arriba de Campo Tures en un bosque que era atravesado por el río
Reinbach Riva. Las ocho de la tarde, la hora del cine. Voy a ver si acabo hoy
con la primera parte de La trilogía de Apu,
La canción del camino. Esta es la presentación que
hacía en su día el crítico de El País de la película: "Una de las obras
maestras de un director de mirada luminosa, inabarcable (...) repletas de
belleza, henchidas de la magia de lo cotidiano, de lo sencillo, de lo humano.
La magia del cine."
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