Vivac junto al glaciar Aletsch



Cercanias del Passo Ceréda, 29 de julio de 2018

Via Alpina Suiza: Fieschertal – Refugio Burghütte - Refugio Marjelen - lago Marjela


Abandoné la alameda en donde había dormido nada más amanecer para retornar a Domodossola en donde tomaría un tren que me llevaría bajo las montañas al otro lado de la frontera. En algo más de una hora ya me encontraba en el sendero de la Vía Alpina, ese sugestivo camino que cruza los Alpes por multitud de lugares y que lleva el distintivo de cuatro colores. Ahora caminaría de nuevo por el rojo hasta el encuentro con el verde que fue el que seguí el pasado año cuando comencé a caminar al final de la primavera en Chamonix.

Mientras ascendía hacia el refugio Burghütte y la localidad de Fiestchertal iba quedando atrás como un pueblecito de postal, Harari venía hablando sobre la libertad y el libre albedrío y contaba de un experimento con ratas a las que mediante estímulos determinados consiguen que la rata se mueva en determinadas direcciones o se comporte de determinada manera. Un estímulo concreto la hace caminar a la derecha o dar un salto mortal. La rata en estos casos podría pensar que hace lo que hace porque le surge ese deseo. A partir de aquí lo que se plantea es si lo que llamamos actuar libremente es tal o se trata de otra cosa. Mi libertad, ¿es tal? Mis deseos, ese caballo de batalla que el budismo quiere atajar suprimiéndolo, ¿cuándo, cómo se originan?  ¿Está claro que los deseos que tenemos sean realmente nuestros y no inoculados de una u otra manera por agentes externos?

Mi rodilla derecha desde hace dos o tres días se ha puesto caprichosa y cada vez que ve una cuesta abajo me dice que no, que por ahí no baja, que me deje de tonterías y la lleve a casa. Ayer tarde que la dejé descansar en la alameda no hacía más que refunfuñar; hasta tal el punto lo hizo que en algún momento cogí el teléfono y estuve viendo vuelos con Madrid desde Milán, total lo tenía muy fácil porque desde Domodossola había un autobús directo al aeropuerto. Había un vuelo después de comer… así que si la hubiera hecho caso ahora estaría en El Chorrillo preparándome para criar malvas. Esto es un guerra continua, si no es tu rodilla la que te pide esto o lo otro son tus enanitos que te importunan,  eso si es que no se ríen de ti descaradamente. Hoy, por ejemplo, el mismo enanito que en el último post se reía de mí porque yo había sacado a relucir mi supuesta afición a la pintura como motivo de cierto viaje invernal en auto-stop a Italia cuando estaba en edad de enamorarme de toda hembra con la que me tropezaba, empezó a mofarse recordándome otro viaje posterior a Italia al cabo de unos cuantos años. La verdad es que cuando fui aquel invierno a Italia estaba pero que muy prendado de aquella Líbera de ojos juguetones. El corazón me hacía tac tac muy deprisa pensando en su cuerpo proporcionado y hecho como a la medida del mío. Además yo no terminaba de creerme que aquella cosa bonita se hubiera prendado de mí, un chico que miraba con un ojo para un lado y con el otro al lado opuesto y que era sorderas; en fin, además había estado estudiando con lo curas un montón de años y las chicas, Dios santo, eran seres angelicales a las que su timidez las hacía inaccesibles. Y mira por donde va la Líbera y le invita a su casa en Navidad. Bueno, pues el caso es que ahora va el enanito dichoso y me recuerda aquella última visita tras algunos años y se parte la taba con el espectáculo. Sí, el espectáculo no era otro que el de una Líbera que se había casado, que tenía dos hijos, que era ama de casa, que había engordado un montón de kilos más y con la que no se podía hablar más que del tiempo porque sólo sabía de las tareas de la casa y de limpiar culos a sus hijos. El enanito parecía decirme: ¿ves lo que era tu amor a los veinte años? Y sí, la verdad es que me daba escalofríos pensar en un hogar como aquel.

Lo primero que me sorprendió una vez abandonado el refugio Burghütte tras la comida fue la árida desolación que dejaba atrás el glaciar Fiestchergletscher al retirarse hacia las alturas. Era un mundo intransitable de inclinadas pendientes de perdreras. El glaciar, ahora oscuro y cubierto de cascajos, en vez de dejar la pulida roca característica d las cuencas glaciares, en su retirada, sólo dejaba una masa de rocas claras y pequeños lagos entre los que discurrían meandros de aguas espesas de color verde sucio. Alguien no habituado a visitar este tipo de paisajes no hubiera sospechado que bajo ese oscuro manto de rocas se movía muy lentamente una inmensa masa de hielo.

Quinientos o seiscientos metros de desnivel más arriba el sendero se remansó sobre un altiplano herboso en cuyo fondo de apuntaban grandes agujas de granito y algún glaciar colgado que se desmoronaba sobre el vacío. No tardó en aparecer el lago Vordersee, en cuya orilla más lejana se levantaba el refugio Marjela. Me prepararon algo para cenar, compré un poco chocolate, un trozo de torta y un litro de leche y continué hasta las orillas del siguiente lago.

Esta tarde me correspondió finalizar la jornada en el lugar más espectacular del verano. Por debajo de mi tienda, a unos cientos de metros veo asomar el gran río de hielo que baja como una inmensa lengua blanca desde la cuenca que forman al norte el Eiger, el Monch y la Jungfrau. Estoy acampado junto al lago Marjelansee. Al otro lado del glaciar Aletsch se yerguen las cumbres de Dreveckhorn y Geishorn que ocultan los cuatromiles a sus espaldas. La Jungfrau la oculta un resalte rocoso junto al lago. Los glaciares, un mundo quebrado y caótico, ocupan la base de las montañas. Algunos descienden de las mismas cumbres derrumbándose más abajo y formando una gran pared de hielo y de seracs.

Me produce un fino placer pasar las últimas horas del día en esta soledad frente a un paisaje tan extraordinario.























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