Mujeres y montañas

En el Delfinado, bajo el Pelvoux. Victoria



El Chorrillo, 31 de diciembre de 2018.

Estaba esta mañana contemplando la hoguera que daba cuenta de los restos de las arizónicas que he arreglado al sur de la parcela, cuando me dio por pensar en qué título le pondría a mi próximo libro que recogerá los post que en este año han ido apareciendo en mi blog Diario de un jubilado. Con ello en mente consideré qué aspectos de la vida, qué sujetos habían desfilado por mi escritura del año con mayor relevancia en este blog y cuyos dos candidatos principales fueron sin lugar a duda la montaña y las mujeres. Que es de comprobada verdad que la cabra tira al monte, es fácil constatarlo con sólo echar una mirada al contenido de los post que he ido acumulando en este blog entre enero y diciembre. “El monte”, que no es precisamente el monte, porque mis aficiones montañeras comparten también su interés con las aladas representantes de la feminidad, sería el reducto en donde muchos de los afanes de una vida van a parar sin que uno tenga ni culpa ni parte en ello.





“El monte”, ese padonde tira la cabra, es aquello que se impone a nuestro ánimo por obra y gracia de vaya usted a saber qué o quién, pero que está ahí como una luz en medio de la oscuridad de la que uno no puede apartar la vista porque es la única referencia en medio de la noche. En realidad mi libro bien podría titularse Diario de un amante, porque es de cajón que si a uno le nace sin más la predisposición a escribir frecuentemente sobre las montañas o sobre las mujeres, será, digo yo, por alguna razón. Y eso en el mejor de los casos queriendo pasar por inocente, como si se tratara de un sujeto al que le llueven de bóbilis bóbilis los amores, que no es así. A estas alturas de la vida, cuando tan cerca va teniendo uno por delante cada vez más próximo el fin de los tiempos, descubrir que todavía puedes ser atrapado por esos dos amores incondicionales que lo fueron desde la adolescencia, es un regalo que lo deja a uno turulato de gusto. Soñar con mujeres y recrear la vista en el paisaje urbano en donde ellas son el principal atractivo, y compartir ese placer de la contemplación y la ensoñación con las montañas y con las sensaciones que almacenaron nuestras ascensiones más queridas, los paisajes más bellos o los vivacs donde la plenitud de la vida resurgía entre el fragor de las tormentas, es de entre todas las cosas hermosas de la vida lo mejorcito que podemos saborear en este tiempo de vino y rosas que es el tiempo de la jubilación.

Cierto día que andaba yo caminando por alguno de los Caminos de Santiago, pegué la hebra con un peregrino con aspecto de gurú tocado con unas trenzas enredadas a modo de moño en lo alto de su cabeza y que vestía unos ostentosos caracteres chinos tatuados sobre sus brazos y cuello que hablaban de amor. Durante el par de horas que anduvimos juntos me dio un largo cursillo sobre la ley de la atracción. Hablaba con tanta convicción de ello que me sentí tentado a creer lo que decía. Según él esta ley no sólo implicaba que los pensamientos y anhelos que una persona posee provocan consecuencias afines a lo que se desea, sino que además los individuos con parecidas pasiones se ven atraídos entre sí por razón de su anhelo común. Me vino este recuerdo a la mente pensando en lo que sucede en mi FB que desde hace mucho tiempo se ha ido poblando poco a poco con la ubicua presencia de compañeros de montaña, muchos desconocidos para mí pero en esencia amigos del alma porque compartimos nuestra común pasión por las cumbres y la naturaleza. ¿Cómo han llegado hasta mi página, cómo habré llegado yo a la suya? No lo sé, el feeling también debe de ser algo de consistencia inaprensible capaz de poner en comunicación aquella parte apasionada de nuestras almas que buscan como las amebas a ciegas en el líquido de la existencia a sus congéneres. Amantes de las montañas que se encuentran con amantes de las montañas en la impersonalidad del ciberespacio y que acaso sin conocerse en absoluto empiezan a compartir hechos, actividades y pensamientos bajo el influjo de la pasión común.

Por estos rumbos fueron mis devaneos mientras grandes llamas producían una voluminosa columna de humo que fue extendiéndose por los bajíos de los alrededores como densa e inesperada niebla que culebreara sobre los rastrojales tal como quien se da un paseo por el campo de la mañana. Las dos últimas películas que he visto, Morir por la cima, y, ayer mismo, Roma, son dos escenarios de estos dos amores que poblaron mis post en mi blog de jubilado. De Morir por la cima ya hablé días atrás. Roma, una de las mejores películas que he visto en mucho tiempo, es un viaje por el alma de una mujer indígena mejicana que sondea muchos aspectos de la feminidad con una hondura que, desligándola en este caso de su aspecto físico que quizás en algún momento puede atorar monopolizando con su parte física el todo de la mujer, acerca al espectador a los aspectos más íntimos y deseados del alma femenina. El desgarro de un parto –una de las secuencias cinematográficas más emotivas que recuerdo–, el rugido del mar mientras la protagonista, que no sabe nadar, va adentrándose entre las altas olas para salvar a una niña que se está ahogando, la vida interior que en el silencio de sus gestos el film va describiendo secuencia tras secuencia en un haz de magníficas fotografías, hablan de una manera llana y sentida de un mundo, el de la mujer, que uno por fuerza se ve inclinado a sentir como elemento de veneración y admiración.




Por último. Ayer colgué de los muros de mi cabaña una bella fotografía en blanco y negro de X, desnuda, gateando graciosa y juguetona por la alfombra en una semioscuridad de hace una quincena y media. Al final tuvimos problemas y se produjo el naufragio de rigor. A veces la echo de menos. Su bonito cuerpo de felina vestirá desde ahora las paredes de mi cabaña en recuerdo de aquellos pocos años de esplendor. Junto a su cuerpo he decidido colocar también una copia de gran tamaño del Picu vestido con un gran fular blanco de niebla sobre la base de su cara oeste. Dos fotografías para recordarme cada mañana cuando me despierte lo mucho que la vida, que me ha dado tanto, etc., etc.



















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