El riesgo, esa línea de sombras que nutre la vida.


 
Original del FB de Loren




El Chorrillo, 13 de enero de 2019

Días atrás Loren Escalador subía a su FB unas elocuentes imágenes en las que con aspecto eufórico mostraba sus manos quemadas por la cuerda que había sostenido la caída de su compañero Uge, alias Brujus en la recién iniciada mitología del reino de Loremba que ambos entretejen (y dibujan…) entre escalada y escalada.

La vida es una fiesta y a ella están invitados todos los que quieran divertirse amén de aquellos que deseen tener bien alimentadas las neuronas del alma. De ello dan fe detalles como el Brujo, Brujus para los amigos, todavía vivito y coleando en el reino de Loremba donde él ejerce de sumo sacerdote musguey de los ritos de la escalada, todavía vivito, digo, porque después del vuelo que debió de pegarse en la pared de la Cabrera, y visto cómo quedaron de quemadas las manos de Loremba, rey y señor éste de las tierras pedriceras y compañero de cuerda del primero, bien el vuelo podría haberse convertido sin mas en duelo; detalles, decía hace un buen rato, que pese a los vuelos y otros pequeños inconvenientes relacionados con tener el pellejo a buen recaudo, hablan de que a esta cosa que es la vida, pese a su infame brevedad, es posible sacarle un muy buen partido con asuntos tan sencillos como colocarse unos pies de gato en los pies, enharinarse las manos de magnesio y escoger un alto y bello piedro por el que trepar emulando a las lagartijas.



Originales de Uge Viaclásica

El hecho que da lugar a que yo me enrolle hoy con mitos y leyendas de nuestra cara Pedri tiene que ver con la breve nota que aparecía en el FB de Loren Escalador a la que acompañaba unas “jolgoriosas” imágenes que daban que pensar que a Loren le había tocado la lotería, cuando en realidad lo que había sucedido es que su compañero de cuerda Brujus, Uge Viaclásica en FB, había dado un inesperado vuelo, que este relataba así: “Reventó un emplazamiento de un microfisurero, lo tanteé antes con un probador y parecía fiable (parecía…). Menudo saque. Cuando me veía cayendo, me puse a pensar, todo a cámara lenta: "aquí le pasó lo mismo a Loren..." (sigo cayendo y no sé cuando voy a parar). Giro la cabeza al patio a ver qué hace Loren, si me para o no... Y le veo correr arrastrado por la inercia de la caída y veo que suelta la mano. Sigue todo a cámara lenta. Uyyy que hostia, que me la pegoooo... Y de repente la cuerda chiclea y me para. Veo a Loren agitar su mano derecha. ¿Tas bien? ¿Me bajo? Me dice: tira p'arriba... Con los abuelos no se discute... Y fuimos hasta arriba, pero esto ya es otra historia...”


Original de Loren Escalador

El caso es que me quedé mirando la jeta de Loren, que él mismo había subido al FB, como quien contempla un cuadro grato a los ojos. No conozco físicamente a este hombre con el que he cruzado sólo unas breves líneas en las redes, pero después de ver sus dibujos de Tótem y Gran Tótem –la Muela y Pájaro respectivamente– y leerle discursear en algún momento sobre los estados de pureza que han de guiar a los Tichis, que habían evolucionado hasta convertirse en el gran clan familiar, todos amantes de escalar los piedros y grandes pedruscos de la Pedri; después de todos esto confieso que me cae muy bien. Una pareja, él y el Brujo, que de vez en cuando aparecen en mi FB trayéndome aires que estimulan mi hipófisis y me aseguran que esto de la vida es un arte que hay que mimar para que ésta siga siendo una fiesta, pese a estos pequeños sustos que pueden asaltar a los amantes del cálido granito de nuestra sierra.

Otra historia, como decía Uge, es ese complejo y a la vez simple lapso de tiempo de dos, tres segundos que transcurren entre el desprendimiento del microfisurero, un resbalón, una minipresa que cede, y el esperado instante –¿cederán los seguros?, ¿podré retener Loren la caída?– en que se produce el brusco golpe que anuncia que estamos vivos, que todavía podremos seguir escalando por un puñado de años. Algo que a veces no es posible. Y recuerdo aquí algo que relaté en una novela de los primeros años de mis andanzas por Pedriza; la historia de una caída en Cancho Amarillo, esos tres segundos que días atrás fueron motivo de sentimientos de alivio, pero que en el caso de Tino, que malrecuerdo, escalaba, creo, con el Boci y el Mogo, y que se convirtieron en largas horas de agonía hasta el mismo final porque las circunstancias hicieron imposible el rescate. A Tino no le cupo la dicha de sentirse vivo aquel amanecer. Fue un triste suceso.

La amalgama de sentimientos encontrados que siguen a muchas de las actividades de montaña, hace que uno se encuentre muchas veces ante el laberinto de Dédalo intentando dar respuestas que acaso no existan. Días atrás escribía un post que reproducía el título de la película de Carlos Suárez, Morir por la cima, pero al que yo había añadido unos interrogantes. Reflexionaba allí sobre ese difícil equilibrio, a veces, que se establece entre la pasión por la montaña con los riesgos que ésta nos lleva/nos ha llevado a asumir y la posibilidad de poder seguir viviendo el grado de plenitud que su actividad nos depara. Un impreciso equilibrio que, sobrepasado determinados límites, se puede decantar de manera alarmante hacia la extinción de la vida. En el film Carlos Suárez reflexionaba sobre el tema dando alas a sus sueños priorizando la intensidad de la pasión; sin embargo el accidente mortal de un amigo haciendo salto base le hace abandonar esta actividad. Al final de la película Carlos Soria reafirma la idea de que no hay cima que merezca a cambio una muerte. Días atrás Pedro Nicolás Martínez, en un comentario al post que citaba más arriba, reflexionaba de parecida manera: “El asunto no es venial; quién no lo ha mascullado en soledad y casi siempre con cierta congoja. Tu reflexión es tan sugerente... Seguro que queda en algún rincón de mi subconsciente como modelo de dignidad y retornará a saber cuándo. Intentemos, otra cosa es poder, seguir el dictado del león hasta el final”. El dictado del león de Pedro Nicolás no era otra cosa que vivir como tal, lo que obviamente implica riesgo, la aproximación a una imprecisa línea, diferente para cada uno según su preparación y experiencia, sobrepasada la cual podemos tener una altísima probabilidad de perder el bien más preciado que cabe disfrutar, la propia vida.

Lo que se cuece, sin embargo, alrededor de esa línea de equilibrio es de una magnitud tan esencial y extraordinaria que es difícil pronunciarse definitivamente. La ambición de superarse a sí mismo y de alcanzar con las yemas de los dedos los propios límites aparece tan poderosa que cuesta imaginar el estado mental de todos aquellos que se involucran en las cercanías de esa línea de sombras que se cierne/se cernía sobre esos hombre que en los límites de lo humano atravesaron esa línea.  Para Casarotto, conversando con su esposa Goreta en el campamento base del K2, poco antes de fallecer, atravesarla era una especie de encuentro con Dios, para otros es la belleza inconmensurable, un desafío personal, un encuentro consigo mismo en una dimensión superior.

La línea de sombra, que para Joseph Conrad son las razones que advierten que tenemos que dejar atrás la juventud temprana para incorporarnos a una madurez, me aparece, escribiendo estas líneas, como esa zona en la que se movía, creo, Carlos Suárez, ya en la cuarentena, cuando se inclina por encontrar una zona de confort en donde el riesgo cede en intensidad para dar apertura a un tiempo más sosegado en donde es posible vivir saboreando la vida que, ahora menos pasionalmente pero latente y reposada, encuentra en la belleza de la montaña y sus actividades un lugar para expresar nuestro ser. El deseo de tocar la belleza, titulaba Nives Meroi a su vuelta del K2, una conferencia que dio en la TEDx.

Belleza, superación de uno mismo, amistad, ganas de vivir, son conceptos que me vienen a la mente cuando leo libros de montaña; y también cuando me encuentro en FB con entradas como las de Loren y Uge.










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